Hace 30 años, el eminente sociólogo, filósofo y humanista francés Raymond Aron (1905-1983) publicó su libro “République impériale: les Etats-Unis dan le monde (1945-1972) , lamentablemente muy poco divulgado y menos comprendido, en el cual, desde una amplísima perspectiva en cuanto al tiempo se refiera, ofreció con rigurosidad científica, la interpretación de lo que , luego del final de la Segunda Guerra Mundial , para la sociedad mundial continúa actualmente significando, el impacto de la política exterior de Estados Unidos bajo el mandato, menos que más, afortunado de sus últimos presidentes.
Raymond Aron afirma en este libro, similar contenido doctrinal de otro de sus más destacados trabajos monográficos, “Paz y guerra entre las naciones”, editado en París en 1962, donde el destacado autor demuestra que la compleja disciplina de las relaciones internacionales puede ser tratada con las garantías de un filósofo que separa enfrentarse con el estudio de aquellos temas que “a prima facie” parecen estar distantes del quehacer meditativo.
Como comenta el politólogo Nin de Cardona, Raymond Aron en las dos obras citadas, Aron analiza en forma rigurosa la política exterior del gobierno estadounidense, tanto que, la línea ascendente y decadente de la política internacional desarrollada por el staff de la Casa Blanca –observada minuciosamente por el filósofo francés- continúa presentando en nuestro tiempo una lamentable realidad, agravado más aún en las dos administraciones de George W. Bush.
A juicio del profesor Raymond Aron, hubo momentos en los cuales los Estados Unidos hicieron sentir todo su “peso” y “poder” al resto del mundo. Ese momento, siguiendo la concepción expuesta por el filósofo francés, habría que ubicarlo cuando el presidente W. Wilson -para bien o para mal- repudió de forma radical el Tratado de Versalles, negándose el Senado estadounidense a formar parte de la Sociedad de las Naciones, replegándose hacia el aislacionismo.
Tal situación no merece mayor comentario -cuando menos en profundidad. Sí, lo que parece esencial es el tratar de comprender en qué consistió la referida novedad. Raymond Aron nos ofrece dos caminos con el fin de encontrar un porqué del actual ocaso imperial de Estados Unidos, que finalmente, son de por sí complementarios.
Del aislacionismo a potencia planetaria
Para el filósofo francés, “Los Estados Unidos entran contra su voluntad en la política mundial”, fundamentalmente a partir del siglo XIX , luego de haber vencido a las tribus indígenas autóctonas; al superar a un Imperio español decadente a quien le comienza a comprar sus posesiones y venciéndolo en otras; ante un Imperio británico complaciente y resignado que va dejando vacíos de poder, y ante su firme posición política de no querer participar en el sistema internacional europeo post Primer Guerra Mundial, a quien no cejó de calificarlo corrupto; el gobierno de Washington se sintió con pleno derecho en participar y actuar a nivel planetario , aunque tal sistema presentara -y continúa presentando- los mismo vicios o incluso peores vicios, del cual no se salvó de contagio los Estados Unidos.
La acción exterior de la novel potencia, tomada panorámicamente -subraya Raymond Aron- “sólo parece tener unidad por sus contradicciones, sus violentos cambios, su incapacidad de elegir una línea de conducta y atenerse a ella. Los estadounidenses jamás han reconocido la similitud existente entre su expansionismo continental y el imperialismo de los otros Estados; sin vecinos que los amenacen y siempre ricos en espacio, llegaron a finales del siglo XIX a la madurez que Hegel les había anunciado : “América del Norte está todavía en estado de desbrozamiento” [….] “cuando sus habitantes en lugar de expandirse hacia fuera se replieguen en masa sobre sí mismos, sólo entonces sentirán la necesidad de convertirse en un Estado orgánico” .
El segundo momento en que los Estado Unidos fortalecieron su voluntad de poder en el mundo, fue a partir de la Segunda Guerra Mundial, fundamentalmente con el Plan Marshall, que significó un singular y provechoso método para penetrar y dirigir las estructuras económicas de gran parte de los países del planeta.
En el tablero mundial sólo, en aquel entonces, ejercían el poder dos potencias: Estados Unidos y la Unión Soviética. Japón se había aislado y los países asiáticos vivían sus revoluciones internas. Iberoamérica -políticamente- no “existía”; África, menos. Ante esa situación de mediados del siglo XX, Raymond Aron se preguntó: “¿Significaba el Plan Marshall, tal como lo afirman ciertos revisionistas de la década populista o paramarxista, la declaración de la guerra fría?
La época de la “obsesión” legitimadora de Estados Unidos
Podría fijarse los tiempos de la década de 1950, cuando los políticos y diplomáticos estadounidenses comenzaron a fundar su actuación en el doble principio de legitimidad:
Toda la política de la Casa Blanca , la CIA, el FBI, el Pentágono se manejó coordinadamente sobre la base de un objetivo defensivo y preciso. Europa se unificó en la OTAN. A Iberoamérica le impusieron el TIAR (Tratado de Asistencia Recíproco) sin comprobarse exacta y seriamente, quién era su posible agresor y, menos aún sus objetivos. Franklin Rooselvet no pensaba en el mundo intelectual con los mismos conceptos de Stalin, Posteriormente, Truman aceptó que el mundo fuera tal como lo veían o lo querían en Moscú. Hasta que llegó la trascendental presencia de John F. Kennedy en la Casa Blanca, aunque tramos de su acción diplomática se caracterizaron por ascensos y fracasos, fue aparente y espectacular.
Es a partir de la década de 1960 y particularmente luego de las dos crisis que se desataron a la par en Europa Central y en el Cercano Oriente, que los europeos tuvieron conciencia de la “subordinación” (excepto De Gaulle) al Gran Hermano, a pesar del precio que sabían que tendrían que pagar por la seguridad que les garantizaba los Estados Unidos.
Lo inverosímil no podía faltar. En aquello años se desarrollaron dos acontecimientos, para algunos analistas inevitables, para otros, incompatibles y absurdos. Mientras TODOS los miembros de la OTAN denunciaban la represión de la URSS contra la revolución húngara, los Estados Unidos, coaligados con la URSS movilizaban a la ONU para que condenaran a Francia y a Inglaterra por la crisis político-militar en el canal de Suez, alcanzando su finalidad.
Es a finales del 63 -afirma R. Aron- que “los Estados Unidos habían logrado un margen sustancial de superioridad sobre la URSS”. Tomaba impulso la carrera nuclear. Pero la decadencia de EE.UU: aunque en forma quizás involuntaria, llegó de la mano de Lindon B. Jonhson.
Finalmente, en su estudio Raymond Aron llega a estudiar la equivocada actuación de Richard. Nixon, que para el filósofo francés, significó la “desorientación absoluta” traducida por su determinación en: “negarse a perder la guerra de Vietnam y desear mantener relaciones normales con todos los Estados, incluidos los comunistas”. Kissinger, lo acompañó con entusiasmo.
¿Comienzo del ocaso imperial?
Raymond Aron subraya clara y concisamente: “La diplomacia estadounidense triunfó en Europa no sólo porque contuvo al comunismo, sino porque favoreció el progreso económico y la libertad humana. Por el contrario, el desembarco en la Bahía de los Cochinos (Cuba) fue doble fracaso: político y moral. Si analizamos la intervención en Santa Domingo fue un éxito militar y político a corto plazo, pero el costo moral fue mayor que la ventaja política”.
Explicaba en 1991 el analista Alain de Benoit, fundador de la “Nouvelle Droit” que, “en materia internacional todo está cambiando. Quienes se alegran del fin del comunismo, considerado como competidor serio, se han desengañado, pues van a tener que vivir a partir de ahora sin su repelente, No podrán instrumentalizar el miedo para hacer olvidar sus propias taras. Ya no disponen de un diablo para hacer creer en su Dios propio, El fracaso del comunismo ya no está en el orden del día, sencillamente porque ya no hay comunismo”.
Es necesario considerar, y muy seriamente, que nuevos actores ya tienen perfil internacional. China, India, andan recorrieron los mercados del mundo. Actualmente, la geopolítica no se ocupa por conquistar espacios terrestres; la obsesión la conforman los mercados. ¿Quién iba a pensar hace unas décadas que países de África figuraran en la agenda geopolítica de Beijing como el gran objetivo a concretar en el campo de las relaciones diplomáticas, comerciales y para la inversión?
La plenitud de su hegemonía comenzó a caer como consecuencia de la histeria geopolítica desatada en Vietnam (1964-1973) por Nixon-Kissinger. Luego, dos décadas más tarde, Reagan, Bush (p) (exsocio de Bind Laden), en gran parte Clinton, y, actualmente George W. Bush alentado por “halcones” como Cheney, Rumsfeld, Rice, que responden a intereses de empresarios de la química y del armamentismo, emprendieron una similar pero más activa acción histérica en los Balcanes europeos y asiáticos, extendiéndose al Oriente Medio, provocando la actual gran crisis- sin claro final.
En bambalinas sigue actuando el Club Bilderberg con David Rockefeller y Henry Kissinger al frente. . “El tablero mundial” del siglo XXI había sido, prolijamente diseñado en 1997, por el asesor de Seguridad del expresidente Bush, el Prof. Z. Brezezinski. ¿Hasta cuando el “tablero” se mantendrá firme? A la balanza de poder, aceleradamente se vienen integrando las potencias del Lejano Oriente, la China milenaria fundamentalmente.