¡Qué tiempos tan complicados los que nos han tocado vivir!
La gente se dedica a un empleo, un negocio o una profesión y sólo logra subsistir. Se hace esclava de ese estilo de vida al punto que se cierra a las infinitas opciones que tenemos todos para disfrutar el maravilloso regalo que es la vida, para realizar nuestros sueños, ver a nuestros hijos crecer y a nuestros padres envejecer.
Pensemos por un momento. ¿Qué razón tan poderosa puede obligarnos a intercambiar la vida que nos regala Dios por el afán del día a día que nos ahoga y nos limita a un círculo reducido de compañeros de trabajo y de clientes a los cuales probablemente no les interesa nuestra historia más allá de lo que podamos compartir en este ambiente?
¿Qué nos impide dejar ese empleo por uno mejor o dejar de ser empleado para comenzar nuestro negocio propio? ¿Qué nos impide volar?
Es como si luego de años y años de intentar mejorar o mantener nuestra condición material, esto nos quita la alegría, la capacidad de soñar y nos condiciona a una auto esclavitud de rutinas y hábitos que nos alejan cada vez más de una salida, una luz al final del túnel. Nos convierte en incapaces de lograr alcanzar nuestras más legítimas aspiraciones.
Entonces no creemos nada ni a nadie que nos presente nuevas opciones pues debemos proteger lo que hemos alcanzado a punta de espada en este mundo que se ha convertido en un campo de batalla donde nuestro mayor enemigo es realmente nuestro tren de creencias falsas y limitantes.
Este texto no es una llamada a la ingenuidad y a creer que todo lo que brilla es oro y que todo mundo tiene buenas intenciones, pero de lo que estoy totalmente convencido es de que en la cárcel que te has construido, los barrotes son del tamaño de tus miedos y las salidas son tantas como las oportunidades que decides conocer sin prejuicios.
Después de estar tanto tiempo en esa cárcel, te acostumbras a su olor, a tus compañeros de celda, a los maltratos, a sus paredes, a la oscuridad, a su comida y por alguna razón, que quizás sea el llamado “síndrome de Estocolmo” llegas a pensar que tu culpa es mayor o igual a las de los demás, o que ellos son unos mansos corderitos, que han hecho el mismo esfuerzo que tú y por lo tanto mereces la cadena perpetua junto a ellos.
Estuve en una ocasión en el negocio de un vecino, él comercializa piezas para vehículos y vende y compra todo lo que le genere márgenes de ganancia legalmente. Es un hombre “exitoso”porque ha logrado mantener este negocio por años y sus hijos ya son adultos y les ha podido dar la mejor educación.
Esto me hizo acercarme a él para plantearle una oportunidad de negocios que podría liberarle en pocos años de su condición de auto empleado. Pero debo confesar, en menos de una hora vi tantas cosas esa mañana que sentí compasión por él y sabía que le iba a ser difícil ver la oportunidad que le estaba mostrando. Aún así mantuve la esperanza y procedí, mientras él se repartía entre tratar de escucharme y su rutina dominical en el negocio, pude observar que:
- Después de tantos años, él sigue al frente del mostrador, trabajando hasta los domingos despachando la más mínima pieza del más bajo valor y llevando en una pequeña libreta el control estricto de cada centavo y repito “centavo” porque fue lo único que vi pasar hacia la caja: centavos.
- Se presentaron más de 20 personas con las que tuvo que lidiar para tratar de complacer todas sus preguntas, muchas de las cuales eran simple curiosidad y no terminaron en una compra real. Debo reconocer que mi vecino es un artista tratando con clientes, porque a todos pudo atender y, aunque lo noté un poco molesto, mantuvo la calma y continuó su rutina.
- El riesgo de manejo de efectivo le ha hecho adquirir una pistola, la cual tuve el placer de conocer al presentarse dos tipos a cambiar unos dólares que él identificó como ladrones. El tomó el dinero y lo revisó, hizo unas llamadas y les dijo a los señores que esperaran, que el cambista vendría en un momento
Me explicó que había llamado a la policía, porque ellos ya le habían engañado anteriormente con 100 dólares falsos.
Imagínense el pánico en el que me encontraba sin poder moverme de allí hasta ver el desenlace y tratar de terminar mi exposición, la cual, dicho sea de paso, no quiso escuchar completamente y rechazó de plano al enterarse del tipo de negocios que le estaba proponiendo. Me dijo categóricamente que no tenía tiempo libre, que conocía de lo que le estaba hablando. Pensé para mis adentros: ¿cómo puede conocer lo que le estoy planteando si no lo ha escuchado, no lo ha intentado y no lo ha estudiado objetivamente, como negociante?
Para ser franco, en ese momento, era yo el que no estaba interesado en continuar porque me parecía haber entrado realmente en una cárcel de la que se me estaba haciendo difícil salir. Sentí mucha pena por él y luego que llegó la policía y se llevó a los supuestos delincuentes, externé en voz alta: “gracias a Dios que me libra permanentemente de lidiar con este tipo de situaciones, definitivamente, este no es el tipo de vida que quiero”. Imagínate, ahora él va a tener que andar mosca porque, ¿qué pasa si los supuestos delincuentes quieren desquitarse?
Así como mi vecino hay millones de personas aferradas a sus años de lucha, cautivas de sus creencias limitantes y con pocas posibilidades de algún día ser libres más allá de la libertad que tenemos todos de decir: “no me interesa ser libre”.
Te invito a que no te cierres a ninguna propuesta, escucha, estudia, analiza, hazte un nuevo juicio cada vez porque lo que fue ayer puede que no sea hoy, muchas cosas que ayer eran una mala idea hoy son lo mejor que ha pasado. No te niegues a conocer gente y mucho menos al que se ofrece una mano de ayuda.
Prepárate para las nuevas oportunidades que te trae la vida y, cuando estés listo, salta a ellas sin miedo y con fe. «No te tomes la vida tan en serio, a fin de cuentas, no saldrás vivo de ella.» Les Luthiers.
Dios te bendiga y buena suerte.