Dinerismo empresarial

No es nuevo el hecho de que ciertas empresas, en teoría consideradas como capitalistas, en la práctica hayan venido a falsear, en busca del enriquecimiento personal de sus directivos, el principio por el que se rige el capitalismo. Podría añadirse que incluso tal proceso se ha acentuado, fundamentalmente cuando en la actividad empresarial el personalismo prima sobre el aspecto institucional. Suele ser frecuente que, pese al ornato mercantil, una empresa se constituya para ser saqueada. Como en su actividad se habla de capital social y demás requisitos mercantiles, tomándose de referencia el dinero productivo, se entiende que bastaría con ello para acogerse formalmente a los principios capitalistas, aunque realmente su finalidad no sea crear capital, sino exclusivamente proporcionar riqueza a sus promotores e inversionistas. En este caso, la empresa es entendida como una máquina de producción de beneficios inmediatos; por lo que sus gestores permanecen más atentos al dividendo que a la creación de capital y a la viabilidad prolongada del negocio porque, despojada de la parafernalia, resulta ser un producto instrumental al servicio de la riqueza personal, estando destinada a incumplir la finalidad del capitalismo. Simplemente se trata de hacer de su objeto social en una especie de filón a explotar por una minoría, sin mesura ni racionalidad, para engordar patrimonios particulares. En la época actual si bien esta situación adquiere caracteres dominantes, el auténtico capitalismo se mantiene en plena vigencia en aquellas empresas cuyo dirigente o dirigentes asumen la tarea de generar capital.

El espíritu dinámico del capitalismo se manifiesta prioritariamente en la incesante actividad de las empresas y en la vigencia de la destrucción creativa, de Sombart y Schumpeter, aunque en la innovación esté presente la simple especulación del momento, al que sigue una nueva especulación para incrementar patrimonios personales, ya que inevitablemente las empresas son conducidas por personas, y esto condiciona su marcha. Con lo que viene a ser frecuente que en la operativa empresarial se muevan los intereses personales de quienes dicen ser sus gestores, autodefinidos como capitalistas, que imponen el interés de su persona en detrimento del capital, practicando así un capitalismo adulterado o falso capitalismo de ocasión. De aquel pretendido sentido ético del burgués -en realidad un disfraz para camuflar a nivel personal el instinto de riqueza-,  que servía para dar alas al nuevo capitalismo, solo queda la parte publicitaria, porque el capitalismo y sus representantes están a la realidad material; es decir,  a apropiarse del dinero de los demás para crear valor capital, ya sea a nivel general o en una parcela económica. No obstante, este carácter depredador, ausente de cualquier principio ético, que se ha imprimido a las empresas llamadas capitalistas, acaba por pasar factura al propio capitalismo, aunque sea inapreciable, al verse afectado por las manipulaciones personalistas de sus practicantes.

Ese otro capitalismo de moda, que sitúa la riqueza en primera línea, no responde a la ideología del valor capital. Al adulterarse el capitalismo, construyendo empresas para satisfacer la tendencia personal de sus dirigentes a la riqueza, su condición de fuerza impulsora de la civilización moderna se debilita y permite que su poder, que regula las sociedades capitalistas, se cuestione, lo que facilita el avance de otros poderes emergentes surgidos al amparo del sistema. Tal es el caso de la burocracia política, aparecida con el auge de la democracia representativa, y el de la burocracia técnica, construida al amparo de las normas jurídicas encargadas del mantenimiento del orden establecido por la nueva fuerza. Ambas acaban por entrar en competencia con el capitalismo, y aunque este dispone de la fuerza  real acusa los ataques. El poder sustentado en las normas jurídicas es característico de los tiempos modernos, pero no se sostiene en el aire o en el Derecho por el Derecho, tiene que respaldarse por una fuerza soporte de naturaleza real. Esta es la económica, que se encuentra bajo control del capitalismo, y que ha desplazado a los modelos precedentes asentados en las fuerzas dominantes en cada época. De ahí que ambas burocracias no puedan pasar por alto su dependencia del capitalismo y concretamente de las empresas capitalistas. Pese a ello aspiran a liberarse de tal carga.

Basada en la propiedad privada de los medios de producción, atendiendo a la división del trabajo, a fin de mejorar la productividad para encontrarse en disposición idónea de competitividad frente a otras, la empresa sigue siendo el instrumento diseñado para trabajar con mercancías variadas, al objeto de  atraer a su recinto de dominación bienes ajenos para construir capital sobre una base material, cumpliendo con la función asignada para el desarrollo del principio básico de la ideología capitalista. Es esta la pieza básica que permite construir el valor capital apoyándose en la acumulación de bienes productivos de cualquier naturaleza, computables generalmente a través de la materialidad del dinero. Pero dado el avance del culto personal al nuevo ídolo, se encuentra en trance de suplantar al capital como instrumento de poder convencionalmente aceptado por quienes se mueven en el tráfico de naturaleza económica. Su papel es determinante para el funcionamiento del sistema y dada su versatilidad, el fenómeno del dinerismo toma protagonismo en el falso capitalismo actual. La cuestión es que ciertas empresas llamadas capitalistas no funcionan ateniéndose con fidelidad a los mandatos del dogma capitalista en el desarrollo de la ideología y, por contra, resultan movidas por las apetencias personales de los dirigentes que utilizan el disfraz de capitalistas, cuando simplemente son especuladores del dinero. Esa tendencia observada hacia el personalismo especulativo, derivada hacia la riqueza individual, amenaza el desarrollo ideológico del capitalismo. Resulta visible que se multiplican las empresas creadas para ser saqueadas en provecho personal, por el efecto llamada del lucro inmediato y desmesurado, mientras que simultáneamente disminuyen las empresas que atienden en puridad al desarrollo del capital.

Como las empresas diseñadas para el saqueo son vistas por sus explotadores como máquinas de generar riqueza privada, en el proceso de explotación del filón, en ocasiones se llega a repartir dividendos sin que se hayan generado beneficios, acudiendo simplemente al crédito que otorga la publicidad en el mercado. Basta con envolverse en una aureola de pujanza empresarial para que se posibilite el crédito y el endeudamiento a tal fin. El resultado es que la empresa, avanzando en ese proceso de ficción mercantil, aprovecha para repartir dinero por doquier, ya sea entre los más próximos, al objeto de motivarlos, caso de los empleados, e incluso incluye en nómina a miembros de la clase política en calidad de asesores, bien de manera legal, pero reprobable, o acudiendo directamente al soborno. Lo que permite hacer partícipes más allá de la vía impositiva a los poderes surgidos del sistema capitalista como si fueran nuevos capitalistas, sin perjuicio de esa otra contribución empresarial obligada por ley a las arcas públicas. Y así el marco de los que crean empresas capitalistas, invocando el rótulo social e incluso el de la solidaridad, es aprovechado para vender la imagen empresarial, tras la que solo hay humo; mientras sus gestores confían en que, como se reparte dinero para todos, nadie reparará en los que se llevan la parte del león.

La burocracia, organizada como clase política, ha contribuido al desarrollo de este modelo de gestión de las empresas mercantiles etiquetadas como capitalistas, y en realidad simples instrumentos de explotación de un producto surgido del ingenio o de la oportunidad de los promotores. Se trata, además de satisfacer la riqueza personal, de una estrategia dirigida a reforzar el poder de la propia burocracia, surgida del modelo político impuesto por el capitalismo, a fin de adquirir autonomía y tomar más poder como clase. Tales empresas destinadas al saqueo han acabado siendo pieza coadyuvante de la acción política y vía para el despilfarro de los bienes públicos en provecho de los favorecidos. Con lo que surge un nuevo frente de contestación al modelo tradicional. Ya no es exclusivamente la tendencia a la riqueza de los gestores empresariales lo que pretende amenazar el desarrollo del capitalismo, sino su forzada implicación en el panorama de la acción político-social lo que aparta un poco más a la empresa de su significado capitalista, puesto que es utilizada para hacer política. De esta manera tal modelo de empresa hace mayor dejadez de su función capitalista y se entrega a practicar en apariencia la condición de hermana de la caridad. Lo que resultaría ser pura propaganda o estratégica comercial, porque una empresa que se considere capitalista no puede dedicarse realmente a la caridad como fin, al ser incompatible con sus principios. Sin embargo, por arte de la propaganda y de la publicidad, así se pretende hacer creer a la ciudadanía.

Hoy gran parte del hacer político tiene que moverse en el plano de la gestión económica. Se trata de realizar el reparto de los ingresos públicos conforme a las supuestas necesidades de los ciudadanos de cada país, pero favoreciendo a los sectores afines al repartidor de turno. La práctica de la subvención abierta o encubierta, entre otros productos para hacer política, viene a ser decisiva en la praxis, y a su amparo proliferan empresas que representan fielmente ese espíritu de enriquecimiento rápido que se extiende entre el empresariado. Resulta que se crean empresas simplemente para percibir la subvención diseñada con fines políticos, ya sean electorales o como vía de participación en el negocio de la riqueza de los propios políticos en busca del lucro personal. Tras los supuestos empresarios se puede observar como se encuentra camuflado el burócrata o grupo de burócratas que decide a qué sector y a quienes se conceden las prebendas que van a cargo del resto de los contribuyentes. La riqueza creada aprovechándose del erario público, que se justifica invocando intereses culturales, sociales, patrióticos o de cualquiera otra naturaleza, viene inspirada en el intervencionismo, pero en el plano real está destinada a crear riqueza entre la picaresca y pocas veces para la sociedad afectada por las medidas. En todo caso no es de capital de lo que se habla, y de ahí que nada tenga que ver con el espíritu del capitalismo. Se puede observar al empresariado burócrata camuflado tras la figura del conocido caballo blanco para repartirse el botín público, si bien invocando el interés general, pero jugando a practicar el capitalismo adulterado. Esta pretensión de falso capitalismo viene a ser un paso más en la autodefinición de la clase política, surgida de la lejana época de la revolución burguesa, que aspira a caminar con autonomía respecto del capitalismo director, ya no solamente desde la democracia representativa y el monopolio de la ley, sino que se inmiscuye en las prácticas propias del capitalismo. Los practicantes de la política, que en los comienzos fueron comisionados del capitalismo tradicional, tratan ahora de definirse como clase autónoma, derivando su poder de la democracia y el Estado de Derecho, pero pasando por alto que su soporte no es otro que la fuerza real del capitalismo.

Frente a los aficionados, el capitalista profesional, entendido como aquel individuo que trabaja en interés del capital, solo puede ser visto como integrante de un grupo dirigido por la elite conductora, porque ya no se puede caminar por libre. A menudo se habla de capitalista en términos de empresario, inversor, especulador o cualquier otro, como aquel que se dedica a hacer producir el dinero propio o ajeno con la pretensión de apropiarse de la plusvalía  de la inversión e incluso de esta, con la finalidad de aumentar su riqueza personal, por lo que habría que reenviarlo a la condición de oportunista. El argumento para ello es que se aprovecha del sistema para practicar el culto a la riqueza personal, destinada a la autosatisfacción, que desaparece tan pronto como se consume; de manera que, al final no queda nada. Por contra, el capital permanece, aunque mute el instrumental de producción y sus productores, ya que en un plano general es un valor no fungible. La vieja imagen del capitalista, asociada a la figura del burgués, se extinguió o se ha refugiado en pequeñas empresas, con lo que, rompiendo la tendencia, lo personal cede a veces ante el avance de lo institucional. En cualquier caso el capitalismo resiste en las instituciones de naturaleza económica, dejando atrás al personalismo. Por tanto, en razón a sus exigencias, el individuo capitalista escasea, con mayor motivo cuando se ve afectado por el ambiente de obtención de riqueza inmediata, el desarraigo del sentido empresarial que exige el  capitalismo y la crisis de la propiedad. Tales factores afectan negativamente al capitalista y a la marcha del capitalismo, al punto de adulterarlo.

Ya en el plano económico, la figura clave en el nuevo capitalismo entregado a las empresas no es el capitalista tradicional, sino el gestor. Dada la complejidad de las relaciones económicas en el mundo moderno, el capitalista ha sido desplazado en muchas de sus funciones por el gestor como profesional de la actividad empresarial. Se trata de un empleado que se encuentra dentro de los límites de la empresa pero que, a diferencia del empresario inversor el gestor no es empresario en sentido capitalista. Se limita a administrarla, a que siga su rumbo económico, pero sin sentirse afectado por el espíritu capitalista, simplemente cobra su salario con los correspondientes complementos dinerarios como retribución a su gestión. Puede decirse que si la empresa es una entidad capitalista, quien la gestiona no lo es necesariamente.

Consecuencia derivada del anterior planteamiento es que el gestor -entiéndase la figura del CEO en la actualidad como la más representativa de la gestión- considera la empresa a la que sirve como un objeto de explotación a fin de aumentar su riqueza personal, y esto puede ser un lastre para el sentido capitalista de la empresa. El ejecutivo se envuelve en la aureola de la profesionalidad, la experiencia y la confianza, para en el fondo vender su falso espíritu capitalista a los inversores mayoritarios, atentos a la rentabilidad. La empresa es su fuente de provisión de bienestar, pero desde su punto de mira aparece como algo fuera de él, una institución a la que sirve y por la que es utilizado; de ahí que su compromiso se mantenga en términos formales -como empleado-, colocando su persona en primer término y la empresa como instrumento dirigido a asegurar su posición, destinada a extraer los correspondientes beneficios. El capital es secundario, aunque no lo sean los beneficios, porque suponen mayor retribución para él. Si nos referimos ahora al inversor, solo tiene en mente el dividendo y se entrega en brazos del gestor, animado en la creencia de que podrá garantizarlos, pero sin caer en la cuenta  de que no pueden asegurarse a cualquier coste. En cuanto a la mayoría inversora, diluida en el accionariado, resulta ser irrelevante por falta de coordinación, le basta con la rentabilidad. De manera que la actividad de la empresa se entrega al gestor sin condiciones, basta con que este, de una u otra manera satisfaga el dividendo. Tal práctica pasa a ser el principio del saqueo empresarial.

Actualmente el inversor  no puede definirse como capitalista, hay que tener en cuenta que básicamente está presente en la empresa, no exclusivamente para generar capital, sino atento a los beneficios personales, al igual que quien cobra un interés por un depósito bancario. Atiende a la marcha real de la empresa como potencial generadora de riqueza personal. A tal fin presiona sobre ella, y de ahí que no sea infrecuente observar que empresas sin apenas beneficios, para animar su presencia bursátil, se vean, forzadas por los intereses del accionariado, a repartir dividendos sobre la base de ampliaciones de capital, créditos o reservas ficticias; mientras que, por otro lado, asume la función de darse credibilidad ante el mundo económico. Aunque el reparto de dividendos artificiales lleve al endeudamiento y a la inviabilidad de la empresa, el inversor no está dispuesto a renunciar a aquel; lo que fuerza a los gestores a emprender una huida hacia adelante, generalmente de destino incierto. En tanto la empresa se alimente de la innovación y la fuente de producción no se agote es posible hablar de viabilidad, aunque se guíe por la  mala praxis. Del otro lado están la competencia, el crecimiento y el endeudamiento para sostenerlo, pero el peso del crecimiento  acabará por no ser compensado por este y como telón de fondo llegará la obsolescencia. En este caso las alegrías de presente se cotizarán a la baja en el futuro, llegando incluso a perderse el capital. Cuando la fuente se seque, algunos habrán recuperado la inversión, pero los últimos en llegar sufrirán las consecuencias.

Aunque el promotor del saqueo suele ser el gestor y su corte, puesto que ambos son los encargados de practicar la política del despilfarro organizado, en base a salarios fabulosos, asistidos de bonus inconcebibles, todos los que están atentos exclusivamente a la rentabilidad, desde los accionistas mayoritarios a los accionistas simbólicos y los beneficiados, contribuyen al proceso. Son demasiadas las empresas que se crean para ser saqueadas, porque al amparo de un falso capitalismo la empresa pasa a ser la vía para el enriquecimiento personal y el proceso se disimula invocándose la destrucción creativa. Esa tendencia hoy presente en la gestión empresarial, dirigida a promover la riqueza personal de sus gestores, así como las exigencias de la burocracia para participar en el negocio, han desplazado en numerosas empresas llevar a la práctica los principios de la ideología capitalista. En el primer caso, porque al capitalista ha tomado el relevo el empleado; mientras que en el segundo, porque se trata de interferir a través del aparato estatal en el funcionamiento del capitalismo. La clase política juega a que sus miembros operen como capitalistas en el ejercicio político, suplantando a los capitalistas y fijando normas sobre como tienen que actuar, al punto de que con sus exigencias el capitalismo se ve sometido a presiones que aparta a sus empresas de sus fines. Con tales interferencias no se trata de promover el intervencionismo keynesiano dirigido a revitalizar el capitalismo, tampoco de atentar contra la libertad cuasiabsoluta que propugnan Rothbard y sus seguidores, sino que, con la pretensión de dar una forma amable al capitalismo que financie los intereses estatales y a la propia clase, se transforme en lo fundamental suplantando el capital por la riqueza.

Si, por una parte, se busca la ruptura del espíritu capitalista dando auge a lo personal, promoviendo el culto a la avaricia, rompiendo con su sentido de generalidad y universalidad, por otra, el dogma de la propiedad privada, defendido en su tiempo por la burguesía, actualmente se desmorona. Aunque podría entenderse en términos proudhonianos que la propiedad es un robo, al menos cuando queda reservada a unos pocos, con el paso del tiempo se ha generalizado en los países avanzados, salvando en una parte sustancial las diferencias de ricos y pobres, permitiendo un reparto del pastel con cara al bienestar. El hecho es que la propiedad de los medios de producción se ha puesto al alcance de casi todos, sacándola del monopolio de la clase dominante y del Estado, realmente como acicate para el desarrollo del espíritu  de consumo. Pero resulta que la propiedad privada plena es un obstáculo para el ejercicio del poder, de ahí que la burocracia, invocando el interés social venga estableciendo progresivamente limitaciones, hasta llegar a la situación en la que resulta una quimera. La propiedad ha pasado a ser una posesión en precario dispuesta para revertir al Estado en cualquier momento. En su funcionamiento siempre están presentes las vías civil y administrativa; de manera que los bienes de los ciudadanos no son enteramente propios, porque son tutelados por la burocracia. Siempre están sujetos a autorización para cualquier uso, se les somete al pago de tributos y tasas, mientras que la expropiación viene a ser compañera de viaje. El mito de la propiedad sigue vigente, pero está condenada al consumo y se va desgastando con el uso, hasta desaparecer.

Las empresas creadas para el saqueo, en apariencia ponen de manifiesto lo que ingenuamente podría entenderse como crisis del capitalismo actual, sin embargo el sistema se mantiene. El capitalismo domina plenamente la situación mundial, por lo que hay que considerar que lo que pudiera entenderse capitalismo adulterado, que ha generado el dinerismo, es una válvula de escape para aliviar presiones y mantener ocupado el instinto de riqueza, a fin de satisfacer la voluntad de poder de los que siguen la vía económica para atender su pretensión personal. En el plano de las burocracias política y técnica el capitalismo adulterado viene a completar, en lo que se refiere al plano individual, el instinto de poder llevado al terreno de la realidad dominante, es decir, el poder económico. En lo institucional, las empresas acogidas a los principios del saqueo vienen a suponer alivio para la política porque permiten hacer política desde la dirección de los políticos.  El reparto de los ingresos públicos suaviza tensiones, puesto que el dinero fácil se pone al alcance de cualquiera, aunque las diferencias crezcan y con ello sea posible satisfacer la voluntad de poder amparada en la clase. Pura ilusión, porque la realidad camina con paso firme.

Pese a las apariencias, el espíritu del capitalismo sigue vivo, sin dejarse avasallar por las veleidades de la riqueza. Algunas empresas sucumben, pero el capitalismo apenas repara en estas pequeñas incidencias típicas de los localismos. Se mueve a nivel global utilizando las megaempresas multinacionales, en principio inmunes a la voluntad individual de saqueo, trabajando en la creación permanente de capital como forma de poder. Las reglas del juego sigue marcándolas la elite del poder económico, ajena a ese otro capitalismo de apariencia, generalmente de corte nacional, entregado a la avaricia personal, dispuesto para entretener a la mayoría del auditorio y enriquecer a los astutos. No parece aventurado señalar que el verdadero capitalismo está en disposición de resistir a largo plazo los embates del dinerismo que afecta a ciertas empresas.

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Antonio Lorca Siero Julio de 2018.

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Lorca Siero Antonio. (2018, julio 4). Dinerismo empresarial. Recuperado de https://www.gestiopolis.com/dinerismo-empresarial/
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