Capitalismo, populismo y masas

Aunque en apariencia antagónicos, sobre todo cuando se habla del populismo situado en la izquierda del espectro, capitalismo y populismo tienen un punto de coincidencia: la explotación comercial de las masas. Salvando las diferencias, en cuanto uno se centra en el asunto económico y el otro en el político, el instrumental utilizado a tal fin es similar, ya que se trata de potenciar el atractivo de sus respectivos productos para venderlos mejor en el terreno del mercado. Las masas han sido vistas como ese caudal inagotable de ingresos que hay que mantener para no secar la fuente, puesto que de ellas depende la marcha del negocio. Hay que aclarar que el mantenimiento pasa por entretenerlas, en el caso del populismo, sin que realmente se aprecien soluciones más allá de lo propagandístico y del reparto de los productos estatales entre sus más fieles seguidores -función prioritaria de los ejercientes del poder, sin perjuicio de la lucha permanente por mantenerse en el mismo-, a cambio de la explotación consentida, vía impuestos, del resto de la sociedad. En el caso del capitalismo, sin prescindir de la misma idea, aquí acudiendo a la publicidad -por ejemplo, Reisman, al punto de considerarlo benévolo-, da un paso más para aportar alicientes materiales realmente perceptibles que aspiran a facilitar una vida mejor, aunque sea previo pago.

Establecida una primera diferencia, se aprecia otra en lo referente a contextualización de las masas -concepto este último que en general no se separa del viejo sentido de muchedumbre-. Si desde la ideología sobre la que se soporta el capitalismo, las masas han venido siendo universales, aunque a efectos de una mayor efectividad del orden se las ha estabulado en términos de Estado, el populismo siempre las ha dejado dentro del recinto, mientras el capitalismo las ha sacado a pastar de vez en cuando a campo abierto. Tradicionalmente el capitalismo, desde la época burguesa, acudió al término nación para mixtificar la base humana del recinto vertebrada por las elites, mientras que el populismo de reciente aparición -aunque doctrinalmente se trate de retroceder sus orígenes a finales del XIX y comienzos del XX-, se remite al término pueblo, es decir, las masas dotadas de una idiosincrasia local -llamada cultura- gobernadas por la clase política. En estos supuestos también se aprecia coincidencia en cuanto a la explotación política de las masas. Ya que políticamente se las considera como una colectividad de individuos incapaces de autogobernarse por falta de coordinación emergente, tratando así de justificar la explotación de uno y otro signo, el capitalismo imponiendo sus reglas de mercado en lo económico y el populismo las reglas de lo político desde la política. Tal realidad, como en su momento dejaron demostrado Pareto, Mosca y Michels, parece que hoy no deja lugar a demasiados cuestionamientos y, si había alguna posibilidad de redimir el dominio elitista sobre las masas, populismo y capitalismo desde sus respectivas estrategias, se vienen ocupando de anularla. En este punto, pese a los obstáculos, también es de apreciar que el capitalismo ha contribuido a mejorar la situación de dependencia de las masas, desde la promoción de una conciencia consumidora, que las ha permitido adquirir relevancia en el panorama del poder; frente al populismo que solamente se entrega a la retórica, cuando no a la verborrea de taberna para continuar con el espectáculo.

El populismo, como ideología para engañar a las masas -a este triste destino ha sido abocada la política-, propugna su capacidad de autogobierno de manera falaz, puesto que acaba por suplantarlo, cualquiera que sea su posición en el espectro político, por el gobierno de sus elites, que dicen hacerlo por el pueblo, cuando resulta que solamente aspiran a tomar el relevo de las precedentes o a definirse como tales. Si el populismo es una ideología dirigida al acceso y consolidación del poder, su brazo ejecutor es el partido, que toma sus preceptos adecuándolos a los intereses del grupo. Teniendo en cuenta que en definitiva, como señala Sartori, el partido es un grupo político que se identifica con una etiqueta supuestamente ideológica y que participa en las elecciones para que sus candidatos accedan a puestos políticos públicos. El instrumental electoral que aporta el populismo moderno se remitió en sus inicios a la política de los países de democracia exportada -los llamados países de segunda fila- para suavizar el tránsito a la democracia representativa real; después ha pasado a ser un referente doctrinario utilizado a la medida de los distintos partidos de democracia avanzada, cuyo nexo común es emplear el término pueblo para justificar todas sus actuaciones -legales e ilegales- desde el soporte de una ideología que abusando del término ha pasado a ser popular. Utilizado por el ala radical como recurso desestabilizador del capitalismo desde la época del socialismo utópico y los sucesivos ensayos posteriores, el populismo de izquierdas se limita a vender humo enlatado para que al abrir el recipiente el consumidor se divierta un momento viendo como sale. Reconducido a términos de partido de supuesta ideología social, siempre salvando los privilegios de clase -su clase-, piensa en el pueblo como rebaño de su propiedad dirigido y conservado por sus elites en beneficio del grupo -no hay que pasar por alto que el partido, como dice  Ostrogorski, es una máquina que funciona en interés de sus afiliados y en especial de sus dirigentes-. Igualmente empleado por el populismo del otro lado -llamado de derechas– para ofrecer al pueblo productos también enlatados y vistosos, siguiendo las reglas de la mercadotecnia, pero a precios desorbitados, construye su elitismo desde la disponibilidad del dinero. En cuanto al populismo del poder se limita a gobernar para el pueblo, pero sin contar con el pueblo.

Por su parte, el capitalismo, una vez consolidado el modelo estatal como vehículo para establecer el orden capitalista, continúa con su desarrollo global, definiendo estrategias en términos de masas para ampliar mercados. No fue casual en las sociedades avanzadas la aparición de la sociedad de consumo de masas exportado a todos los puntos del globo auspiciada por los intereses capitalistas, ya que venía a adelantar a efectos de mercado una sociedad uniforme en el consumo, que absorbía como una esponja toda la producción industrial. Las masas, ávidas de bienestar, encontraron en la fórmula del capitalismo soluciones y no solamente palabras, aunque ese bienestar tuviera un coste abusivo. Además, se alumbraba un panorama de dignidad real, lejos de los derechos y libertades de papel, porque en el consumo residía una base real de poder. Desbordado el marco de los Estados, en este punto se hizo necesario un nuevo modelo de orden de naturaleza internacional encomendado a instituciones de esta naturaleza para coordinar, aunque fuera débilmente, las estrategias de mercado. Al final, la globalización empresarial y la dignidad consumidora ha afectado al capitalismo que se encuentra actualmente con dos obstáculos a salvar: la burocracia política internacional y las masas consumidoras.

Al amparo de la situación, las burocracias políticas estatales se expanden y se refuerzan como poder internacional, a la par que surgen otras nuevas. Las primeras, aumentan su poder tanto desde la multiplicidad de funciones que asume el nuevo Estado capitalista, como desde el sentido hegemónico, derivado de la base económica, expresado no solamente en las distintas actividades comerciales del empresariado, que el Estado abandera, sino en otras de naturaleza cultural o militar. La capacidad de influir e imponerse internacionalmente supone ir más allá de los límites tradicionales del Estado, lo que implica fijar límites legales, en uso de su reserva del monopolio normativo, que afectan a los intereses capitalistas e indican el comienzo de la inversión de un poder que ha venido dominando el capitalismo. La burocracia política de las instituciones internacionales viene a representar otro poder añadido a la idea de burocracia estatal al dictar disposiciones, controlando actuaciones que afectan tanto al capitalismo como a la ciudadanía mundial. El desplazamiento del poder del capitalismo, como fuerza dominante, a la burocracia surgida del avance del capitalismo es clara. En cuanto a las masas reclaman mayores cotas de bienestar.

Las masas, ya no son vistas en la panorámica local a efectos políticos como pueblo o nación, ahora prima su significado en un contexto internacional. El modelo capitalista ha quedado encallado por falta de nuevas perspectivas que ofertar, las nuevas tecnologías basa del proceso de expansión encuentran limitaciones en el ámbito de la creatividad, y si falta la imaginación las masas ya no son entretenidas. A medida que el poder capitalista se ensombrece aumenta el de la burocracia política internacional sobre las masas, tanto por las funciones asumidas, como por la utilización de los derechos individuales como moneda de cambio en proceso de inflación afectada por el populismo, al convertirse en garante de los mismos, aunque lo haga a conveniencia propia. Por uno y otro lado las masas juegan hoy un papel determinante, no solamente como consumidores, sino como árbitros de los político, con lo que, sirviendo de soporte de ambos poderes su voluntad, inclinada de uno u otro lado, pasa a ser determinante en los respectivos campos de negocio de la burocracia política y del capitalismo. La realidad política y económica es que las masas demandan bienestar creciente  y derechos ilimitados, y ambos han de serles suministrados por los poderes respectivos. De la otra parte, se sigue una lucha entre poderes para romper el equilibrio, inclinando a uno u otro lado la balanza. El capitalismo siempre la ha desviado de su lado, pero del lado burocrático el peso aumenta trayendo nuevos elementos de seducción de las masas, aunque respondan a las consignas del populismo.

Dejando subsistente el sistema global, el debate se ha llevado al terreno de lo popular tratando de ganarse el apoyo de las masas localizadas en el territorio de los Estados. La postergación del modelo Estado-nación en favor del Estado-global tiene consecuencias, la clase política juega su partida utilizando a los consumidores de las sociedades avanzadas para que se rebelen democráticamente a fin de asegurar su papel como partido en el ejercicio del poder. La reacción capitalista ha sido entrar en el juego de manera directa comprometiéndose políticamente. La estrategia de ambas posiciones se ventila en el terreno de la lucha entre partidos por imponer sus respectivas posiciones ideológicas utilizando el populismo. La doctrina consistente en colocar al pueblo como centro de toda actuación de naturaleza política, aunque no responda a una realidad, sino a simple propaganda dispuesta para encubrir las verdaderas intenciones que animan a todo partidos de llegar y mantenerse en el poder para cumplir con los fines ideológicos que desde la cara oculta buscan atender sus privilegios de grupo.

Cabría entender el auge del populismo como el resultado de que las masas hayan pasado a consolidarse como la moneda de cambio determinante del poder. Hoy es el terreno que ilumina el desarrollo de la actividad política. Desde los primeros tiempos del capitalismo moderno, movido por las revoluciones industriales, las masas avanzadas son la clave del desarrollo capitalista al ser la demanda capaz de absorber la fuerza industrial. Tal dependencia, pese a la dictadura capitalista que se ejerce sobre el mercado estableciendo las modas y creando necesidades aparentes, tiene como correspondencia el principio del poder de las masas. Una evidencia que tiene que ser asumida por la realidad política. Resulta que las masas cuentan con poder real y son el resultado de sumar sus componentes individuales. Se las seduce con la democracia, instrumento de contención y determinante de la gobernabilidad. El populismo de las sociedades avanzadas es la consecuencia de la consolidación del sistema democrático, en el que los individuos votan proyectos políticos en forma de partidos y determinan el ejercicio del poder. De ahí que la clase política empiece a ver en las masas el objeto de campaña para llegar al poder. Se establece un principio de dependencia nuevo y más enérgico que el fijado por el capitalismo, con la ventaja de que las masas pueden ser manipuladas desde la retórica, a diferencia del capitalismo del que dependen que solamente admite realidades.

Si los capitalistas disponen de un instrumento eficiente para captar a las masas, como es la publicidad, con el objetivo de vender sus productos, un partido populista juega la misma baza desde la propaganda, y en este punto halaga al pueblo acudiendo a las fórmulas que le aporta la doctrina dominante en sus distintas versiones, lo que conduce al mismo resultado: facilitar la venta de su mercancía ideológica. La utilidad del populismo a los fines políticos viene de su maleabilidad, lo que le permite adoptar innumerables formas, incluso contrapuestas en su soporte ideológico propio. Sirve para todos, por eso se encuentra presente a lo largo del espectro representativo de los partidos políticos, sólo cambia el método  para halagar a las masas localizadas en el territorio del Estado y el grado de radicalismo que muestren en la oposición amigo-enemigo. De esta forma permite ofertar a los partidos utopías sociales, utopías de bienestar o utopías cercanas, presentes en el populismo de izquierdas, de derechas o en el populismo del poder ejerciente.

Con el tiempo, el populismo practicado por los viejos líderes paternalistas de los países débiles que decían combatir al capitalismo para atraerse a los desfavorecidos a su causa, ha cambiado de formas para hacerse compatible con la política de las sociedades avanzadas. Hoy el líder populista renuncia al paternalismo desfasado y trata de ofrecer realidades que conecten con la posible solución de los problemas que afectan a las sociedades locales de primera línea. Ese populismo en su idea central no es nuevo, porque desde la época burguesa ha estado ahí por motivos electorales, pero el auge ha venido desde que se ha reforzado el papel político de las masas locales en las determinaciones derivadas de la democracia representativa en consideración a papel de consumidores, lo que determina su posición de árbitros de la situación. Por otra parte, la clase política ha visto la oportunidad de liberarse del peso del capitalismo tomando autonomía como clase, animada por el papel desempeñado en los Estados hegemónicos y su presencia en los organismos de control internacional. Ambas circunstancias -pueblo y clase política- han marcado la ruta del auge del populismo, estableciendo el debate sobre la primacía de los derechos individuales o los intereses empresariales.

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Como complemento de las ideologías que permiten etiquetar a los partidos políticos, la labor del populismo es atraer políticamente a las masas desde sus distintas versiones, en las que todo lo que se refiera al pueblo de una u otra forma tiene cabida. Se trata de canalizar el sentimiento de lo político en una dirección u otra, dentro de un abanico de opciones, para seguidamente enjaularlas en una dinámica de partidos en la que solamente se mueven sus representantes. La política juega con ilusiones de variado signo, pero no puede desprenderse de las realidades mercantiles que proporcionan las empresas capitalistas. De ahí la necesidad de entendimiento entre ambos. Vista la sociedad de masas como esa sociedad atomizada y falta de coordinación, cuyos miembros se caracterizan por la pasividad y el conformismo, facilita, como observa  Swingewood, que acaben por dominarla movimientos políticos irracionales. El objetivo último, por encima de sus respectivos intereses de poder en el plano político y en el económico, no es otro, una vez más,  que minorar el poder real de las masas, aliviando los ratos de ocio con bagatelas para ellas y negocio para quienes las proporcionan.

Bibliografía de referencia

Laclau, E.,“La razón populista”.

Michels, R.,“Los partidos políticos”.

Mouffe, Ch., “En torno a lo político”.

Mosca, C.,“La clase política”.

Ostrogorski, M., “Democracy and the Organization of Political Parties”.

Pareto, W.,”Tratado de sociología general”.

Reisman, G., “Capitalism: A Treatise on Economics”.

Sartori, G., “ Parties and Party Systems: A Framework for Analysis”.

Schmitt, C., “El concepto de lo político”.

Swingewood, A., “El mito de la cultura de masas”.

Antonio Lorca Siero Abril de 2017.

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Lorca Siero Antonio. (2017, abril 8). Capitalismo, populismo y masas. Recuperado de https://www.gestiopolis.com/capitalismo-populismo-masas/
Lorca Siero Antonio. "Capitalismo, populismo y masas". gestiopolis. 8 abril 2017. Web. <https://www.gestiopolis.com/capitalismo-populismo-masas/>.
Lorca Siero Antonio. "Capitalismo, populismo y masas". gestiopolis. abril 8, 2017. Consultado el . https://www.gestiopolis.com/capitalismo-populismo-masas/.
Lorca Siero Antonio. Capitalismo, populismo y masas [en línea]. <https://www.gestiopolis.com/capitalismo-populismo-masas/> [Citado el ].
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