34 países americanos integrados en un mercado libre de aranceles y barreras comerciales valorado en más de 13 billones de dólares con 800 millones de consumidores potenciales. Ése es el ALCA, el Área de Libre Comercio de las Américas, el proyecto comercial más ambicioso del mundo. Sin embargo, poner de acuerdo a 34 visiones tan distintas con niveles de desarrollo y tamaños tan contrastantes parece misión imposible.
Hace poco más de un mes apareció un grupo de «activistas» justo en el Ángel de la Independencia en el DF para treparse a colgar en lo alto del monumento una manta en contra del libre comercio.
¡Patria sí, ALCA no, patria sí, ALCA no! Era el grito de protesta de esa organización opositora al libre comercio que, según declaraba uno de sus miembros, se dedica a «defender nuestra soberanía e independencia».
Un «servicio social» que nadie les encargó.
Como suele suceder, la protesta pasó de la descalificación del libre comercio a la provocación de la lucha libre. La trifulca entre manifestantes y la policía llegó a los golpes, empujones, patadas y pedradas.
Me llama la atención que faltan más de 2 años para que se firme el ALCA (Área de Libre Comercio de las Américas) y ya empezaron las patadas.
Patadas que a toda luz denotan la ignorancia de los globalifóbicos, su incomprensión de los beneficios del libre comercio, las ganas de desmadrarse sin razones lógicas y la necedad en seguir con un discurso socialista completamente obsoleto en un mundo que hoy en día y desde la caída del Muro de Berlín tiene en el capitalismo la única y mejor opción posible de organización económica.
Sin embargo, dejando de lado a los «globalialérgicos», es también cierto que desde diciembre de 1994, fecha en que se celebró la 1er Cumbre de las Américas en Miami, empezaron las patadas por debajo de la mesa entre los negociadores del boceto del ALCA.
Han sido ya más de 8 años de reuniones, cumbres, preparativos, borradores y negociaciones para darle forma a un proyecto comercial bastante complejo en el que nadie aceptará una rebanada de pastel más pequeña que la de sus otros socios.
Podría decirse que el proceso de preparación del ALCA inició con el pie izquierdo o escogió mala fecha para nacer, pues a escasos días de la Cumbre de Miami vino la debacle mexicana con el error de diciembre y la posterior crisis del 95 que no solamente tuvo efectos en la región sino más allá del hemisferio.
Sin embargo, la mala suerte parecía seguir las negociaciones del ALCA ya que a cada Cumbre de las Américas le seguía una severa crisis latinoamericana que hacía pensar si el proyecto del ALCA era en verdad factible.
El optimismo de cada cumbre y los discursos soñadores que planteaban la integración del continente se olvidaban con rapidez ante el tremendo cachetadón desestabilizador que representaba una nueva crisis financiera y sus secuelas.
Así, por ejemplo, meses después de la Cumbre de Santiago de Chile en abril del 98 se resiente el efecto samba desde Brasil y a la Cumbre de Québec en el 2001 le siguió el derrumbamiento de la economía argentina.
Lo cierto en este año de incertidumbre mundial es que el panorama latinoamericano no muestra su mejor sonrisa, más bien está demasiado serio si no es que algo triste. Y ante tantas preocupaciones económicas y políticas se despiertan serias dudas sobre la viabilidad de un pacto de integración comercial a nivel continental.
Con Argentina en la lona, Venezuela viviendo bajo un estado opresor y con la incertidumbre de la nueva locura que se le podría ocurrir a Chávez cada mañana, Uruguay con fiebre tras el contagio de su vecino, Colombia con niveles de inseguridad alarmantes, México con la etiqueta de «aquí no pasa nada» y sin saber en dónde diablos dejó el crecimiento económico desde hace 2 años, Brasil con un izquierdista al timón que en el pasado ha hecho explícita su oposición al libre mercado, etc.
Y si todo esto fuera poco, agregue que el motor económico del mundo, Estados Unidos, anda volando bajo e incluso el efecto en sus finanzas públicas que podría tener el costo de una guerra ya provoca que algunos especialistas empiecen a levantar las cejas ante las posibles consecuencias. En fin, qué bonita familia…
La prolongada ausencia de crecimiento en la región latinoamericana podría generar un pesimismo o desencanto generalizado que restaría soporte público a iniciativas y reformas de mercado tan importantes como el ALCA.
Cualquier latinoamericano decepcionado, que por cierto ya son bastantes, podría cuestionarse para qué firmar un acuerdo más de este tipo si sigo sin trabajo y no voy a mejorar o para qué más competencia si así como estoy apenas sobrevive mi negocio.
Una preocupación que no deja dormir a muchas naciones latinoamericanas es si en realidad, una vez firmado el ALCA, Estados Unidos respaldará con acciones congruentes su compromiso con el discurso de que «el libre comercio significa libertad y sociedades abiertas».
Y es que es precisamente en este tema donde los estadounidenses salen a veces con que «mi no entender, nou hablar espaniol». Los millonarios subsidios al campo aprobados hace poco a través de la US farm bill (180 mil millones de dólares en los próximos 10 años) y las salvaguardas al acero estadounidense son dos temas espinosos que restan credibilidad al discurso del mercado sin barreras ni subsidios que promete Bush.
Incluso, prometer una eventual eliminación de los subsidios agrícolas en el ALCA parece imposible ya que esta decisión depende en gran parte de lo que piensen la Unión Europea y Japón al respecto. Estados Unidos no eliminará sus susidios agrícolas si sus competidores europeos y nipones no hacen lo mismo.
O todos coludos o todos rabones, dice Bush. Así es que mucho del progreso que se pueda generar con el ALCA dependerá de los acuerdos a los que se llegue en la OMC al finalizar la ronda de Doha en el 2005.
Sin embargo, existen también elementos que hacen pensar en un verdadero compromiso con el libre comercio de parte de Estados Unidos.
El visto bueno del Senado estadounidense, al aprobar el «fast track» o vía rápida para aceptar o rechazar el ALCA en su totalidad, sin derecho a modificaciones de los legisladores en el proceso de ratificación del acuerdo, es un paso importante que da señales del interés de Washington en abrirse al comercio con Latinoamérica.
Los avances de Estados Unidos en Latinoamérica impulsando la firma de nuevos tratados comerciales bilaterales como el que se negocia desde hace tiempo con Chile y otro más con Centroamérica, dan muestra de la estrategia de Bush de llegar finalmente al ALCA a través de avances y negociaciones directas con cada uno de sus socios.
Además el gobierno estadounidense ha anunciado ya su oferta de desgravación de acceso a su mercado para los socios del ALCA.
Esta propuesta contempla que cerca del 65% de las importaciones que Estados Unidos realiza de bienes industriales y del consumidor se liberará por completo de aranceles al entrar en vigor el ALCA.
El resto de esos productos se desgravaría gradualmente a lo largo de 10 años.
Para las importaciones agrícolas, el 56% quedará libre de aranceles al iniciarse el ALCA y el resto se liberalizará de 5 a 10 años, según las necesidades de cada país socio.
Incluso, funcionarios del gobierno estadounidense presentaron ante la OMC, hace algunos meses, una propuesta bastante interesante que pretende eliminar totalmente los aranceles a la importación de productos manufacturados en los próximos 13 años.
Confío en que los tiempos marcados para firmar el ALCA en el 2005 se cumplirán puntualmente, sin embargo está por verse si los intereses de grupos particulares y la falta de voluntades políticas no limitan o terminan manchando el alcance de los beneficios de un verdadero libre comercio para todos los consumidores del continente.
Así es que habrá que esperar aún para confirmar si los esquimales de Alaska pueden hacer negocios sin barreras con los comerciantes de Tierra de Fuego.