Consideraciones sobre ética social y empresarial

Consideraciones sobre ética social y empresarial

La ética, en sus aspectos teóricos y prácticos, es algo que está constantemente preocupando mis circunstancias. Quizás se deba a algún sentimiento de culpa por ese velo con que nos rodeamos para no ver las necesidades ajenas, la agresión cotidiana con que resolvemos los desacuerdos, el sentimiento de disconformidad que nos provocan muchos de nuestros actos. Quizás sea también por eso que les repito a mis hijos, y les escribo en el protector de pantalla de la computadora: el prójimo también existe.

Introducción

En cada acto de nu

estra vida hay una elección entre valores, hay una acción estimada por la ética, ya sea en las relaciones personales o profesionales, en el entorno particular o en la proyección social. Las situaciones que nos rodean, o que nos influyen, nos conmueven cada vez más. Estamos recuperando la preocupación por el prójimo.

El año pasado, uno de los temas importantes, en el foro económico de Davos, fue el comportamiento ético, en orden a las consecuencias de la globalización. En una de las comisiones se expuso sobre “Comportamiento moral: ¿natural o religioso?”. Y en los discursos, por sobre definiciones de tipo económico “como rentabilidad, eficiencia o gestión”, se afirmó la necesidad de “preservar los valores básicos”, “conservar la esencia cultural” o “defenderse de la pérdida de identidad”.

Esta recuperación nos compromete más a reflexionar sobre la ética para orientar nuestras conductas. Es más, no podemos dejar de hacerlo, evadirnos. Permanentemente estamos tomando decisiones, o, como diría Jean Paul Sartre, “…estamos condenados a la libertad”. Una libertad relativa, es cierto, pero sobre la que vamos perfeccionando la conciencia, despertando a la realidad que nos rodea, y aún a aquella que no creíamos que nos afectase, – la globalización replantea, o redimensiona, nuestras actitudes -, y con esa conciencia, vamos estableciendo las prioridades en las relaciones cotidianas.

El tema es complejo ya que toca nuestras responsabilidades morales. Intentaremos referentes para diseñar conductas que nos orienten hacia modelos constructivos.

Creo que es inevitable desarrollar un pequeño esquema teórico, aún a riesgo de ser tedioso. Es necesario que convengamos las definiciones de algunos conceptos para un mejor entendimiento cuando los usemos.

Al proponernos ser éticos, ¿qué queremos decir?, ¿qué entendemos por ética?. La respuesta seguramente ya está en vuestras mentes, y hay una serie de palabras que fluyen con semejanza semántica para explicarlo: «ser buenos», «contemplativos», «respetuosos», etc., asociando ética con conducta, pero, ¿es lo mismo?. Además, ¿hay una sola clase de ética?. La respuesta está en la clasificación que, desde luego, dado el tiempo y el espacio, soslayaremos; pero distinguiremos algunas, a efectos de comprender la necesidad de dicha ordenación, ya que es habitual pensar, apriorísticamente, que hay una sola ética.

Pero no alcanza con clasificar y definir conceptos. Tenemos que saber a qué nos enfrentamos cuando queremos ser éticos. Debe haber algo que dificulta que todos lo seamos. Lograr serlo no pasa por una simple expresión de deseo. No me parecía incorporante un análisis que, grandilocuentemente, terminase con un «debemos ser éticos», como seguramente finalizará este, sin advertir que no es fácil serlo, que hay que lidiar para ello, y tratar de percibir contra qué o quién es esa lucha. Para ello, introduciré un nuevo concepto: la éticobiologia, y propondré reducir la clasificación de las conductas a dos categorías.

Ética y moral

En el lenguaje cotidiano es habitual que nos refiramos, y escuchemos referir, tanto a la moral como a la ética, sin una clara distinción conceptual, que nos obliga a analizar si hay una sinonimia o identidad entre ellas.

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La Real Academia Española parece inclinarse por la similitud cuando nos dice que la “ética es la parte de la filosofía que trata de la moral y de las obligaciones del hombre”. Esto, quizás, porque la palabra “moral”, de origen latino (mos, moris), se interpreta como “costumbre”, Y ética, de origen griego, (ethos) tiene un significado muy parecido, si bien asociando la «costumbre» con el carácter de cada persona.

Podría también ocurrir que la fusión de ambos conceptos sea una forma práctica para desarrollar el discurso o la enseñanza. Sócrates, o Platón por boca de él, termina resumiendo su discurso sobre la «esencia del bien», formulando la consigna de «Sé sabio y serás bueno». Su conclusión filosófica sobre la causalidad moral, sin preocuparse de distinguir la ética, la expresa con una frase que, seguramente, impactaba en sus discípulos.

Pero, la mayoría de los tratadistas, sobre todo contemporáneos, convienen en apartarse de los antecedentes etimológicos para darles significados distintos.

Entienden a la moral como la sumatoria de costumbres y normas impuestas socialmente y que aceptamos, y sobre la base de las cuales actuamos diaria e irreflexivamente. No obstante esta irreflexión, la aceptación de una particular teoría moral, – aún conociendo la asociación que se suele hacer entre ella y los preceptos religiosos -, sería la base del derecho moral. En cambio, a la ética, la definen como la introspección filosófica, la reflexión, que estudia dichos comportamientos, tratando de establecer identidades con las causas. Consecuentemente, están diciendo que primero está el comportamiento irreflexivo y, después, el análisis de ese comportamiento; primero la moral, y luego la ética.

Creo que la distinción entre ética y moral es necesaria, pero no solo para diferenciar entre los actos y la reflexión sobre ellos, sino para anticipar la reflexión al acto.

La moral está en el campo de las ciencias empíricas de la moralidad, que también abarcan a la sociología, la etnología, la antropología, y la psicología. La ética está en el de la filosofía; reflexiona teniendo en cuenta algunos aspectos de la antropología cultural, ya que los actos, en sí mismos, no son morales, dependen de las circunstancias, de los momentos históricos, donde los conceptos de «bueno» y «malo», varía de un estadio a otro, de una época a otra, como ampliaremos al referirnos a la ética relativista.

La observación de las conductas humanas deviene en una clasificación de la que resumiremos algunos casos.

Ética egoísta

Es la que intenta comprender la conducta de las personas que actúan en su propio beneficio e interés.

Esta actitud incluye, no solo los perfiles claramente señalados por la definición, sino aquellos que, consciente o inconscientemente, son, o parecen, «buenos», en el sentido de bondadosos, donde la simulación se convierte en una característica del ser. Esta forma de egoísmo es una condición necesaria, en algunos casos, para sobrevivir y cumplir las funciones propias de la especie.

Otros casos son los que devienen de la famosa frase «no hagas al prójimo lo que no quieras que te hagan a ti», y que hace a la reciprocidad basada en el egoísmo.

Estas conductas suelen ponerse de manifiesto por su actitud selectiva: se es «bueno» con el que conviene. En definitiva, el prójimo es un instrumento que veneran, adulan, tratan como a un par, o un esclavo, según la utilidad que reporta.

Ética relativista

Los conceptos, o las relaciones simbólicas que suscitan en nuestra mente una palabra, o un acto, depende de nuestra experiencia y, o, de la que hallamos aceptado de los demás. «Correcto» o «incorrecto», «bueno» o «malo», no tienen significados absolutos, sino variables y relativos, dependiendo de la persona, de las circunstancias y de su situación social.

Esta relatividad ya era considerada por Aristóteles, quien, criticando un concepto de Platón, interpretaba que el «bien es múltiple y polifacético y habrá por tanto que entenderlo de un modo análogo; Es algo peculiar en cada caso, no un concepto común genérico…». Protágoras, el primero de los sofistas, en cuanto al tiempo, lanza, en opinión de Hischberger, «la grave afirmación de que no existen verdades universalmente válidas y objetivas.»

Desde luego, también es contemplada por la sociología y antropología moderna. “Lo que es funcional o conveniente para unos puede ser muy gravoso o dañino para otros, de modo que hay comportamientos encontrados y mutuamente hostiles que poseen, todos a la vez, buenas razones para existir”. Diferentes culturas, tienen creencias disímiles y comportamientos morales que, conflictivos entre ellos, son perfectamente justificados en cada una de las sociedades que habitan.

Un escéptico moderno nos diría que las elocuciones morales no son, ciertamente, afirmaciones que puedan comprobarse, sino expresiones emocionales frente a un acto.

Pero, aún la relatividad, es relativa. Algunos antropólogos han señalado que existen principios morales comunes a todas las sociedades, o a casi todas, y que denominan valores «universales éticos», tales como las prohibiciones contra el asesinato, el incesto y, permítaseme ponerlo en negrita, el reparto injusto, entre otras.

Podríamos aceptar, entonces, que para el relativismo ético, lo que es «bueno» está en orden a lo que entienda por tal el individuo o la sociedad, que variará con el tiempo y el lugar y, por ende, no hay ningún análisis objetivo que pueda determinar un concepto de «bueno» para todas las personas y sociedades.

Éticobiologia

“…si se reúne un simposio de filósofos especialistas en ética, para hablar de los peligros de la ingeniería genética, vemos a esos filósofos hacer vagas declaraciones respaldándose en textos de Aristóteles o de Spinoza, cuando lo que tendrían que haber estudiado estos filósofos, que hablan de ética y van a un simposio de genética, es bioquímica.”
Luis Racionero

Igual que se ha compuesto un término para explicar la conducta humana a partir de características biológicas, como se define a la sociobiología, podríamos hablar de «eticobiología» para explicar determinadas costumbres o actitudes morales del hombre, teniendo en cuenta sus estructuras genéticas. Además, como una curiosidad no etimológica, si separamos la palabra genética en «gen-ética», podría inducirnos a crear un significado adicional: la ética del gen.

La éticobiologia se distinguiría de la bioética, porque esta «estudia los problemas éticos planteados, tanto en el individuo como en la sociedad en general, a causa de los progresos alcanzados en biología, medicina y otras ciencias.” , es decir, no es su objeto, – el de la bioética -, reflexionar sobre la conducta humana, sino estudiar los planteos éticos derivados de nuevas posibilidades por nuevos descubrimientos como, por ejemplo, la clonación.

En cambio, la eticobiología, sin caer en una concepción antropológica simple, donde perdería su carácter especulativo, constituiría la parte de la ética que intenta explicar las actitudes del hombre, a partir de su estructura biológica.

Esto hace necesario algún conocimiento sobre el genoma humano. Por suerte, hay una gran divulgación científica sobre el tema que nos permite saber, al menos, que estamos hablando del conjunto de todos los cromosomas, o más periodísticamente dicho, del mapa genético del hombre. Cada una de las células de un ser vivo guarda las instrucciones para fabricarlo, y esas instrucciones son el «genoma»; lo que nos lleva a instruirnos, también, sobre el comportamiento celular, en orden a la propagación del género humano

Buscando relaciones con este método, recordemos que el plan de la especie es privilegiar la propia supervivencia, a efectos de poder proteger la de los descendientes. La ética egoísta, que ya definimos, podría encontrar causas en lo que «Richard Dawkins ha actualizado y popularizado …su famosa teoría del gen egoísta. Los organismos serían meros vehículos que los genes construyen para navegar a través del tiempo.» ; ¿no somos un sistema para que puedan reproducirse, sumen información extragenética y extrasomática, y se continúen en otros genes? -, y a partir de allí, y con ello asegurado, se podría pensar en términos cada vez más alejados de las circunstancias propias: la convivencia de la especie.

Este determinismo se relacionaría, de una manera especial, con el comportamiento del hombre tratando de cumplimentar sus necesidades básicas y deseos primarios, comunes a la sociedad humana cualquiera sea su nivel, ubicación geográfica, o época.

La eticobiología, también podría adicionar explicaciones a la desigualdad de actitudes morales, frente a las mismas circunstancias.

En nuestra evolución biológica, hemos acumulado tres cerebros superpuestos, el reptiliano, el de los mamíferos, y el humano. Al primero se lo suele llamar complejo reptílico o complejo R; al segundo, que lo rodea, sistema límbico; y el resto del cerebro está ocupado por el neocortex, “sin duda la incorporación evolutiva más moderna”, según Paul Mac Lean, director del laboratorio de evolución cerebral y conducta del Instituto Nacional de Salud Pública en EEUU. Este científico “ha demostrado que el complejo R desempeña un papel importante en la conducta agresiva, la territorialidad, los actos rituales y el establecimiento de jerarquías sociales”. El hombre está transitando la etapa de imposición del neocórtex sobre el límbico y el complejo R., aún cuando todavía hay casos de lucha del segundo nombrado sobre el tercero. Esto originaría que distintas personas tuviesen reacciones diferentes frente a los mismos hechos según el grado de su propia evolución, que se mediría por su resistencia a “ceder a los impulsos emanados del cerebro del reptil”. Esto, desde luego, no sería una explicación única, sino adicional a la que podría originarse en actitudes diferenciadas en orden a la experiencia, por ejemplo.

La «eticobiología», puede encontrar nuevas explicaciones de algunas conductas y costumbres, que permitiría re-tratar todo lo analizado.

Podría preocuparnos, ya que el ciclo vital parece terminar con la reproducción, que la aceptación y generalización de este enfoque, deviniese en conductas extremadamente escépticas o caóticas.

Es difícil aceptar, aún con base científica, que el cuerpo es un vehículo que se agota con la muerte, que el conductor también tiene una vida limitada, y la continuidad, o inmortalidad, se concreta en nuestros hijos, pero no exactamente como nuestro propio genotipo, que es único, sino como elaboración de uno nuevo, que también será único, en combinación con el del otro progenitor.

La ciencia nos va explicando nuestro pasado biológico, pero todavía está lejos de decirnos algo acerca del futuro, salvo que encontremos la inmortalidad transitoria en la clonación. Por ahora, ese futuro, es especulativo en orden filosófico: ya sea que elaboremos una serie de principios sobre los fines de los seres y de las cosas con una actitud racionalista, o con una heteronomía religiosa.

Entonces, si tomamos conciencia que el hombre es un sistema para que un gen produzca otro gen, sin saber, todavía, para qué, ¿surgirían, vuelvo a preguntar, actitudes escépticas o caóticas, que hiciesen necesarios los sistemas religiosos, como freno a estas actitudes y sus consecuencias?.

Creo que el sistema conlleva un respeto innato, genético, hacia la evolución de la especie que, dentro de un equilibrio ecológico, desata mecanismos de convivencia ordenada, necesaria a la evolución, por la información extrasomática adicional que necesita. Si una hecatombe, natural o digitada, nos llevase a volver a vivir en las cavernas, aún con nuestros conocimientos y experiencias actuales, pero sin libros, electricidad, sistemas de comunicación, de distribución de alimentos, de relaciones económicas y sociales, el retroceso sería milenario; habría que empezar de nuevo a descubrir, inventar, y acumular conocimientos, grabarlos y divulgarnos, mientras nos peleásemos por la subsistencia.

La convivencia es un proceso recíproco, que también es expresado en ámbitos intuitivos cuando escuchamos decir al poeta, «nunca preguntes por quién doblan las campanas, están doblando por ti».

El hombre, como individuo, trata de superar los condicionamientos que tiene como integrante de la especie, y lucha por su evolución. La neuroanatomía, – anatomía del sistema nervioso -, confirma este hecho, y remite como prueba a “la historia política y a la propia introspección”, en opinión de Sagan.

Ética pragmática y trascendente

Hemos hecho una breve introducción de dos tipos de ética, e incluimos una nueva. Para una clasificación más completa tendríamos que recopilar lo que se ha escrito sobre ética humanista, ética autoritaria, ética del derecho, profesional, y otras muchas más; analizar críticamente las ideas desde Aristóteles, pasando por Kant, de quien dicen que es el primero que la concibió científicamente; siguiendo por Schiller, del que afirman que liberó a la moral del moralismo, y llegando a nuestro contemporáneos, de los que seguramente no conozco ni un mínimo de sus expresiones. Pero todas, las descriptas y las omitidas, podrían incluirse en dos: la ética pragmática y la ética trascendente.

La primera trata de comprender y establecer leyes acerca del comportamiento del hombre, teniendo en cuenta las motivaciones genéticas, antropológicas, sicológicas, legales, conscientes o inconscientes. Es decir, agrupamos en esta categoría a todas las que catalogan nuestras actitudes en orden a sus circunstancias.

La ética trascendente valora las conductas reflexionando sobre las cualidades positivas, los principios fundamentales, y los estadios a alcanzar.

No son éticas diferentes, sino enfoques distintos. Uno científico, el otro filosófico. Uno trata de encontrar las causas y establecer relaciones permanentes, y el otro medita sobre el marco teórico y, en función de él, hace valoraciones.

En los análisis cabalgamos sobre los dos enfoques, esto es, describimos para calificar, para hacer juicios de valor, caso contrario estamos en la recopilación de datos, en la función estadística.

Ética y sociedad

Después de esta breve introducción teórica e impersonal, que había señalado como necesaria, creo que podemos continuar, pero ya colocándonos en el centro del análisis. La cuestión es, ¿en carácter de qué nos colocaremos? : …responsables de nuestra familia?, …empleados, …administradores de empresas?, …profesionales?, …propietarios?. Es más, ¿podríamos hacer esta distinción?. ¿Somos solo una persona, – en el sentido externo que le daba Jung -, o un conjunto de ellas que conforman nuestra personalidad?. Y si así fuese, ¿dónde ubicamos la ética y nuestra particular inserción en el tejido social?.

Tenemos injerencias como miembros de la sociedad, en general, y dentro de ella como integrantes de nuestro entorno particular; pero también formamos parte de otros grupos: por nuestros pasatiempos pueden ser artísticos, deportivos, filantrópicos, etc.; por nuestras ideas podemos conformar algún grupo político; por nuestras creencias religiosas, alguno religioso; sin ninguna duda pertenecemos a un grupo familiar en orden ascendente o descendente; y así podríamos seguir enumerando. Pero, en cada uno de esos ámbitos, hay intereses propios, conductas particularizadas a esos intereses y, consecuentemente, referentes éticos distintos.

En todos ellos somos, o deberíamos serlo, una persona, la misma persona.

Si estamos de acuerdo, nuestros referentes han de ser comunes al ubicar nuestra actuación en la sociedad en general, en la particular que nos toca vivir, en nuestra relación con la empresa, el capital, las normas, y nuestras responsabilidades intrínsecas. Concluyamos deslizándonos por este andarivel casi deductivo, apoyados en lo expuesto.

– los referentes

Si acordamos que todas las éticas que podamos distinguir, concurren en dos: pragmática y trascendente, tendamos un puente para que, las conductas morales, vayan encuadrándose en la segunda.

El marco social, es el marco de la ética. La valoración de nuestro comportamiento se mide con relación a los impactos sobre los demás. La ética no existe sin contenido social, sin la existencia de “el otro”, y esto implica la necesidad de convivencia.

Existen estructuras condicionantes de nuestra voluntad: naturales, sociales, y legales.

Entre las naturales encontramos las conductas propias del nivel primario de la especie, basadas en el cumplimiento del ciclo «nacer-crecer-reproducirse-morir», y que son típicamente ofensivas. De hecho, llamamos «primitivo» al individuo que se comporta de una manera agresiva. Superado ese estado, por evolución genética y extrasomática, nos encontramos con conductas derivadas del estado «emocional», que, además de agresivas, suponen una serie de actitudes más complejas y evolucionadas, pero todavía ligadas a algún grado de inconsciencia. El tercer «estado», más intelectual y consciente de los comportamientos, es el que actualmente estamos desarrollando en una lucha por imponerlo sobre los anteriores.

Entre las estructuras sociales encontramos los estado paupérrimos, – calificados conscientemente como estructura -, que favorecen las actitudes basadas en los instintos primitivos, sin negar que no son una condición suficiente, y recordando la tendencia egoísta que nos mueve, encubriendo actitudes primarias como positivas, por aquello de que lo que haga al prójimo de alguna manera me lo hago, o repercutirá, sobre mí.

En orden a la estructura legal, la ética civil de convivencia se expresa como el conjunto de actos mínimos que, frente a determinadas circunstancias, necesita desarrollar el individuo, y que suelen estar establecidos en normas legales. La ética se traduce en la filosofía del derecho. Desde luego, las regulaciones que obligan a determinadas actitudes y comportamientos no tienen, necesariamente, como referente, a la ética de la sociedad, a la ética colectiva; las normas responden a necesidades de desarrollo de las mayorías dentro de una sociedad democrática, o a las de grupos de poder dentro de ésta.

La distinta preeminencia de cada una de las estructuras condicionantes señaladas explican, en parte, la tendencia hacia distintas conductas en cada uno de nosotros, y aún, la contradicción personal en los comportamientos cotidianos.

Por otra parte, justamente por ser condicionantes, no hacen a la ética como recopiladora o referente de conductas libremente decididas.

La estructura genética nos induce a conductas básicas, pero no es suficiente para ordenar las superestructuras acumuladas. Necesita de nuestra ayuda. Hemos alcanzado la libertad de cambiar, de luchar contra las estructuras primitivas, y la evolución requiere que lo hagamos. La falta de comportamiento adecuado que pontifique las relaciones pragmáticas con las trascendentes, puede hacer desaparecer la especie humana, o provocar su involución total, o parcial: concluir en una concentración del poder económico e intelectual que corte, a la mayoría, los vínculos con la información extrasomática, perfilando una sociedad esclava de los intereses de ese poder.

Podemos reconocer la potencialidad del hombre en su preocupación por una convivencia armónica, pero es muy importante estar atentos para evitar los arranques primitivos y emotivos que se traducen en conductas agresivas o depresivas, que tienden a desbordarnos, sobre todo cuando actuamos junto a otros hombres.

Socialmente, podemos acordar que es muy difícil reflexionar en estado de pauperización. La ética trascendente solo puede crearse, sostenerse, con necesidades básicas satisfechas. En línea con este objetivo, parece importante cambiar la cosificación por la identidad, como una forma de cambiar el marco social en que vivimos. Los estados paupérrimos favorecen las actitudes basadas en los instintos primitivos. La ley no es suficiente, o no se necesitarían instituciones que vigilen y penalicen su incumplimiento, como la policía y los jueces. Las conductas derivadas del temor no crean ambientes socialmente éticos.

Toda actitud que conduzca a perfeccionar nuestro grado de convivencia, es válida. Toda creencia religiosa, o especulación científica que la fundamente, tiene que ser bienvenida. Los niveles son distintos, los caminos son varios. Es tan válido luchar por una relación armónica creyendo en la evolución de la especie, – nuestra existencia es la inmortalidad de nuestros antepasados -, como por creer en la retribución moral de un ser superior. Es aceptable cualquier impulso que motive actos morales, aunque debamos preocuparnos por las formas que asuman y los egoísmos implícitos.

Las conductas deben derivarse de la reflexión acerca de la convivencia, y de las causas que hace necesario el respeto al prójimo. Es cierto que existe un grado distinto de evolución en cada uno, que nos lleva a distintas conclusiones en nuestras reflexiones, pero tenemos una historia, un conocimiento, y una memoria común, que pueden conformar esas bases, apoyados en el «tercer estado» que definíamos en la éticobiologia como intelectual y consciente, o respaldados en sistemas de fe que nos confían una inmortalidad anidada en principios religiosos.

Hemos evolucionado suficiente para darnos cuenta de la libertad que poseemos para construir y elegir algunos caminos alternativos. Ya ha comenzado a ser relevante lo que nosotros podemos hacer para alterar la conformación y determinismo, que nos han sido dados.

– la sociedad

Desde el punto de vista de conjunto humano organizado, contiene a grupos, y estos a individuos, sin que el grupo sea la sumatoria de los individuos que lo componen, como tampoco las sociedades son la sumatoria de grupos. Cada una de las categorías trasciende la simple agregación, para tener identidad propia, y configurar relaciones sociales internas y con las otras categorías, ya sea que las comprendan o estén comprendidas. Y, en consecuencia, en lo que nos atañe, tenemos, o podemos tener, éticas distintas que crean situaciones conflictivas entre nuestros intereses como individuos del mismo grupo, y con los de otro; a su vez, seguramente, nuestra asociación puede tener comportamientos, y referentes de los mismos, contrapuestos a los de otros grupos, y a los de la sociedad que conforman.

Asumamos la existencia de conductas morales coexistentes y conflictivas, cuya regulación es preocupación de las distintas jerarquías sociales, y cuyo éxito depende de distintos factores, según sea el representante que opine.

Para algunos, la conciencia colectiva, si se la puede catalogar como jerarquía, es el freno a las actitudes individuales que perjudican al conjunto de la sociedad.

Para otros, lo es la cultura ética, despegada de dogmas filosóficos o religiosos, fortaleciendo las convicciones morales.

Hay quien afirma que únicamente se puede imponer una ética fundada en la fe, en un dios, ya que tiene mas sustento que la fundada en el hombre, aún aceptando que podemos ser éticos por el principio de razón suficiente.

Legalmente, decidir cuáles son las normas morales que deben prevalecer entre los intereses en conflicto, es una cuestión política. El legislador traduce a leyes esa decisión, y conforma un ordenamiento jurídico que respalde a las instituciones encargadas de imponerla. Esta es la tarea del estado.

El problema se complica con la globalización, contenedora, adicionadora, y amplificadora de conflictos sociales. La fragmentación del saber, la hiperespecialización, nos hace perder de vista los resultados. Estudiamos una carrera, dentro de ella nos especializamos en algo y, aún así, la cantidad y velocidad de la información nos obliga a dedicarnos a una rama de esa especialización. Formamos parte de una cadena de montaje, sin tener muy claro lo que terminamos de ayudar a producir, al final de la línea.

La globalización nos urge a plantear la necesidad de una ética mundial. Los esfuerzos se están haciendo. En septiembre de 1993 tuvo lugar, en Chicago, la Asamblea del Parlamento de las Religiones del Mundo, que elaboró una «Declaración de ética mundial». El esfuerzo es ejemplar si no se soslaya la imposibilidad de adoptar principios religiosos o filosóficos mundiales, únicos, que le sirvan de marco. No se puede pretender que todos sean upasakanas, católicos, o kantianos.

Necesitamos encontrar un clima común de convivencia independientemente de cualquier principio religioso o filosófico, que permita el establecimiento de un común denominador moral, o, si prefieren, observemos cuales son las actitudes morales comunes y construyamos ese marco ético. Después de todo, navegamos juntos en este pequeño planeta Tierra.

El tema no es fácil. Cuando se quiere generalizar una norma, hay que luchar, al menos, con dos frentes: las propias convicciones, – en beneficio de la mayoría -, y las presiones externas. Pero, hay un factor común mundial, además de todos los antropológicos, que podría ayudar en el intento, y es estar conviviendo en una sociedad capitalista.

– el capital

El capitalismo no escapa al común denominador de todas las doctrinas económicas: el anhelo de lograr el bienestar de la población. Las controversias comienzan cuando hay que decidir el medio para lograrlo, de las que no escapa este sistema que nos toca transitar. Por ello, para que el capital no pierda de vista el objetivo mencionado, es necesario preocuparse de los referentes éticos que guíen las medidas económicas.

El tema no pasa por las definiciones acerca del capital, – además de que nuestro objetivo es reflexionar sobre ética y no sobre economía -, sino dónde lo colocamos en nuestra escala de valores. Duby nos recuerda que en la Europa del siglo XV se inició la marginación de los pobres, y la «riqueza se convirtió en sinónimo de virtud» , y de allí, quizás, surge la admiración hacia el que triunfa económicamente, valorizando los resultados en relación directamente proporcional a la ganancia monetaria obtenida. Entonces, es importante construir un estado de alerta para no trastocar los fines con los medios, no olvidar que la ganancia, la acumulación de capital, es el vehículo para lograr el bienestar del hombre, en general, no en particular del dueño del mismo, que sí debe tener, desde luego, su rédito

Consigamos compatibilizar el fin del capital, con el de la ética. Esta relación no puede pensarse en términos ideales, sino pragmáticos, asumiendo vivir en un mundo de circunstancias cotidianas, pero, concibiendo el pragmatismo en términos filosóficos, que “basa el criterio de la verdad del conocimiento en la utilidad, en la finalidad y en la acción”, y no en teorías que consideran “la utilidad como criterio de verdad”.

Nosotros sabemos muy bien que, el capitalismo, ha perfilado dos sujetos, u objetos, de características peculiares, abstractas e iconográficas: el «homo oeconomicus», y el “saldo de caja de hoy”. El primero es la imagen de un hombre absolutamente racional, que actúa en beneficio de sus intereses económicos, y ello debería traducirse en el beneficio del resto de la población; el segundo, es la prioridad para tomar medidas económicas independientemente de su impacto sobre la humanidad, aun a costa de cualquier intento de planes socioeconómicos para el futuro. Ambos de han convertido en referentes obligados para los que deciden cómo llegar a lograr el bienestar del hombre, aún a expensas de la ausencia de valores fundamentales en su concepción. Urge empezar a iconizar un «homo oeticus», inventando una voz latina para contraponerla a la anterior, – «homo oeconomicus» -, y se me ocurre que, el medio para ello, es la entidad sobre la que basa su curso de acción el capitalismo: la empresa.

– la empresa

Creo que nadie duda, ni critica, que el fin del capital es obtener ganancias. Pero, junto a ese fin, se instalan dos conceptos: que el éxito se mide por los resultados, y que las decisiones empresarias deben orientarse a lograr la mayor eficiencia en las operaciones, o productividad. Cuando estos componentes interactúan entre sí, sin comprometer ningún otro valor, se produce el vacío ético. Es casi comprensible, no aceptable, que se actúe así, cuando la acumulación de ganancias es un camino para obtener espacios de poder, los que retroalimentan y «justifican» las prácticas no muy leales de la producción, y se actúa en un contexto donde operan mecanismos generalizados de impunidad, en los que vence el más fuerte, no necesariamente, el más correcto. Una encuesta Gallup, efectuada en septiembre de 1996, y que creo vigente, estableció que “el 58% de los argentinos pensaba que ser una persona honesta no servía, en el país, para alcanzar el éxito.”

La responsabilidad de instalar, o mantener, los valores éticos en las empresas, es de los niveles de conducción que están en la punta de la pirámide de la estructura organizativa. Las actitudes que se tengan se derraman sobre el resto de las personas que la integran; son imitadas, crean climas de seguridad, o inseguridad y, en definitiva, marcan el ambiente de control que tiene mucho que ver con la vida de la empresa. Podemos tener un aliado en el propio capital cuando, afectado por el vacío ético, concluya que necesita de comportamientos éticos para poder protegerse de los que atentan contra él, por contagio, cuando actúa deshumanizadamente.

Centremos el enfoque en las personas: las empresas tienen los fines que desean sus socios mayoritarios. El capital y la empresa no tienen adjetivos calificativos. No son buenos ni malos. El capital no es inhumano, puede serlo el capitalista; a la «empresa» que le falta ética, no le falta en sí misma, sino por la conducta de sus administradores.
El profesional que se desempeña en las empresas puede liderar la instalación de actitudes morales dentro de ellas. Seguramente se les van a ocurrir muchas formas. Una de ellas es considerar, en las evaluaciones del personal, variables que midan sus valores éticos y, en forma concurrente, lograr un corredor ético entre las empresas y sus accionistas.

¿Cuál es nuestra pretensión, en general?. ¿Cuál es nuestra escala de valores?. O, como ya nos preguntamos, ¿tenemos conductas morales diferentes según el ámbito en que actuamos?. Es probable que nuestro desempeño, esté muy ligado a nuestra responsabilidad ética como integrantes del núcleo familiar.

– la familia

La relación entre nuestra conducta como miembros de la familia y como sostenes económicos de la misma, es que, la segunda función, es una condición necesaria para la primera. Si somos responsables del futuro de la familia desde una concepción éticobiológica, o emotiva, el trabajo es una necesidad para ese fin, salvo que, por fortuna, fuésemos ricos. Es decir que, si nuestra prioridad es la familia, podríamos justificar, según las circunstancias, no ser éticos en otros ámbitos, porque debemos serlo en este.

Desde luego este no es un análisis de casos patológicos. No se trata de justificar, simplemente, todos los actos inhumanos o delictivos. Pero, esta relación entre la supervivencia de la familia y la necesidad de trabajar se contempla, cada vez menos, en el análisis estadístico entre el aumento de la delincuencia y la baja del ingreso en determinados sectores, sin dejar de observar que, las actitudes inmorales para lograr ingresos pecuniarios, no son privativas de las personas de menores recursos, caso contrario no nos hubiésemos preocupado de la ética del capital.

El ansia de poder, que ya señalamos, se une, en forma concurrente o paralela, a otro fenómeno: la cosificación, donde convertimos a otras personas, o somos convertidos, en objetos. ¿Cuál es el límite de la necesidad propia que justifique determinadas conductas?.¿Cuál es el límite ético, en la posesión de cosas?.

Actuar deshumanizadamente en un ámbito, por que debo ser ético en otro; justificar la falta de ética, como capitalistas, simples trabajadores, o profesionales, – administrando empresas, o actuando en forma independiente -, porque tenemos como prioridad a la familia, es una razón que debemos resistir. Si no lo hacemos, justificaríamos, también, la postergación de la familia, en beneficio propio, porque “si yo no existo”, o “no estoy bien”, “no los puedo proteger”. Es como seguir, en la vida, el consejo de la azafata en los aviones: uno debe ponerse la máscara de oxígeno primero para poder ponérsela, después, a los niños.

Es necesario que seamos muy cuidadosos, y en lo posible, optemos por rechazar conductas de deshumanización presentes, basadas en el bienestar futuro.

Bibliografía

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de Pedro y Asoc Valentín. (2002, diciembre 17). Consideraciones sobre ética social y empresarial. Recuperado de https://www.gestiopolis.com/consideraciones-sobre-etica-social-y-empresarial/
de Pedro y Asoc Valentín. "Consideraciones sobre ética social y empresarial". gestiopolis. 17 diciembre 2002. Web. <https://www.gestiopolis.com/consideraciones-sobre-etica-social-y-empresarial/>.
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de Pedro y Asoc Valentín. Consideraciones sobre ética social y empresarial [en línea]. <https://www.gestiopolis.com/consideraciones-sobre-etica-social-y-empresarial/> [Citado el ].
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