En buen número de estudios sobre clima laboral realizados en diversas empresas suele concluirse que el ambiente de trabajo reconocido por los colaboradores es de nivel promedio. Y esto, lejos de tranquilizar a los promotores de la medición, los confunde cuando no los alarma.
¿Cómo puede explicarse esta situación? ¿Es acaso que los trabajadores mienten? ¿O será tal vez que los instrumentos de medición son inadecuados y poco fiables? Examinemos algunas razones que explican estos resultados.
Este clima de nivel promedio arrojado por trabajadores de diferentes organizaciones puede explicarse, en primer lugar, por la capacidad de los colaboradores para adaptarse a su actividad laboral por más o menos variada, agradable o compleja que ella sea. Esta sería una característica de nuestra cultura del trabajo en América Latina, como sostienen varios autores. Con estos puntajes de nivel promedio, los evaluados le reconocen a su empleo aspectos rescatables, por ejemplo, ser fuente de relativa estabilidad, de prestigio social, de dinero, entre otros beneficios.
Asimismo, un mercado laboral deficitario, con sobre-oferta, impone conformidad a quienes se acomodan dentro de él y les hace aceptar la ubicación conseguida con todas sus ventajas y desventajas.
Este estoicismo con el que, todavía hoy, un sector de nuestra Población Económicamente Activa acepta sus condiciones de trabajo lleva cultivándose largo tiempo. Como se sabe, hasta los años noventa América Latina conoció una severa crisis económica y social a modo de alto desempleo, hiperinflación, bancarrota estatal y violencia.
Este contexto orientó a la población a preferir la aparente seguridad de un empleo, tal vez precario, sobre el desarrollo personal y profesional. Algunas estadísticas evidencian aún hoy que a menor nivel socio-económico el tiempo de permanencia en un empleo es mayor. Muestra de ello es que los jóvenes de sectores emergentes tardan más tiempo en cambiar de trabajo.
Un análisis del último censo poblacional peruano permite concluir lo siguiente. Un 14% de la población joven entre 15 y 29 años está desempleado. Esta tasa duplica la de la población de más edad. Un 64% realiza trabajos de poca calificación. Un 57% de ellos tiene empleos de baja calidad y productividad. Y un 52% de los jóvenes que trabajan carecen de seguro de salud. Estos hechos explican el elevado apego al trabajo así éste sea poco estable o temporal.
Los elementos que marcan el juicio positivo acerca del empleo que se tiene van más allá de los bajos sueldos y de los horarios extenuantes. La mayoría de los entrevistados en varios estudios de clima apreciaba mucho su trabajo y hasta exageraba su importancia debido a la autonomía personal que supuestamente les confería.
En suma, si bien estos factores pueden explicar la aprobación de los trabajadores del clima imperante en sus empresas, no debieran tranquilizar a sus directivos. Lo que se impone es hacer un análisis profundo y prolijo de la conducta de mandos y líderes de las organizaciones, pues son ellos quienes construyen el clima con su conducta cotidiana y a menudo de modo inconsciente.
Es este clima el que tiñe las relaciones cotidianas entre los colaboradores. La presión de los jefes y los empleos precarios suscitan conformismo pero no compromiso.