Valores Humanos: una receta maravillosa

Entre las cosas más simples, más bellas y más efectivas que existen se encuentran los Valores Humanos, esos condicionamientos de actitud moral que se hallan profundamente arraigados en el espíritu del hombre. No hay ningún rastro de complejidad en los Valores que debe adoptar una persona como factor directriz de sus actos en la vida, no existe ningún doblez en ellos. La aplicación de Valores correctos previene la adversidad y constituye formula efectiva y receta maravillosa para resolverla.

Pocas cosas existen en la vida, especialmente en términos del hombre y su conducta individual y social, cuya evaluación pueda estar determinada por una fórmula específica y cuya solución dependa de la sencilla aplicación de una “receta”, cual la posología que emita un galeno.

La complejidad del hombre y de su entorno social provoca que sea muy difícil pensar, o incluso suponer, que existan remedios sencillos o “curas milagrosas” para las dificultades que lo aquejan. La idea de lo sencillo, o de lo simple ya no pertenece a esta época que nos toca vivir, la dificultad forma parte de una estructura mental que condiciona la forma de hacer y ver las cosas en este mundo que se afana de ser “moderno”. En nuestra concepción contemporánea de las cosas, los problemas, los conflictos y las adversidades siempre son complejos y las explicaciones simples o soluciones sencillas siempre son “sospechosas”. El hombre de hoy está programado para la dificultad desde su niñez, desde entonces se lo prepara para que enfrente un mundo despiadado, una vida dura y difícil.

El niño entiende mucho de la dificultad antes de conocerla. Sólo se le promete “sangre, sudor y lágrimas” al mejor estilo de un Winston Churchill que visualiza inminente dolor y destrucción para su pueblo.

Probablemente el error no radique en presentar con cruda objetividad lo que es la vida o lo que puede llegar a ser, pero sí es una seria falta marginar de todo esto el significado de lo simple, de lo fácil, de lo sencillo. Hasta cierto punto es razonable plantearse con convicción que la vida es muy difícil, pero no es nada racional plantearse que por ende toda solución de la dificultad debe también ser difícil. Suponer que para un problema difícil la solución es por fuerza difícil es absurdo, sin embargo es precisamente lo que termina por programarse en la mente de la gente gracias a la proclama incansable de la dificultad.

Debemos entender claramente que la sencillez no solo existe, también es el camino idóneo para la resolución de problemas, lo contrario es solo un afán de complicarse la vida de manera gratuita. También debemos entender que sí existen fórmulas específicas y “recetas” maravillosas para prevenir y para actuar sobre las adversidades. Incluso es sano suponer que los propios milagros existen porque el hombre mismo no es nada más que eso: un milagro. Veamos un ejemplo concreto de una fórmula específica que evita problemas: el hombre que no cae en un vicio o en la tentación de él (sea cual fuere éste) seguramente evita serias contrariedades en algún momento de su vida. Así de sencillo. ¿Alguien podría objetar este hecho? ¿Acaso no es una verdad consumada que el hombre de conducta recta, por ejemplo, tiene menos probabilidades de enfrentar problemas que el hombre de vida disipada y de conducta errática? O analicemos por un momento el caso de una “receta” maravillosa: “el fuego no se apaga con fuego”, es decir que la solución de un problema nunca se encuentra en la aplicación de medidas que sólo lo aviven.

Esta es una máxima, una “receta” de ésas que tanto molestan a ciertos intelectuales que viven de la complejidad. Lo simple no sólo existe también es muestra conmovedora de belleza y efectividad.

Entre las cosas más simples, más bellas y más efectivas que existen se encuentran los Valores Humanos, esos condicionamientos de actitud moral que se hallan profundamente arraigados en el espíritu del hombre. No hay ningún rastro de complejidad en los Valores que debe adoptar una persona como factor directriz de sus actos en la vida, no existe ningún doblez en ellos. La aplicación de Valores correctos previene la adversidad y constituye formula efectiva y receta maravillosa para resolverla.

Probablemente el único aspecto dramático relacionado a la sencillez de los Valores sea la propia determinación de éstos, porque es también el hombre quien en su libre albedrío los establece. El hombre mismo es quién puede equivocarse en la determinación de los Valores que dirigen su vida y allí, por supuesto, corre el riesgo de terminar mal.

Afortunadamente para esto también existe prevención, porque nos ha sido otorgada desde hace mucho tiempo la “receta” de Valores que no deja margen a la equivocación. Su ejercicio solo lleva a la confirmación que las dificultades de la vida se pueden evitar y se pueden enfrentar de manera simple y efectiva. Puede argumentarse, por supuesto, que la fijación de Valores responde a consideraciones de cultura, de ambiente, de tiempo, de dogma, de filosofía aplicada, de psicología social, etc.; pero ante esto también corresponde ser prácticos y sencillos, porque los Valores responden primero a una íntima consideración personal. Allí, en lo profundo del corazón y de la conciencia, un llamado a ciertos Valores Humanos alcanza una respuesta natural de nuestros espíritus. Si esto sucede, nuestro mismo ser reconoce la validez de los Valores que se le plantean y los adopta. Por otra parte si los Valores pueden demostrarse efectivos y suficientes en sí mismos, superan también cualquier prueba de admisión.

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El conjunto de Valores Humanos descritos a continuación ha pasado todas las pruebas de la historia, todos los rigores del tiempo, todos los cambios de la humanidad. Y su contenido y su eficacia permanecen incólumes, su sabiduría poderosa, su poder inalterable. Sería simplemente absurdo ignorarlo por consideraciones de metodología intelectual.

Hace más de dos mil años, Pedro, el apóstol y piedra angular de la futura iglesia cristiana le planteaba a la humanidad esta “prescripción“ maravillosa de Valores:

1.- La caminata exitosa por la vida precisa primero Tener Fe. El hombre victorioso debe ser una persona que tenga CERTEZA de aquello que espera y CONVICCION por el resultado que aún no ve. Es absolutamente indispensable CREER más allá de las circunstancias, tener seguridad en el resultado que se espera. La vida otorga poco a los hombres de poca Fe.

Entre los resultados y los acontecimientos más inciertos la Fe del hombre en la tarea y en las posibilidades no debe menguar. Una proporción enorme de los fracasos se explican por abandono. El éxito no se alimenta del tiempo, el éxito vence al tiempo, lo domina. El éxito no es una carrera de velocidad, el éxito es una carrera de fondo. La capacidad de resistir las adversidades, la fortaleza para caminar en medio de ellas, absolutamente convencido de las posibilidades de victoria, sólo puede encontrarse en una inquebrantable Fe. Y la Fe no debe confundirse con esperanza, la Fe establece completa seguridad en el empeño.

Tampoco debe confundirse con falta de flexibilidad o de sentido práctico. Estas últimas son actitudes que deben aplicarse en el camino, la Fe debe estar puesta en el objetivo, aquel que se encuentra al final del camino.

Este primer ingrediente de la receta es insustituible. La persona que no tiene Fe en sí misma, en lo que hace y en lo que puede conseguir, no superará las pruebas y la victoria le está absolutamente vedada.

2.- El camino correcto se encuentra añadiendo a la Fe, Virtud. La Virtud es una cualidad personal buena y correcta, la Virtud se demuestra con buena conducta y un comportamiento que se ajusta a las normas y leyes morales. El hombre debe ejercitar una acción virtuosa y un recto modo de proceder.

Sin esto último la Fe no se consuma porque la vida solo presentará caminos tortuosos, llenos de obstáculos y contrariedades. Muchos hombres de Fe terminan por abandonarla ante la magnitud de los problemas que enfrentan, pero la Fe no puede evitar el surgimiento de problemas si el hombre que dice profesarla no es alguien que haga de lo virtuoso su código de conducta. Es cierto que el mundo no puede mostrarnos muchos hombres de Fe, pero aún muchos menos son aquellos que a ella le añaden Virtud. En esta última categoría seguramente ya no se inscriben los Hitler o los Stalin, personajes de actitudes mesiánicas que tuvieron Fe enorme en “su llamado” y en sí mismos pero que carecieron de Virtud.

3.- Las dificultades del camino se evitan añadiendo a la Virtud, Conocimiento. Esta es la facultad de entender y juzgar las cosas. El Conocimiento es entendimiento e inteligencia. Aquí se premia el esfuerzo del hombre por aprender y saber, por experimentar y crecer. Cuando el conocimiento se suma a la Fe y a la Virtud emerge más allá de la erudición.

Resulta conmovedor apreciar cada momento cuántas personas fundamentan su recorrido por la vida y su búsqueda de éxito tan solo en su capacidad intelectual: ésta es una muestra dramática de pobreza, pero también es conmovedor ver a gente de Fe y de innegable Virtud sin fruto en su existencia por carecer de Conocimiento: ésta es otra forma de pobreza.

Por ello esta receta maravillosa añade Valores específicos unos a otros, porque solo en su combinación intrínseca y en su sinergia se alcanza el sentido y el beneficio.

Si el ser humano no es entendido de forma integral, en el sentido completo de su naturaleza, poco aprovecha el interés de conocerlo. El hombre es una criatura de complejidades fantásticas, no ocupa una sola dimensión. Aquellos apologistas del conocimiento, de la técnica y de la ciencia como elementos diferenciadores del bienestar presente y futuro de la humanidad, no están conceptualmente habilitados para entender al ser humano. Ellos padecen un complejo de inferioridad ante el pavoroso poder de los elementos y de los fenómenos que componen nuestro universo, y como el humilde hombre que hace un par de siglos sintió alivio enorme por su futuro al presenciar las primeras máquinas de vapor, ellos quieren sentirse más seguros apostando el porvenir de la especie al Conocimiento del hombre.

En realidad, el destino de la humanidad se encuentra en su capacidad de entender y aplicar los Valores que en privilegio absoluto sobre las otras especies le han sido otorgados.

4.- La libertad en el camino procede de añadir al Conocimiento, Dominio Propio. ¡Cuántas personas desconocen el éxito y la victoria porque no conocen el Dominio Propio! El Problema mayor del hombre lo constituye él mismo, la pelea principal se desarrolla en su interior. No tenemos enemigo más peligroso que nosotros mismos, no hay juez más inflexible ni verdugo más eficaz.

El Dominio Propio le exige al hombre capacidad de autogobernarse, de controlar sus emociones, sus miedos y sus angustias, con la serenidad de quien posee Fe en sus condiciones y en sus posibilidades, Virtud para sostenerlas y Conocimiento para llevarlas a buen fin.

El Dominio Propio es un estado indispensable para el ejercicio de la vida. El control de las emociones es un mecanismo de equilibrio vital para el carácter mismo que tiene la adversidad, pues ésta viene revestida de elementos de enorme intensidad. Cuando los problemas no son tratados con elevadas dosis de Dominio Propio, desaparece el equilibrio, se combate el fuego con fuego, se avivan las llamas, hasta el punto en que el fuego termina prevaleciendo.

Si el hombre no tiene capacidad de controlarse a sí mismo entonces no tiene capacidad de controlar sus problemas.

En la lid cotidiana contra los conflictos y las contrariedades la razón debe imponer sus buenos argumentos sobre el conjunto de emociones. Sin ello no existe posibilidad de victoria. La convocatoria se dirige a la razón precisamente porque la lid misma está plagada de emociones. Y si bien el objetivo no es eliminar las emociones o desconocerlas, resulta imperioso impedir que ellas dominen las circunstancias. Los conflictos que enfrentamos en la vida están llenos de emociones, ellas están allí porque responden a un llamado natural. Las emociones se filtran por todas partes, por cada resquicio y cada momento que establece la adversidad, no desaparecen por absurdo esfuerzo que se imprima en la tarea, permanecen impasibles en tanto el ser humano protagoniza la obra. Porque las emociones son en última instancia el combustible mismo del hombre, el alimento del alma y su fuerza motriz.

El objetivo es alcanzar Control. Las emociones deben controlarse; es necesario equilibrar su impulso con una fuerza contraria que modere sus efectos y encauce sus energías. Esta fuerza opuesta es la razón.

La razón viene acompañada con un vasto instrumental de lógica, sentido común, principio, urgencia, conveniencia, convicción. Y todo ello se antepone a la emoción desbocada en forma de un pensamiento claro, de un argumento.

El deseo mismo de hacer prevalecer la razón ante la adversidad se convierte luego en una emoción que sostiene el proceso, construyendo con ello un cauce útil y beneficioso para el desenvolvimiento de las energías. Napoleón confesaba que el momento de sus aprontes militares se hundía en agitación penosa, parecía una joven que da a luz, pero ello no le privaba de mostrarse sereno ante la gente que lo rodeaba, y cuando tomaba una decisión todo quedaba en el olvido, menos lo que era necesario para alcanzar la victoria. Esto es exactamente Dominio Propio: sentir ardientemente las emociones, allí en lo profundo de lo que uno es y tener sin embargo la capacidad de mantenerse impasible ante los demás a pesar del fuego interior que uno sienta, y el momento de actuar olvidarlo todo, menos el pensamiento claro y el argumento que conduce a los objetivos. De esta forma el ser humano trabaja como esas máquinas de vapor que alcanzan ebullición interna y canalizan ésa enorme energía a un punto preciso, uno que genera un movimiento vital, gigante, poderoso. En el hombre la ebullición se consigue por medio de las emociones, pero el control permite que esa fuerza se dirija a un punto preciso y desde allí mueva la maquinaria que el pensamiento ha creado para actuar en función de los objetivos.

Si este “vapor interno” no es controlado, entonces sale por cualquier lado, no mueve nada en particular, puede quemar a todos alrededor y termina por encontrar víctima en su propio creador.

5.- Los frutos que depara la caminata se alcanzan añadiendo al Dominio Propio, Paciencia. La mejor definición que existe para Paciencia es “tranquilidad para esperar”. Sin embargo, ¿hay muchas cosas más difíciles que ésta? Una cosa es por supuesto, esperar, pero una muy diferente es hacerlo con tranquilidad. Esto último es solo posible en la serenidad de espíritu que otorga la Fe, la seguridad de estar haciendo lo correcto, la confianza de saber lo que se está haciendo y el sosiego que otorga un sano control de las emociones.

La Paciencia es probablemente uno de los Valores que se encuentra en mayor riesgo de extinción en los tiempos actuales. Hoy nos preciamos de hacer gala de la premura, del sentido práctico, de la agilidad. Los niños se forman en una cultura que ensalza el “facilismo” y lo antepone a la sabiduría de lo simple y lo sencillo.

La dinámica del entorno gobernada por una vorágine de acontecimientos que se desenvuelven a la velocidad de la luz, nos ha convertido en seres “reactivos” que ya tienen poca posibilidad de hacer prevalecer sus propios tiempos. Mafalda, ése hermoso personaje del dibujo pedía que “paren el mundo porque me quiero bajar…” Imaginemos entonces condiciones más desfavorables para apelar a la Paciencia.

Sin embargo es precisamente la “enfermedad” la que la da valor al remedio, porque por otra parte es probable que nunca antes en la historia del hombre la Paciencia haya constituido una solución más eficaz para enfrentar el conflicto y la adversidad. Hoy nos encontramos ante el dilema de hacernos dominar por la vorágine o eludirla y marcar nuestra propia agenda. No debemos olvidar nunca que el fuego no se combate con fuego, la regla de imponer los opuestos neutraliza la adversidad.

El hombre que ejercita estos Valores es un hombre seguro de sí mismo, no es un hijo de las circunstancias, sabe qué esperar y puede hacerlo con la tranquilidad de quien tiene la certeza que a la penumbra de la noche SIEMPRE le sigue la luz del nuevo día. Un hombre seguro es un hombre tranquilo; un hombre tranquilo encuentra paz en la espera.

6.- La compañía en el camino se consigue añadiendo a la Paciencia, Piedad. Este último valor y el que le sigue establecen el carácter social que tiene el hombre. La Piedad está inspirada en la consideración a los demás y manifestada en actos de abnegación y compasión. La Piedad es el marco grande que soporta la empatía.

A veces, sin embargo, resulta mucho más apropiado entender este Valor como aquel que determina la necesidad de Dar.

En tanto que el hombre no está concebido como una criatura que se complete en soledad, su relacionamiento con los demás debe estar condicionado por la máxima de Dar aquello que se quiere recibir. De sembrar en los demás lo que de ellos se quiere cosechar. De invertir en los otros lo que deseamos para nosotros. Esta regla que puede llegar a tener dimensiones matemáticas frecuentemente es subestimada e incluso tratada con desprecio. Su sentido vital ha sido reemplazado por una compleja red de relaciones humanas que se fundamenta en el interés individual y el egoísmo.

La persona de visión, el hombre grande, entiende que las fronteras del “yo” son muy estrechas y la perspectiva de vivir entre ellas no es muy diferente a la que tiene un roedor en su madriguera. El hombre que posee un espíritu de trascendencia sabe que las grandes planicies de tierra prometida se encuentran mucho más allá del “yo”, en el mundo ancho y ajeno que habitan los demás. Hacia allá tiende líneas y puentes, invirtiendo en ellos lo que de ellos quiere recibir. Esta lógica de considerar necesarios a los demás obliga también a sentirse necesario para los demás, allí se vuelven importantes los actos de abnegación y compasión.

Sorprende que una lógica tan simple sea comprendida por muy pocos; incluso es probable que esta lógica sea precisamente la víctima más ilustre del paradigma de complejidad en el que hoy vivimos. Ocuparnos de los demás es ocuparnos de nosotros mismos; cuidar de los otros es cuidar de nosotros. El hombre solo es un ser limitado y carente, el hombre de inteligencia superior se sirve de los demás “sirviendo” y así alcanza objetivos mayores.

7.- Las vicisitudes y las alegrías del camino se comparten añadiendo a la Piedad, Afecto Fraternal. La forma de relacionarnos con los demás debe manifestarse a través del Afecto Fraternal, este es el Valor sugerido para la socialización del hombre. El afecto está desprovisto de apasionamientos, se traduce en un cariño calmo y una benigna simpatía hacia los demás. En la vida somos todos compañeros de viaje, compartimos las penas y las alegrías de la travesía, buscamos cumplir un destino. Básicamente nos queda elegir si la travesía la efectuamos en paz con los demás o sin ella.

8.- Para alcanzar el final del camino debe añadirse al Afecto Fraternal, Amor. Los Valores se resumen aquí de manera grandiosa. La demanda de añadirle Amor a la receta no es un postulado poético, es una reflexión de fondo. En realidad el Amor es el dínamo que genera toda la energía que se precisa para vivir: amor por uno mismo, amor por lo que se hace, amor por los demás, amor por lo que se tiene, por lo que se quiere tener…

Sin Amor el tránsito por la vida pierde motor, y lo único que conduce al hombre por sus derroteros es la inercia, ésta última termina en algún momento y se produce la parálisis. La gente que transita la vida sin rumbo es gente que ha perdido Amor. Estas personas son sombras que oscurecen todo a su alrededor y tienen pocas oportunidades de culminar satisfactoriamente el viaje, no digamos con algún atisbo de éxito. Sin Amor no existe Fe, virtud, conocimiento, dominio propio, paciencia, piedad o afecto fraternal; sin Amor el ser humano tiene poco valor.

Es tan dramático este hecho que afortunadamente se presenta pocas veces. La mayor proporción de la gente que puede considerarse “con vida” profesa Amor por algo, aún cuando ello se encuentre en lo profundo de sus tribulaciones.

Las situaciones más habituales se remiten al Amor mal entendido; aquí es donde el hombre se vuelve un ser carente, porque calcula sentir Amor pero en realidad no entiende lo que esto significa y en este proceso pierde, aún cuando quiere ganar.

Cuando se vive con Amor y se hacen las cosas por Amor los resultados están garantizados, el ser entero se dinamiza y produce una energía de prodigiosos alcances. Los resultados parciales, los procesos incompletos, las victorias o las derrotas “relativas”, tienen origen en el entendimiento equivocado del Amor.

Porque el Amor no se perfecciona en las palabras, el Amor no es porque digamos que lo sea o porque así lo entiende nuestro ego. El Amor está muy lejos de las pasiones o de las posiciones simples y cómodas, el Amor no es reflexivo, actúa, el Amor no se cobija en dichos, gestos o impulsos. Probablemente la actitud más soberbia que practica el hombre esté relacionada con su manifestación equivocada del Amor.

Para entender el significado profundo del Amor podemos remitirnos nuevamente a Pedro, éste lo describe con una conmovedora exactitud, en cada frase, en cada palabra, en cada pausa:

• El Amor es sufrido.
• El Amor es benigno.
• El Amor no tiene envidia.
• El Amor no es jactancioso.
• El Amor no se envanece.
• El Amor no hace nada indebido.
• El Amor no busca lo suyo.
• El Amor no se irrita.
• El Amor no guarda rencor.
• El Amor no se goza de la injusticia, mas se goza de la verdad.
• El Amor todo lo sufre, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta.
• En esencia el Amor nunca deja de ser…

¿Cuántos podemos inscribirnos entre los que de verdad aman?
¿Cuántos de nosotros en realidad conocemos lo que el Amor es?
¿Cuántos podemos decir que estas premisas rigen nuestra vida?

La práctica de esta receta maravillosa de Valores Humanos garantiza una vida llena de victorias. El remedio de tantos males que acompañan el transcurso de la vida, lo tenemos a nuestro alcance, en un conjunto simple de cosas que debemos entender, respetar y practicar. No existe una justificación para que transitemos el trecho corto que representan nuestras vidas en oscuridad, privación, carestía o derrota. La luz es un regalo que nos ha sido otorgado desde siempre. Está también en nuestra naturaleza, comparte en ella (y lastimosamente en desventaja), nuestras penas y desventuras; y solo espera que tengamos el suficiente criterio para recurrir a ella.

La verdad es que la vida está llena de personas que deciden ser “ciegas por elección”, eluden la luz colocándose una venda sobre los ojos y después de hacerlo conscientemente se quejan toda la vida de la penumbra que los rodea. En la oscuridad se golpean unos a otros e intercambian culpas, caen de rodillas, caminan de rodillas, utilizan la cabeza para recibir los golpes y las manos para tantear la oscuridad; acuden a cada gramo de energía para avanzar sin ver el camino. Pero lo único que no hacen es el pequeño esfuerzo de quitarse la venda y gozar de la claridad.

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Nava Condarco Carlos Eduardo. (2010, septiembre 30). Valores Humanos: una receta maravillosa. Recuperado de https://www.gestiopolis.com/valores-humanos-receta-milagrosa/
Nava Condarco Carlos Eduardo. "Valores Humanos: una receta maravillosa". gestiopolis. 30 septiembre 2010. Web. <https://www.gestiopolis.com/valores-humanos-receta-milagrosa/>.
Nava Condarco Carlos Eduardo. "Valores Humanos: una receta maravillosa". gestiopolis. septiembre 30, 2010. Consultado el . https://www.gestiopolis.com/valores-humanos-receta-milagrosa/.
Nava Condarco Carlos Eduardo. Valores Humanos: una receta maravillosa [en línea]. <https://www.gestiopolis.com/valores-humanos-receta-milagrosa/> [Citado el ].
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