Análisis ético y filosófico del amor

El amor como cualidad de orden superior: ¿Sólo un concepto o expresión de la trascendencia?

El amor es un concepto con dualidad de significación. Es considerado, en una primera acepción, como un conjunto de actitudes y conductas vinculadas al afecto, expresadas en ciertos sentimientos, emociones y experiencias típicas. En su segunda acepción, el amor es considerado una virtud de orden superior que condensa todo el afecto y la bondad de que es capaz el ser humano. Nos encontramos entonces, como punto de partida, con dos aproximaciones a lo que significa o implica el amor, aunque diferentes en su alcance: una que considera el amor en su dimensión psico-fisiológico-social, y otra de carácter simbólico que lo considera como una virtud o algo espiritual o intangible, vinculado a actitudes y conductas orientadas al compartir social. Podemos decir entonces que el amor tiene dos dimensiones: una física o psico-fisiológico-social, y otra simbólica o virtual.

Empezaremos considerando que el amor es ambas cosas —lo sensitivo y lo espiritual— y algo más. Y en esta breve reflexión vamos a ocuparnos de tratar de aprehender y —desde esa aprehensión— explicar qué es ese algo más vinculado a la esencia del amor. En efecto, el amor no es sólo un conjunto de sentimientos y experiencias sensitivas, y una virtud vinculada con ciertas actitudes y conductas. Lo que calificamos como ‘algo más’ —subyacente o trascendente— es lo que sería capaz de generar todas esas diversas actitudes, sentimientos y experiencias, bien sea en las personas o en los animales. De hecho, se concibe el amor como lo más grande, en sentido positivo, que puede experimentar o vivenciar alguien. Desde la antigüedad más lejana hasta hoy, muchas personas han sido capaces de dedicar o entregar espontáneamente, por amor, su propia vida. En efecto, del amor se derivan actitudes y conductas como la comprensión, la empatía, la generosidad, la fraternidad, la tolerancia y la solidaridad, entendidas filosóficamente también como virtudes. Según esto el amor estaría por encima —o sería abarcante— de esas actitudes o virtudes.

La amistad, como la expresión más cotidiana del amor, neutralmente pasional, también abarca todas las actitudes o virtudes indicadas, pues amar implica ser empático, comprensivo, generoso, fraterno, tolerante y solidario. Ahora bien, con la intención de alcanzar una aprehensión de ese algo más que define lo esencial del amor enfatizaremos nuestro análisis en el amor en tanto cualidad de orden superior. Tomemos como punto de partida un aporte de Aristóteles, quien nos da a entender que la virtud es la expresión de la excelencia humana, de la acción humana en busca de lo superior, de lo más bello y de lo más bueno. Así, la virtud se refiere a lo que es propio de la esencia de la condición humana —y nos diferencia de los animales— como expresión de su voluntad inspirada por la inteligencia.

En su perspectiva física o psico-fisiológico-social, el estudio del amor corresponde a la ciencia —en este caso la psicología— que analiza y considera todo lo que es observable, o las diversas formas de activación y manifestación del amor. En su perspectiva inmaterial o simbólica, es la filosofía la que se ocupa de indagar qué es el amor, y para ello va más allá y se adentra en los aspectos ocultos o no observables, mediante la reflexión, para captar todo lo que sea inferible. Pero antes de continuar avanzando en nuestra búsqueda, precisemos cuatro puntos, a manera de conclusiones preliminares:

  • En la vida cotidiana, el amor se presenta bajo las dos modalidades: lo psico-fisiológico-social expresado por sentimientos, emociones y experiencias sensitivas, y como virtud que genera en nosotros ciertas actitudes y conductas orientadas al compartir social. Y entendemos que unas veces —según el caso— se tiende más a lo primero, y en otras más a lo segundo.
  • Lo psico-fisiológico-social no deriva necesariamente en las actitudes y conductas de la comprensión, la empatía, la generosidad, la fraternidad, la tolerancia y la solidaridad; y así puede implicar una especie de egoísmo compartido, como sentimientos, emociones y experiencias de carácter simplemente erótico.
  • El amor —así como la realidad— es la suma de ambos aspectos: lo observable o lo psico-fisiológico-social, y los aspectos no observables o sólo inferibles a través del análisis y la reflexión filosófica. Precisamente, el pensamiento filosófico es lo que estamos utilizando para acercarnos a la aprehensión de ese ‘algo más’ no observable.
  • El análisis que adelantamos nos llevará a una de tres conclusiones: a. el amor es sólo un conjunto de sentimientos, actitudes y conductas vinculadas a lo psico-fisiológico-social; b. el amor entendido como virtud de orden superior no existe, no tiene carácter óntico; es sólo una noción; c. el amor como virtud de orden superior, es una entidad teórica, intangible o trascendente que impacta la realidad de lo psico-fisiológico-social.

La noción de virtud de orden superior obtenida de la aproximación filosófica nos muestra el amor como una noción o entidad teórica referida a algo que abarca —o está más allá o por encima— de las actitudes o virtudes indicadas. Y en una forma simplista, cualquiera podría decir que entonces el amor sólo sería un constructo teórico —una simple noción humana— y que las actitudes reales sólo serían la comprensión, la empatía, la generosidad, la fraternidad, la tolerancia y la solidaridad. Visto así, el amor como virtud sólo sería un concepto clasificador o nombre que damos a ese conjunto de actitudes o virtudes. Pero, la realidad nos muestra que la comprensión o la falta de ella, la empatía o su carencia, y la generosidad o su falta, por sí solas, no impactan al ser humano como lo hace el amor, a menos que se tratara de un caso de abandono total, donde alguien carece de todo eso y nadie le prestase atención. Pero, precisamente, un abandono total sería un caso de falta total de amor, pues estaríamos refiriéndonos al conjunto. Además, percibimos que las actitudes o virtudes indicadas tienen cierta afinidad, o como diría Wittgenstein, tienen un cierto aire de familia, lo que parecería reflejar un punto de origen común. Entonces quizá no es que la suma de las actitudes o virtudes indicadas son lo que se denomina amor, sino que ellas son las implicaciones o derivaciones del amor, siendo el amor algo que subyace o trasciende a ellas.

En efecto, el amor es algo inherente a lo esencial de la vida, perteneciente al orden vital. Nacemos a partir del amor de una pareja, y necesitamos de atenciones y cuidados para superar o sobrevivir a esa etapa de minusvalía característica de la primera infancia. Como destacó Levinás, al fundamentar la ética en el amor, somos porque alguien se ocupó antes de nosotros; sin amor no seríamos ni estaríamos. De hecho, las carencias relativas al amor y vinculadas al origen de cada vida humana y a la niñez, se convierten luego en trastornos psico-sociales que pueden —en algunos casos— llegar a ser graves. Por otra parte, el amor —en su carácter simbólico— sobrepasa o desborda al individuo y a lo biológico. Los componentes psico-fisiológicos del amor tienen su raíz en lo genético, forman parte de la constitución humana, y se activan a través de estímulos que desencadenan reacciones hormonales, las cuales, a su vez, generan respuestas conductuales. Pero el amor —en tanto que cualidad de orden superior— se conecta con la función simbólica del pensamiento, con nuestra dimensión espiritual. Según Savater, la vida humana se desenvuelve en un contexto dual: biológico y simbólico. En este sentido, comenta el filósofo: “El niño pasa por dos gestaciones: la primera en el útero materno según determinaciones biológicas, y la segunda en la matriz social, sometido a variadísimas determinaciones simbólicas”.

Cuando observamos a una madre atendiendo y cuidando a sus hijos —sea en el ámbito humano social o en el reino animal— apreciamos que el amor sobrepasa lo sentimental y ubica a quien ama al borde del sí mismo —de la existencia— y le coloca en el límite que separa el ser del no ser, y así la madre es capaz de renunciar o entregar su propia vida a favor de sus hijos. He allí una trascendencia, algo que supera y hasta se convierte en negación de lo individual o lo biológico. Y la historia humana está llena de casos de entrega casi espontánea —por amor— de la propia vida en defensa de los hijos, y aún de otros seres queridos. El amor ha demostrado ser capaz de movilizar en el ser humano conductas radicales donde lo simbólico sobrepasa a lo biológico. ¿Y qué es lo simbólico? Lo simbólico, en los casos vinculados a la existencia humana —como el amor— es una integración de significaciones, valoraciones a partir de significaciones, expectativas vinculadas a valoraciones y respuestas aprendidas. Traigamos al tapete dos frases de Savater, que nos ayudan a comprender cómo lo simbólico —lo intangible— puede influir sobre lo material, sobre la realidad:

“Las cosas no son lo que son, sino lo que significan para nosotros”

“La vida que intentamos conservar y perpetuar no es un mero proceso biológico, sino un devenir de símbolos”

Decir que el amor es una virtud o cualidad de orden superior inherente a la vida y vinculada con otras virtudes, como las ya indicadas, no basta para definirlo, pues habría que aclarar esa virtud o cualidad en sus determinaciones internas. Y en un intento de acercarnos a lo esencial del amor, para intentar definirlo, debemos distinguirlo —como tal cualidad vital— del verbo amar, que equivale al amor en acción. Podemos describir en qué consiste amar a partir de las conductas observables vinculadas al afecto, la pasión, los sentimientos, las emociones y con la comprensión, la generosidad y otras actitudes propias de amar, pero escaparía del análisis lo subyacente o esencial de ello. Pues así como el ser —la primordial noción ontológica— no tiene definición propia, y sólo se define como lo opuesto al no ser, lo esencial del amor desborda la noción misma, y necesariamente hay que hacer referencia al bien y a lo bueno para definirlo, tal como se muestra en la siguiente afirmación: el amor es la máxima expresión del bien, del orden vital y de lo bueno; lo que aun no siendo una definición con estructura epistemológica validable, deja entrever su trascendencia.

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El amor no es sólo una noción abarcante de un conjunto de actitudes y conductas virtuosas. El amor —en tanto que cualidad de orden superior— es algo intangible que pertenece a la propia estructura, al orden vital y a la dinámica de la vida, una entidad inmaterial que desencadena actitudes y conductas virtuosas; es lo intangible o trascendente posibilitando y modificando la realidad. Es algo similar a los bosones de Higgs, que —desde su inmaterialidad o su existencia sólo inferible— determinan la posesión de masa de las partículas materiales. En su caso, el amor posibilita la vida.

El amor es algo inherente a lo esencial de lo humano. Por ello, sin amor la vida carece de sentido: he aquí la conclusión más impactante, pues hace mención directa a lo trascendente, al sentido de la vida. Nos viene a la memoria cierta famosa afirmación de Wittgenstein en el Tractatus, que relaciona sentido con lo trascendente: «El sentido del mundo debe quedar fuera del mundo, porque —de no ser así— quedaría sujeto a todo lo que ocurre y a todo ser-así, o sea, sujeto a la causalidad. Y resulta que lo que hace al mundo no causal —el sentido— no puede quedar en el mundo, pues de otro modo sería a su vez causal». Y es que el mundo humano no está sujeto sólo a la causalidad —como el genéticamente programado mundo animal— pues nuestro mundo es continuamente modificado por la acción humana, en lo cual las acciones vinculadas al amor son las que tienden a lo positivo, a lo constructivo, mientras que las acciones orientadas por la ausencia de amor —por el odio— se dirigen a lo destructivo.

Cerramos citando a Luc Ferry, filósofo francés actual, quien —desde su posicionamiento como no creyente— sostiene que en el mundo hay claros indicios de trascendencia, aun después de tantos intentos —iniciados por Nietzsche— para acabar con toda señal de lo trascendente. Y pone como ejemplo de ello al amor, considerado más allá de la concepción inmanente que lo califica como un sentimiento retributivo, como una emoción más, siendo así que el amor nos desborda y es capaz de llevarnos fuera de los límites de lo existencial. Y afirma en su libro “Aprender a Vivir” que la inmanencia total es un sinsentido, pues romper con todo tipo de trascendencia significa romper también con lo humano.

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Benítez R Jorge L.. (2014, junio 16). Análisis ético y filosófico del amor. Recuperado de https://www.gestiopolis.com/analisis-etico-y-filosofico-del-amor/
Benítez R Jorge L.. "Análisis ético y filosófico del amor". gestiopolis. 16 junio 2014. Web. <https://www.gestiopolis.com/analisis-etico-y-filosofico-del-amor/>.
Benítez R Jorge L.. "Análisis ético y filosófico del amor". gestiopolis. junio 16, 2014. Consultado el . https://www.gestiopolis.com/analisis-etico-y-filosofico-del-amor/.
Benítez R Jorge L.. Análisis ético y filosófico del amor [en línea]. <https://www.gestiopolis.com/analisis-etico-y-filosofico-del-amor/> [Citado el ].
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