Los nuevos activos intangibles y el valor del conocimiento

Si por algo puede caracterizarse el mundo y la sociedad en la que nos ha tocado vivir es por el cambio. Todo a nuestro alrededor cambia, a velocidad vertiginosa, y lo que a nuestros abuelos les parecía imposible se ha convertido en algo cotidiano para nosotros.

Sin ir más lejos, ¿nos podríamos imaginar un mundo sin teléfonos móviles? Y sin embargo, hace 3 años, este aparato era un privilegio de unos pocos, hace 5 un invento que veíamos en las películas americana y hace 10 era poco menos que hablar de ciencia-ficción. Lo mismo podríamos decir del vídeo, el ordenador, Internet, y tantas y tantas cosas que han ido entrando en nuestras vidas en los últimos años y se han convertido en imprescindibles.

El mundo empresarial, evidentemente, no ha sido ajeno a esta «nueva sociedad», y se encuentra inmerso en un proceso de transformación continua, vertiginosa, a todos los niveles: estratégico, estructural, tecnológico, formativo…

De una u otra manera, casi todos hemos experimentado estos cambios: nuevas actividades, nuevos métodos, nuevas técnicas, nuevos modos de gestionar…en resumidas cuentas, cambio, cambio y más cambio. Cambio provocado (incluso podríamos decir que exigido) por nuestro entorno y que nos ha llevado a una dinámica que, en nuestra opinión, lejos de parar sólo irá a más. Por esta razón, toda aquella organización que quiera sobrevivir debe prepararse para afrontar esta nueva situación, ya que «las reglas del juego han cambiado». Para ello es necesario potenciar y rentabilizar al máximo sus activos.

¿Cuáles son los activos de una empresa? Si preguntáramos a cualquier economista tradicional, éste miraría al balance de la empresa y nos indicaría el valor de los edificios, instalaciones, capital social… En suma, los activos materiales, tangibles.

Elementos todos ellos basados en un solo factor: el financiero o económico. Sin embargo, estos elementos no suponen ya una ventaja competitiva para las empresas.

Los tiempos en los que la posición dominante de una empresa en el mercado se basaba en su tamaño han pasado. Baste con recordar las graves dificultades por las que han pasado la gran parte de los grandes holdings industriales, las crisis en el sector automovilístico o el ejemplo del gigante informático, IBM, y los graves apuros que sufrió a finales de los 80 y que estuvo a punto de significar su desaparición.

Dónde reside entonces esta ventaja? ¿En la tecnología? Tampoco. Si bien la innovación tecnológica es fundamental para sobrevivir, no es menos cierto que dicha tecnología cada vez más se encuentra al alcance de todos y es fácilmente «copiable». De hecho, países enteros como Corea o Singapur han basado su estrategia de crecimiento nacional en el traslado e imitación de la tecnología desarrollada en otros países (principalmente Japón)… y no les van tan mal. No estamos, por tanto, ante una ventaja competitiva sino más bien frente a una «desventaja»: quien no disponga de esa tecnología perecerá, pero quien disponga de ella no gozará de una posición ventajosa respecto a los demás.

Si ni los activos materiales ni la tecnología son, pues, la base de la ventaja competitiva de una organización, ésta debe hallarse en otros «activos»: ¿cuáles? Es ante esta pregunta cuando surge la idea reflejada en el título de este artículo: las personas como principal activo.

El valor de una organización ya no reside en sus bienes tangibles, sino en los conocimientos técnicos y especializados de su personal, en su experiencia, en la propiedad intelectual, la fidelidad de los clientes,…en resumen, en lo que se ha venido en llamar Capital Intelectual o Conocimiento. Pongamos un ejemplo.

Pensemos en alguno de los tradicionales monopolios de servicios públicos (telefonía, electricidad, agua…) que han existido en nuestro país durante muchos años. Nadie duda que las empresas que ejercían dicho monopolio, una vez finalizado el mismo, son, dentro de su sector y en el ámbito nacional e incluso internacional, de las más avanzadas desde el punto de vista tecnológico. Y también queda fuera de duda la solidez financiera de que gozan sus estructuras en la actualidad en la mayor parte de los casos. Sin embargo, una vez que entran en competencia directa con otras empresas del sector, no cabe duda de que su tecnología tarde o temprano será ser imitada o comprada por sus competidores. Sin embargo, su experiencia (tanto de su personal como corporativa) en materias como el conocimiento del sector, la utilización de las técnicas o el tratamiento de nuestros clientes no podría, en ningún caso, ser imitado o copiado por otras empresas, salvo que se produjera una «fuga» de personal (lo cual nos lleva a otro campo interesantísimo y con creciente importancia, cual es la «fidelización» de dicho personal). Forma parte de su «memoria corporativa». Esa sería (ES) su ventaja competitiva.

Ante este nuevo marco de actuación, la empresa que aproveche los conocimientos y capacidades de su personal, que desarrolle su capacidad de aprendizaje, que potencie la innovación constante y la creación de nuevos conocimientos y que apoye su crecimiento en estos factores estará en situación de afrontar los retos futuros.

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García-Tapial Arregui Joaquín. (2002, julio 11). Los nuevos activos intangibles y el valor del conocimiento. Recuperado de https://www.gestiopolis.com/nuevos-activos-intangibles-valor-conocimiento/
García-Tapial Arregui Joaquín. "Los nuevos activos intangibles y el valor del conocimiento". gestiopolis. 11 julio 2002. Web. <https://www.gestiopolis.com/nuevos-activos-intangibles-valor-conocimiento/>.
García-Tapial Arregui Joaquín. "Los nuevos activos intangibles y el valor del conocimiento". gestiopolis. julio 11, 2002. Consultado el . https://www.gestiopolis.com/nuevos-activos-intangibles-valor-conocimiento/.
García-Tapial Arregui Joaquín. Los nuevos activos intangibles y el valor del conocimiento [en línea]. <https://www.gestiopolis.com/nuevos-activos-intangibles-valor-conocimiento/> [Citado el ].
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