Los valores morales desde el punto de vista de la identidad

Introducción

Todas las personas experimentan de distinta forma sus identidades, pero todas experimentan quienes son. Actuamos en el mundo e interactuamos con nuestros semejantes como la persona que creemos ser. En este ensayo se definirá que la identidad de una persona es la individuación de una persona, la cual nunca podrá ser igual a otra, el reconocimiento del yo, el yo público, el yo real, nuestro yo óptimo y de qué manera pueden influir los valores morales para la formación de nuestra identidad.

También se hablara de variantes acerca de la identidad ontológica y auto-reconocimiento, que criticaban algunos filósofos modernos los cuales insistían en que la auto-conciencia y el auto-reconocimiento eran elementos necesarios de la identidad humana.

Los valores morales desde el punto de vista de la identidad

En las sociedades cerradas, con culturas más estructuradas que la nuestra, ser niño, ingresar a la adultez, trabajar, formar familia, envejecer y morir, son etapas que se viven dentro de un modelo semejante al de los padres, al de los abuelos y a los demás ancestros. Todos los miembros tienen y mantienen una fuerte identidad comunitaria y sus roles están demarcados por la religión, los mitos y las leyes (Erikson, 1979).

En nuestra sociedad actual, el modelo que parece imponerse jerarquiza el cambio y lo nuevo, con un análisis no solamente crítico sino desvalorizado del pasado. Si se entiende el sentido de la vida como el conjunto de valores para ser y hacer, configurados en la representación de uno mismo en relación con el mundo, en esa inter subjetividad que Mead planteara como los interlocutores internos, el Yo, el Mi y el Otro, la identidad resulta ser una construcción continua, necesaria para elaborar un proyecto de vida. Esa representación de sí mismo, en interacción con la representación del mundo, es también intención y actitud, tal como señalara Moscovici (1985).

Entre las representaciones y valoraciones de nuestra civilización que han cambiado en los últimos cuarenta años, por lo que mencionaré algunos en este trabajo:

• El valor que se le otorgaba al crecimiento y a la madurez: Actualmente ser mayor es un problema de atención y manutención en todo el mundo. Los conocimientos que se exigen para el trabajo y para la sobre vivencia digna no pasan en su mayoría por la experiencia, sino por el cambio tecnológico, no fácil de actualizar para los mayores.

• El valor de la estabilidad de la pareja y de la organización familiar que tenía espacios y tiempos para atender y entender a los más jóvenes y a los más viejos. Actualmente la televisión es la encargada de educar a nuestros hijos y la provoca poca convivencia familiar.

• El valor de elegir el campo laboral de acuerdo a los intereses y a las preferencias: hoy, el desempleo y los cambios de competencias requeridas, limita las elecciones individuales, aumentando la selección del medio (OIT, 2004). Esto provoca crisis en los de mediana edad que se ven amenazados por las fusiones y los cierres de empresas en un neoliberalismo que entra en crisis. Y por lo tanto se cae fácilmente en la falta de valores como es el robar, para no trabajar o matar en el peor de los casos.

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• El valor del tiempo para la comunicación de la intimidad y la reflexión. El tiempo es corto para escuchar, para comprender o para pensar.

• El valor de la distensión. Lo excitante es buscado al punto de llegar a daños irreversibles causados por la ansiedad y el estrés.

• La disociación entre ser y hacer (Veinsten, 1994).

En ese clima de revisión, las dudas y los miedos afectan a todos los ciclos evolutivos.

Los jóvenes saben que al salir de la adolescencia se encuentran ante la demanda de elegir su futuro, la orientación no puede ser solamente vocacional, sino existencial.

Se puede decir que los valores morales son aquellos que perfeccionan al hombre en lo más íntimamente humano pero estos surgen por influjo y en el seno de la familia y estos nos ayudaran a insertarnos eficazmente en la vida social.

Puede decirse entonces que la identidad personal es el resultado de un proceso de individuación, es decir, de diferenciación de un individuo del resto de las personas.

La identidad social puede ser definida, como el resultado de un proceso de distinción entre un “nosotros” frente a un “ellos”, fundada sobre diferencias culturales. Hay dos concepciones sobre el origen de la identidad.

Diversos especialistas identifican dos grandes corrientes de pensamiento acerca de cómo se origina la identidad: una concepción objetivista y una concepción subjetivista.

Los objetivistas: definen la identidad a partir de un cierto número de criterios determinantes, considerados “objetivos”, es decir, dados por la herencia y la genealogía, y por eso mismo como atributos del grupo de origen al que pertenece el individuo. Entre estos atributos, algunos de los principales serían:
-la lengua
-la religión
-la psicología colectiva o “personalidad de base”
-las características naturales del territorio.

Los subjetivistas: consideran que la identidad es un sentimiento de pertenencia o una identificación a una colectividad más o menos imaginaria (según las representaciones que los individuos se hacen de la realidad social).

El concepto de identidad tiene diferentes significados y se utiliza en una variedad de contextos que necesitan ser distinguidos para evitar confusiones. Un primer significado de identidad se encuentra en las tradiciones metafísicas escolásticas y aristotélicas que la concebían como uno de los principios fundamentales del ser y como una ley lógica del pensamiento. El principio ontológico de identidad o de «no contradicción» afirma que todo ser es idéntico consigo mismo y, por lo tanto, una cosa no puede ser y no ser al mismo tiempo y desde un mismo punto de vista. Como una regla del pensamiento lógico, el principio de identidad establece que dos proposiciones contradictorias no pueden ser falsas o verdaderas al mismo tiem¬po y que una idea contradictoria (por ejemplo un círculo cuadrado) no tiene sentido. Como propiedad de todos los seres, la identidad no depende necesariamente de que un ser particu¬lar sea capaz de reflexión o no.

Sin embargo, para muchos filósofos modernos la reflexividad era crucial para la identidad humana y marcaba una diferencia importante con la identidad de las cosas inanimadas y los animales. Por eso insistían en que la auto-conciencia y el auto-reconocimiento eran elementos necesarios de la identidad humana. Por lo tanto, el problema para ellos era establecer qué era lo que garantizaba el auto-reconocimiento en el tiempo. En muchos filósofos la memoria parece haber jugado un rol fundamental en este proceso. Así por ejemplo, Locke argüía que «tan lejos como esta conciencia pueda extenderse hacia atrás a cualquier acción o pensamiento pasado, hasta allí alcanza la identidad esa persona». La continuidad de la conciencia: a en el tiempo era crucial para la constitución de la identidad del sujeto, y la identidad importaba porque la responsabilidad moral dependía de ella. De manera similar, Leibniz sostenía que «el alma inteligente, sabiendo lo que es y siendo capaz de decir este yo que tanto dice, no sólo permanece y subsiste metafísicamente (lo que hace más totalmente que los otros), sino que también permanece moralmente la misma y constituye la misma personalidad. Porque es la memoria o el conocimiento de este yo lo que lo hace capaz de recompensa y castigo».

Debe notarse, sin embargo, que la principal preocupación de estos filósofos no era tanto la identidad en sí misma, como el hecho de que la responsabilidad moral parecía depender de ella. Por supuesto, si ésta era su preocupación principal, les habría bastado con relacionar la responsabilidad con el auto-reconocimiento, y éste con la memoria; no había necesidad de que hicieran depender la identidad de la memoria y autoconciencia.

Puede argumentarse que cualquier individuo humano que pierde su memoria continúa siendo ontológicamente idéntico consigo mismo, aunque no necesariamente moralmente responsable por los actos que no puede recordar.

Sea como sea, el punto es que en ambas variantes; identidad ontológica y auto-reconocimiento, la identidad se reduce a un problema de mismidad individual. El individuo es alguien en particular (un yo) y que puede experimentar su ser con diversas perspectivas o modalidades, como la percepción, la conceptuación y la imaginación. La estructura del yo está relacionada estrechamente con el éxito de la persona.

Un significado más adecuado de identidad deja de lado la mismidad individual y se refiere a una cualidad o conjunto de cualidades con las que una persona o grupo de personas se ven íntimamente conectados. En este sentido la identidad tiene que ver con la manera en que individuos y grupos se definen a sí mismos al querer relacionarse -«identificarse»- con ciertas características. Esta concepción es más interesante para científicos sociales porque aquello con lo que alguien se identifica puede cambiar y está influido por expectativas sociales.

Al explorar este concepto de identidad cualitativa, Tugendhat ha destacado el carácter subjetivo de las cualidades que constituyen la identidad y el hecho de que ellas pueden cambiar. La identidad cualitativa responde a la pregunta acerca de lo que cada cual le gustaría ser. La respuesta a esta pregunta puede estar influida por el pasado, pero se refiere básicamente al futuro.

Tugendhat cree que la mayor parte de la literatura sobre identidad, desde los primeros escritos de Erikson hasta los más recientes de Haber mas, ha estado afectada por una confusión entre identidad individual e identidad cualitativa y que sólo esta última es una conceptualización adecuada. No cabe duda de que la identidad cualitativa provee una concepción más relevante para las ciencias sociales y que la descripción que Tugendhat hace de ella es profunda. Pero esta noción es todavía muy incompleta en la medida que no clarifica cómo y por qué personas distintas se identifican con cualidades diferentes.

Tugendhat propone que las cualidades que constituyen la identidad son lo que Aristóteles llama «disposiciones», que consisten en la capacidad para actuar de una manera particular. Pero el problema de esta explicación es que la identidad aparece determinada por puros factores internos y subjetivos. Puede ser verdad, como Tugendhat sostiene, que Erikson confundía dos nociones diferentes de identidad, pero al menos tenía una noción clara de que el medio social juega un rol fundamental en su construcción y de que para contestar la pregunta «¿quién quisiera ser yo?» el juicio de los otros es crucial. Tugendhat habría hecho bien en darse cuenta, como Erikson, de que no basta el recurso a disposiciones internas.

Los tres elementos componentes de la identidad

Si la identidad no es una esencia innata dada sino un proceso social de construcción, se requiere establecer los elementos constitutivos a partir de los cuales se construye.
Primero, los individuos se definen a sí mismos, o se identifican con ciertas cualidades, en términos de ciertas categorías sociales compartidas. Al formar sus identidades personales, los individuos comparten ciertas lealtades grupales o características tales como religión, género, clase, etnia, profesión, sexualidad, nacionalidad, que son culturalmente determinadas y contribuyen a especificar al sujeto y su sentido de identidad. En este sentido puede afirmarse que la cultura es uno de los determinantes de la identidad personal. Todas las identidades personales están enraizadas en contextos colectivos culturalmente determinados. Así es como surge la idea de identidades culturales. Cada una de estas categorías compartidas es una identidad cultural. Durante la modernidad las identidades culturales que han tenido mayor influencia en la formación de identidades personales son las identidades de clase y las identidades nacionales.

En segundo lugar está el elemento material que en la idea original de William James incluye el cuerpo y otras posesiones capaces de entregar al sujeto elementos vitales de auto-reconocimiento. En sus propias palabras:

“Es claro que entre lo que un hombre llama mí y lo que simplemente llama mío la línea divisoria es difícil de trazar… En el sentido más amplio posible… el sí mismo de un hombre es la suma total de todo lo que él puede llamar suyo, no sólo su cuerpo y sus poderes psíquicos, sino sus ropas y su casa, su mujer y sus niños, sus ancestros y amigos, su reputación y trabajos, su tierra y sus caballos, su yate y su cuenta bancaria.”

La idea es que al producir, poseer, adquirir o modelar cosas materiales los seres humanos proyectan su sí mismo, sus propias cualidades en ellas, se ven a sí mismos en ellas y las ven de acuerdo a su propia imagen. Como lo decía Simmel, “Toda propiedad significa una extensión de la personalidad; mi propiedad es lo que obedece a mi voluntad, es decir, aquello en lo cual mi sí mismo se expresa y se realiza externamente. Y esto ocurre antes y más completamente que con ninguna otra cosa, con nuestro propio cuerpo, el cual, por esta razón, constituye nuestra primera e indiscutible propiedad”.
Si esto es así, entonces los objetos pueden influenciar la personalidad humana. La extensión de esta influencia fue claramente apreciada por Simmel, tanto en el caso de la creación artística de objetos materiales como en el caso del intercambio monetario. Con respecto a lo primero, Simmel sostenía que «la unidad del objeto que creamos y su ausencia influencian la correspondiente configuración de nuestra personalidad». Con respecto a lo segundo, sostenía que el sí mismo es tan solidario con sus posesiones concretas que hasta «la entrega de valores, sea en intercambio, sea como regalo, puede agrandar el sentimiento de relación personal con esa posesión».

Es a través de este aspecto material que la identidad puede relacionarse con el consumo y con las industrias tradicionales y culturales. Tales industrias producen mercancías, bienes de consumo que la gente adquiere en el mercado, sean objetos materiales o formas de entretención y arte. Cada compra o consumo de estas mercancías es tanto un acto por medio del cual la gente satisface necesidades, como un acto cultural en la medida que constituye una manera culturalmente determinada de comprar o de consumir mercancías. Así por ejemplo, yo puedo comprar una entrada para ir al cine porque con el cine experimento un placer estético. Pero también puedo comprar una entrada para el cine a ver una película que no me gusta mucho, para ser visto en compañía de cierta gente que yo estimo importante o de alto status. Puedo comprar un auto especial porque es estético y necesito movilidad, pero también puedo comprarlo para ser vista como perteneciente a un cierto grupo o círculo particular que es identificable por el uso de esa clase de auto. En otras palabras, el acceso a ciertos bienes materiales, el consumo de ciertas mercancías, puede también llegar a ser un medio de acceso a un grupo imaginado representado por esos bienes; puede llegar a ser una manera de obtener reconocimiento. Las cosas materiales hacen pertenecer o dan el sentido de pertenencia en una comunidad deseada. En esta medida ellas contribuyen a modelar las identidades personales al simbolizar una identidad colectiva o cultural a la cual se quiere acceder.

En tercer lugar, la construcción del sí mismo necesariamente supone la existencia de «otros» en un doble sentido. Los otros son aquellos cuyas opiniones acerca de nosotros internalizamos. Pero también son aquellos con respecto a los cuales el sí mismo se diferencia, y adquiere su carácter distintivo y específico. El primer sentido significa que «nuestra autoimagen total implica nuestras relaciones con otras personas y su evaluación de nosotros». El sujeto internaliza las expectativas o actitudes de los otros acerca de él o ella, y estas expectativas de los otros se transforman en sus propias auto-expectativas.

El sujeto se define en términos de cómo lo ven los otros. Sin embargo, solo las evaluaciones de aquellos otros que son de algún modo significativos para el sujeto cuentan verdaderamente para la construcción y mantención de su autoimagen. Los padres son al comienzo los otros más significativos, pero más tarde, una gran variedad de «otros» empiezan a operar (amigos, parientes, pares, profesores, etc.).

Mead sostenía que en la relación con cada uno de estos «otros» se forma en una persona una variedad de sí mismos elementales («somos una cosa para un hombre y otra cosa para otro»), pero que si se consideran los otros significativos en conjunto, se puede ver que se organizan en un «otro generalizado» en relación con el cual se forma un «sí mismo completo». El otro generalizado, está compuesto por la integración de las evaluaciones y expectativas de los otros significativos de una persona. De este modo la identidad socialmente construida de una persona, por ser fruto de una gran cantidad de relaciones sociales, es inmensamente compleja y variable, pero al mismo tiempo se supone capaz de integrar la multiplicidad de expectativas en un sí mismo total coherente y consistente en sus actividades y tendencias.

Por lo tanto, la identidad supone la existencia del grupo humano. Responde no tanto a la pregunta ¿quién soy yo? o «¿qué quisiera ser yo?» como a la pregunta: «¿quién soy yo a los ojos de los otros?» O «¿qué me gustaría ser considerando el juicio que los otros significativos tienen de mí?» Erikson expresa esta idea diciendo que en el proceso de identificación «el individuo se juzga a sí mismo a la luz de lo que percibe como la manera en que los otros lo juzgan a él». Según Erikson este aspecto de la identidad no ha sido bien entendido por el método tradicional psicoanalítico porque «no ha desarrollado los términos para conceptualizar el medio». El medio social, que se expresa en alemán por el término Umwelt, no sólo nos rodea, sino que también está dentro de nosotros. En este sentido se podría decir que las identidades vienen de afuera en la medida que son la manera de cómo los otros nos reconocen, pero vienen de adentro en la medida que nuestro auto-reconocimiento es una función del reconocimiento de los otros que hemos internalizado.

El auto-reconocimiento que hace posible la identidad, de acuerdo a Honneth, toma tres formas: autoconfianza, auto-respeto y autoestima. Pero el desarrollo de estas formas de relación con el sí mismo para cualquier individuo, depende fundamentalmente de haber experimentado el reconocimiento de otros, a quienes el también reconoce. En otras palabras, la construcción de la identidad es un proceso intersubjetivo de reconocimiento mutuo. La confianza en sí mismo surge en el niño en la medida en que la expresión de sus necesidades encuentra una respuesta positiva de amor y cuidado de parte de los otros a su cargo. De igual manera, el respecto de sí mismo de una persona depende de que otros respeten su dignidad humana y, por lo tanto, los derechos que acompañan esa dignidad. Por último, la autoestima puede existir sólo en la medida que los otros reconozcan el aporte de una persona como valioso. En suma, una identidad bien integrada depende de tres formas de reconocimiento: amor o preocupación por la persona, respeto a sus derechos y estima por su contribución.

Simultáneamente, Honneth, argumenta que hay tres formas de falta de respeto concomitantes con las tres formas de reconocimiento que pueden contribuir a la creación de conflictos sociales y a una «lucha por el reconocimiento», en sectores que están de privados de esas formas de respeto. La primera forma de falta de respeto es el abuso físico o amenaza a la integridad física, que afecta la confianza en sí mismo. La segunda, es la exclusión estructural y sistemática de una persona de la posesión de ciertos derechos, lo que daña el respeto de sí mismo. La tercera, es la devaluación cultural de ciertos modos de vida o creencias y su consideración como inferiores o deficientes, lo que impide al sujeto atribuir valor social o estima a sus habilidades y aportes. La reacción emocional negativa que acompaña estas experiencias de falta de respeto (rabia, indignación) representa para Honneth la base motivacional de la lucha por el reconocimiento: «porque es sólo al reconquistar la posibilidad de una conducta activa que los individuos pueden deshacerse del estado de tensión emocional a que son sometidos como resultado de la humillación».

Por último cabe mencionar algunas de las partes de la estructura del “yo”:
El concepto del Yo, es la imagen que tenemos de nosotros mismos, lo que creo que soy. A menudo incluye una estimación o evaluación del yo como “bueno” o “malo”.
El Yo, es la identidad única y especial, la persona, la personalidad.
El Yo ideal, es la persona o el yo que pensamos deberíamos ser.
El Yo público es nuestra imagen ante la sociedad en general. La forma como queremos que otras personas nos vean, con frecuencia en ocasiones ocultamos nuestro verdadero yo.
El Yo real, es un poco misterioso; implica la percepción de nuestro propio ser.
Nuestro Yo óptimo, es el aspecto de la personalidad considerado por nosotros mismos como lo mejor que podemos crear, ya sea en la intimidad o en público.

Conclusión

La identidad de una persona se va adquiriendo a medida que pongamos en práctica los valores morales que nos hayan inculcado en el seno familiar. La identidad es el “yo” real e irrepetible en cada persona, es adquirir la conciencia misma de identidad, las valoraciones de nuestra sociedad o civilización.

La identidad es la que nos puede ayudar o sirve para elaborar un proyecto de vida con la finalidad de mejorarla.

El término estructura del “yo” se refiere a nuestra sensación de identidad. La estructura de “yo” incluye el concepto del yo (las creencias que tiene la persona sobre el yo), el ideal del yo (la opinión propia sobre cómo debería ser uno), el yo público (la forma como uno desea que otros lo vean) y nuestro yo óptimo. Los conceptos que de sí mismas tienen las personas influyen de manera importante en sus actos, ya que todos nos comportamos como la persona que creemos y podemos ser. L a imagen que tiene una persona de sí misma está influida por las definiciones que las demás hagan de ella. Continuamente instruimos a los demás acerca de la forma como deberían percibirnos. El concepto del yo se compone del cuerpo propio, de objetos especiales identificados con el yo.

Nuestro ideal del yo es la base de la conciencia, el instrumento para formular juicios morales sobre nosotros mismos. Adquirimos nuestras conciencias al adoptar los preceptos morales de las personas que nos criaron. Nuestra conciencia, puede ser demasiado estricta, autoritaria e incompatible con la personalidad. Los intereses de la identidad se benefician si una persona examina y periódicamente vuelve a formular el ideal del yo, de manera que la conformidad de éste sea compatible con un modo de vida que fomente la salud tanto física como mentalmente.

Fuentes bibliográficas

– Álava Curto, Cesar. (2004). “Psicología de las Emociones y Actitudes”. Editorial Alfaomega. México.

– Axel Honneth, The Struggle for Recognition (Cambridge: F’olity Press, 1995), pp. 118-123.

– Erikson, Identity, Youth and Crisis p. 22.

– Georg Simmel, Sociología (Madrid: Espasa Calpe, 1939), p. 363.

– Georg Simmel, La Filosofía del Dinero (Madrid: Instituto de Estudios Políticos, 1976), pp. 571.

– Goleman. (2000). “La inteligencia Emocional”. Editorial. Vergara. México.

– Ituarte, de Ardavin. (1998). Adolescencia y Personalidad. Editorial trillas. México, Pág. 39,89.

– J. Locke, Es.ta\ Concerning on Hun’.iin Undemanding (London: George Routlcdge, 1948), book II, chapter xxvii, section 9, p. 247. G. Leibniz, Philosophical Writings (London: J.M. Denl & Sons, 1973), p. 44.

– E. Tugendhat, «Identidad: personal, nacional y universal».

– Jourard, Sídney M. La personalidad saludable: el punto de vista de la psicología humanística.-Mexico: Trillas, 1987

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Franco Sol Blanca Estela. (2010, noviembre 19). Los valores morales desde el punto de vista de la identidad. Recuperado de https://www.gestiopolis.com/los-valores-morales-desde-el-punto-de-vista-de-la-identidad/
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Franco Sol Blanca Estela. "Los valores morales desde el punto de vista de la identidad". gestiopolis. noviembre 19, 2010. Consultado el . https://www.gestiopolis.com/los-valores-morales-desde-el-punto-de-vista-de-la-identidad/.
Franco Sol Blanca Estela. Los valores morales desde el punto de vista de la identidad [en línea]. <https://www.gestiopolis.com/los-valores-morales-desde-el-punto-de-vista-de-la-identidad/> [Citado el ].
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