La riqueza de México es su capital emprendedor

Conforme más le doy vueltas, más me convenzo que la verdadera fuente de nuestra riqueza, no está en el petróleo o nuestros recursos turísticos; ni siquiera en las voluminosas remesas que nuestros conacionales envían desde el otro lado del Río Bravo.

La riqueza de nuestra nación está en los jóvenes y nuestra capacidad para hacer de ellos el capital emprendedor que requiere el país, para formar desde hoy a toda una generación de hombres y mujeres que conviertan los recursos y fortalezas en fuentes sustentables de empleos.

Por más que le pese a los denostadores del éxito empresarial, la fuente de la riqueza de toda nación siempre se encontrará en la capacidad para detonar, alentar y formar a jóvenes con espíritu de éxito, jóvenes con imaginación para transformar problemas en oportunidades de negocio y en novedosas organizaciones generadoras de empleo; jóvenes con visión, imaginación y tenacidad, con madera de emprendedores, que no los detenga la burocracia gubernamental o los desorienten los minúsculos y efímeros paradigmas mediáticos.

Y cuanto más jóvenes los iniciemos en esta formación, mejor, porque alguien que inicia sus intentos de hacer negocios a los 18 años dispone de una ventaja de 5 o 6 años respecto a un universitario que inicia un negocio ante la dificultad de encontrar el empleo esperado, o una ventaja de muchos años más respecto al despedido después de décadas de depender de un patrón.

Como señala Olded Shenkar en su reciente libro de Chinese Century, China es hoy un milagro económico, no por su bajísimo precio de mano de obra, sino por su ejército de hombres de negocios experimentados. Quien quiera que haya negociado con un chino sabe de lo que estamos hablando.

Conceptos comunes en la jerga del lenguaje económico son los de capital financiero, capital físico, el capital humano y capital intelectual, entendido como tecnologías, metodologías y procesos que hacen posible el funcionamiento de las organizaciones.

Francis Fukuyama, en su libro “Confianza”, recientemente nos llamó la atención sobre la importancias de otra categoría más, el Capital Social, definiéndolo como el valor colectivo de las comunidades y las corrientes que surgen de estos grupos para apoyarse mutuamente.

Pocos han reflexionado, sin embargo, sobre la importancia del capital emprendedor, que no es otra cosa que la capacidad humana para enfrentar la incertidumbre y convertir los problemas en oportunidades de negocios y generación de empleos. Una capacidad alimentada de valores y actitudes proclives a la innovación y a la concreción de logros.

Y aunque todavía no hay un distinguido académico extranjero que se haya preocupado por esta categoría de capital, deberíamos darla por inaugurada a partir de la publicación de este artículo.

Estoy convencido que en nuestro jóvenes existe un amplio stock de capital emprendedor, escasea en las universidades, escuelas de negocios, en los grandes centros financieros e incluso en las incubadoras promovidas por la secretaría de economía, dónde se piensa que con apoyar la elaboración de un plan de negocios ya se hizo patria, pero abunda en las calles y en los miles de jóvenes que se arriesgan para buscar una mejor vida fuera del país.

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Sólo echar una mirada a los cruceros de las grandes ciudades de nuestro país, para palpar el espíritu emprendedor de los mexicanos, que prácticamente sin recursos y contra todas las de la Ley, construyen su propia fuente de ingreso, o a los crecientes negocios de mexicanos en el otro lado del Río Bravo, no solo en los Estados Unidos sino también en Canadá.

Sin pretender que nuestro modelo de desarrollo sea el de la economía subterránea.

Desafortunadamente hay poco esfuerzo real en nuestro país para detonar ese potencial de nuestros jóvenes como hombres exitosos de negocios; hay más bien un discurso perverso seudo social, que desde la familia, la religión, el sistema educativo e incluso desde los medios de comunicación, alienta en la mente de la gente la idea de que ser exitoso en los negocios y lograr una fortuna boyante, es y será siempre resultado de contubernio con el gobierno, de malas costumbres o de tratos perversos con el bajo mundo.

No hay mejor ejemplo de esta visión maniquea que el libro recientemente publicado con el título de “Los amos de México”, en el cual se pasa tijera a once de los más importantes hombres de negocios del país, y en donde se minimiza la cantidad de empleos que generan estos empresarios, y se pondera un maquiavelismo de intrigas que los hace ver como hombres perversos.

Cuando de formación de capital emprendedor se trata, nuestro sistema educativo tiene una escasa capacidad de respuesta. Salvo en algunos círculos de elite, en general el sistema “programa” en el chip de los alumnos “cadenas completas” de mensajes negativos sobre la figura empresarial y la riqueza.

La actividad empresarial y la visión mercantil son mostradas a los educandos como sinónimos de explotación y prácticas turbias.

En su nivel básico, el sistema educativo se encarga de inhibir cualquier indicio genético de emprendedor. Siempre recuerdo la vez que mi sobrino fue regresado a su casa y suspendido por querer vender a sus amigos algunos juguetes que el ya no consideraba útiles.

En los niveles medio y superiores el sistema proporciona habilidades que el sistema productivo requirió hace 20 años, pero no ahora que las tecnologías de la información y la comunicación aplanan las estructuras ejecutivas y administrativas de las empresas y que la mediana racionalidad del gasto público, reduce los puestos burocráticos al límite mínimo para ocupar a los primogénitos de la casta política en turno.

Mientras sigamos permitiendo que la educación superior concentre el 75% de la matrícula en carrera de alta saturación laboral, no tendremos en nuestras instituciones educativas otra cosa que fábricas de desempleados.

Desde el invento de la red de pesca hasta la lectura del genoma humano, las nuevas tecnologías han vuelto siempre más eficientes a los trabajadores, provocando un desempleo estructural momentáneo.

Con el tiempo, sin embargo, los trabajadores desplazados terminan produciendo nuevos bienes o servicios, que se agregan a la riqueza de toda la sociedad. Mediante un proceso de destrucción creativa, mueren y nacen actividades productivas enteras, se crean y destruyen empleos. Lo único nuevo hoy, es la velocidad con la cual está ocurriendo este proceso.

Cambios que solían llevarse a cabo en milenios o siglos, ahora toman sólo años o meses. Salir adelante implica flexibilidad para adaptarnos a los cambios y no sentarnos a esperar al que se llevó el queso.

Una predicción publicada por el departamento de trabajo de los Estados Unidos señala que de los treinta puestos de trabajo en los que la oferta de empleo crecerá de aquí al 2012 cinco estarán relacionados con la salud y cuatro con la educación y otros muchos más en las áreas del conocimiento. Es aquí donde están las oportunidades de negocios.

Si queremos evitar que en México el tan anunciado, por el Presidente Felipe Calderón, “Bono Demográfico” se convierta en una verdadera bomba demográfica, tendremos que invertir fuertemente en la generación de capital emprendedor; tenemos que formar a cientos y cientos de jóvenes de negocios, visionarios, capaces de reorientar recursos de actividades tradicionales de baja rentabilidad, hacia sectores innovadores de altos rendimientos y capacidad para generar nuevos y numerosos empleos.

Los que saben de “eso de hacer dinero”, dicen que el dinero nunca será una limitación para los negocios. Lo que hace falta es que un negocio sea un buen negocio para que sobren ofertas de financiamiento. Y para que esto suceda lo que falta es el emprendedor, el hombre con visión de negocio que tiene la sensibilidad para detectarlo y la habilidad y tenacidad para convertir la oportunidad en rentabilidad.

Debemos entender, como no lo han entendido los bien formados tecnócratas de la Secretaría de Economía, que en su gran mayoría los fracasos en los negocios no están en la falta de recursos, en la inadecuada planeación, en la mala fortuna o en la falta de experiencia. Están en la carencia de una cultura mercantil para hacer negocios.

Una cultura que difícilmente obtendremos en cualquiera de las mejores universidades del país, una cultura que algunos pueblos transmitían a sus hijos a través de canciones de cuna como la siguiente: “Duérmete niño, duerme ya, compra barato, vende caro: haz dinero”… “Duérmete niño, duérmete ya, compra barato, vende caro: haz dinero”.. etc.”

Los negocios exitosos son aquellos que, como lo señala Paul Zane Pilzer, en su libro “El Próximo Trillón”, cumplen las cinco características distintivas de las industrias penetrantes: accesibilidad, piernas para caminar por sí mismos, consumo continuo, solicitud universal y bajo tiempo de consumo. No es el consumo de los ricos el que hace grandes fortunas, sino el de las masas.

Henry Ford, Bill Gates, Michel Dell y el propio Doctor Simil saben esto de sobra.

Nuestro país necesita formar más y más jóvenes que comprendan desde una visión Schumpeteriana que el mundo cambia dramáticamente y que las reglas de la economía basada en el conocimiento y en la red son muy diferentes de las de una economía basada en la manufactura.

Que para ser exitoso se debe contar con por lo menos las siguientes actitudes y aptitudes básicas: visión y ambición, habilidad para las ventas, disciplina para administrar tiempo y dinero, habilidad para explotar las nuevas tecnologías de la información y la comunicación, y el dominio de al menos dos idiomas.

Hoy los medios de producción –como los llamaba Marx- están nuevamente al alcance de todos. Hoy, un muchacho con una idea brillante, un par de amigos y un poco de suerte puede ganar mucho dinero muy rápido, como lo hizo el creador de Napster con sus 38 millones de visitantes.

En su fantástico libro “Mientras el Futuro te alcanza”, Juan Enríquez Cabot, señala que los países ricos ya no necesitan grandes depósitos de oro o de diamantes, ni grandes extensiones de tierra; necesitan un gobierno que provea estabilidad económica y política, pero sobre todo necesitan personas listas y emprendedoras.

Debemos entender eso y actuar en consecuencia, no sigamos formando desempleados, formemos jóvenes emprendedores con visión de negocios y generadores de los miles y miles de empleos que requerirá el país en los próximos años.

La riqueza de nuestra nación dependerá de nuestra habilidad para formar desde ahora a los Slim, los Servitje, los Azcárraga, los Bailleres, los Zambrano del siglo XXI.

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Cabrera Jorge Joaquín. (2008, abril 1). La riqueza de México es su capital emprendedor. Recuperado de https://www.gestiopolis.com/la-riqueza-de-mexico-es-su-capital-emprendedor/
Cabrera Jorge Joaquín. "La riqueza de México es su capital emprendedor". gestiopolis. 1 abril 2008. Web. <https://www.gestiopolis.com/la-riqueza-de-mexico-es-su-capital-emprendedor/>.
Cabrera Jorge Joaquín. "La riqueza de México es su capital emprendedor". gestiopolis. abril 1, 2008. Consultado el . https://www.gestiopolis.com/la-riqueza-de-mexico-es-su-capital-emprendedor/.
Cabrera Jorge Joaquín. La riqueza de México es su capital emprendedor [en línea]. <https://www.gestiopolis.com/la-riqueza-de-mexico-es-su-capital-emprendedor/> [Citado el ].
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