El otro yo y mis sueños personales

Hace algo más de una década, ansioso y angustiado por reconocerme escribí:

Hay un espejo delante, veo mi imagen
me miro a los ojos, tan solo me miro.
No digo palabra y sigo mirando,
el silencio se corta, escucho mis latidos,
tan solo me miro a los ojos.

Si bajo la mirada me asusto de mí mismo,
si sigo mirando aumentan mis latidos,
al tiempo, que no sé cuánto,
me sigo mirando y grito por dentro:
soy yo el mismo que digo,
soy yo a ese que miro.

Pasaron los años, de vez en cuando recordaba el poema y sobre todo la época en la que lo había escrito, aún hoy me emociona percibir mi deseo por reconocerme. Sin saberlo, comenzaba la aventura de un viaje sin retorno hacia mi propio ser, ese tan desconocido, aunque muchas veces sospechado SER. Me sentía preso entre barrotes infranqueables. Me buscaba. Era principio y final de esa búsqueda. Los otros, siempre resultaban cómplices de mi encierro, de mi falta de libertad (¿carceleros?).

Escucho planes, propuestas, ideas. Me confundo con los otros. Las distancias se acortan hasta desaparecer. Los deseos de los otros se convierten en mis propios deseos. Mis ganas, ya no alcanzan. Me pierdo. Irremediablemente me pierdo, soy consciente de ello, no puedo hacer nada para evitarlo, me siento impotente como para ofrecer resistencia. Lo sé, lo siento. Me lleno de excusas, los otros se convierten en objeto, soy objeto de ellos. Las palabras no alcanzan para vivir la libertad. Todo es nada más que apariencia, una sutil apariencia.

Después de años de deambular sin rumbo, casi en situación de vencido, retomo el camino desde la periferia de un mandala desconocido, transito por caminos extraños, ajenos, fragmentados, cortados. De pronto, surgen imágenes familiares. Siento que me dirijo al centro. Me abandono. Ya no me importa lo lejos que pueda estar, me reconozco. Es reconfortante verme y escucharme en otro. Me alienta. No me busco a través mío, sino del otro. Es algo mágico. Lo de antes deja de tener sentido. Me asusto, pido ayuda, me la ofrecen, la acepto. Me pongo de pié e inicio mi camino.

Muchas cosas que si ocurrieran en la vida serían ominosas no lo son en la creación literaria, y en ésta existen muchas posibilidades de alcanzar efectos ominosos que están ausentes en la vida real. (Freud, Lo ominoso).

Al comienzo me espanto. Se reflejan imágenes desagradables, se suceden como en un calidoscopio. Soy un poco todos esos otros. Descubro en mí, ocultas bajo la cosmética prolija y eficaz de años, lo oscuro de quienes desde un rol de juez me mantenía a distancia. Algo de ellos me pertenece. Siento mis huecos, mis brechas, mis sombras. Descubro luces desconocidas.

Escucho atento lo que me va deparando esta lotería caprichosa de personajes de lo cotidiano. Voy asumiendo que algo de todos ellos hay en mí. Poco a poco, voy intentando completar, trabajosamente, una figura integrada, lumínica y oscura, de amor y de odio. Falta mucho para lograrlo, ya no importa cuánto, ni siquiera si lo lograré.

Escucho planes, propuestas, ideas. Son de otros, aunque son algo mías. Soy espejo de los otros y los otros lo son de mí. Se enojan cuando reflejo lo que no desean ver, se alegran cuando les muestro lo que buscan, lo que desean ser. Sorpresa tras sorpresa. Las de los otros y las mías.

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Soy el tirano que atenta contra sus vidas, contra sus libertades, contra sus sueños. Soy el brazo tendido, que ampara en silencio, que contiene. Soy, poco a poco, las palabras de lo que siento, me alejo de las palabras que describen lo que debería ser. Siento que las palabras enmarañan.

La miro y estoy en ella. Su sonrisa refleja mi sonrisa, sus ojos son los míos ora encendidos de pasión, ora confundidos o asustados. Su cuerpo es mi mapa para descubrirme. Aprendo a abandonarme a ese instante sagrado en el que me entrego a ser el que soy en ese ahora y aquí tan desconocido, tan ajeno a una vida de razones preexistentes.

Tengo un sueño. Estoy con un grupo visitando a una empresa. Se encuentra en el centro de una montaña. Hay un guía que explica lo que vamos viendo y lo que se hace en cada una de las secciones por las que vamos pasando. Todo es perfecto. Hay luces, muebles, equipos de oficina, gente trabajando. El ambiente es muy confortable. Vamos avanzando a medida que nuestro guía continúa su prolijo relato.

Yo sospecho algo. Me estremezco. Mientras que los otros que me acompañan están maravillados por lo que ven, yo siento que nada de todo eso es verdadero. Los hombres que trabajan del otro lado del pasillo vidriado por el que transitamos, se van repitiendo en todas las secciones. Son los mismos, en las mismas posiciones, con las mismas carpetas, en los mismos escritorios y en las mismas oficinas.

Indignado y asustado, grito: «Es un truco, son espejos». El guía, aterrado ante mi expresión me dice: «Ahora, todos vamos a morir. Esto explotará». Todos comienzan a correr. Yo insto a hacerlo hacia la salida, incluso le doy ánimo al propio guía que parece estar cansado, entregado a un destino ajeno, ya que él, en apariencia, no lo había elegido. «Vamos que ya falta poco y salimos de aquí» le dije mientras lo palmeaba en su hombro. Lo esperé y lo sostuve. Logramos salir sin problemas.

Se me ocurre apelar al mago de las cartas del Tarot. Cuenta con algunos elementos, solo algunos, y con ellos es capaz de efectuar algunos, solo algunos, trucos, asombrando con ellos a los espectadores. Se me hizo tan fuerte esta imagen que la utilizo con mis alumnos y los ocasionales clientes que me consultan sobre sus negocios. Por otro lado, no puedo dejar de preguntarme cuáles son mis elementos y cuáles los trucos que puedo efectuar.

Nos esmeramos por montar escenas magníficas, grandilocuentes, acabadas, y en un instante, nuestros trucos quedan desnudos ante los espectadores y sobre todo ante nuestros propios ojos, provocando el desmoronamiento del montaje. Nos culpamos o culpamos a otros, como si con ello lográramos deshacer la historia, volver atrás hasta ese instante y pudiéramos revivirlo de otra manera, montando trucos diferentes, pero tan pasibles de ser descubiertos como los anteriores. Además, es tanta la ceguera que no logramos comprender que hay una razón de ese montaje, de ese truco. Como sostiene Roland Laing: «No nos damos cuenta que no nos damos cuenta». Transitamos un surco repetido, en apariencia diferente.

Desolados, observamos como nuestro montaje que nos parecía perfecto, sin embargo, presentaba fallas, incluso ingenuas. Se nos presenta la oportunidad de abandonar la búsqueda de la perfección, asumir al error como el fin de algo y el principio de un nuevo montaje, un nuevo acto con olor a estreno. Integrar el final con el principio. Una sucesión infinita de finales y principios confundidos que van delineando los senderos por los que hemos transitado. Sintiéndonos hermanados emotivamente con Machado; caminante no hay camino, se hace camino al andar.

C.G. Jung sostenía que solo un herido podía brindar ayuda a un herido. Por esto creo que resulta imprescindible acompañar a quien me consulta para que decida qué elementos utilizará en su acto de magia. Estoy aprendiendo a ser compañía de otros y a dejarme acompañar. No es fácil, transito caminos de certezas razonadas (me las demandan y suelo darlas). Me equivoco y de vez en cuando acierto. Siento que aprendo, siento que estoy vivo.

A lo largo del tiempo, puede suceder que nos demos cuenta que no nos damos cuenta y es así, solo así, que podemos cambiar nuestra forma de pensar y de actuar. Podemos saltar a otro surco. Vamos tomando conciencia de nosotros mismos.

Si los trucos de los magos son descubiertos, en ese instante, los magos dejan de ser magos. A pesar del esmero, algunas veces alguien los descubre. El buen mago irá elaborando nuevos trucos, más complejos de descubrir, conservará su espíritu de aprendiz y no creerá su propia magia, sino que se sabrá poseedor de una habilidad para montar una escena mágica, divertirse y divertir a los espectadores. Nada sencillo eso de ser mago, pero nadie puede negar que resulta apasionante.

Si el acto de magia es siempre el mismo, tarde o temprano alguien descubrirá el truco y se perderá la magia. La vida esta cargada de magia y todos somos magos en acción.

Poco a poco, con esfuerzo, me voy convirtiendo en un guía que facilita que cada viajero pueda recorrer su propio camino, incluso aquel que puede ser que lo lleve a equivocarse. Allí deberé estar para animar al viajero a continuar su propia búsqueda, a través de su propio camino. Eso mismo, es lo que estoy aprendiendo a hacer. No hay un fin, sino un intentar permanente, para continuar intentando y a lo mejor la fortuna toca nuestra puerta y nos maravillamos de haber alcanzado un punto en el que la vida nos besa en la boca y nos invita a bailar con ella (Serrat, A veces la vida).

Voy reconociendo mis elementos y mis habilidades. Practico mis trucos. Algunos me divierten, otros no. Voy interactuando con los otros. Me ayudan, me guían. Me encuentro, me pierdo y me vuelvo a encontrar. Me alegro y me entristezco. Disfruto y siento dolor. Aprendo a enfrentar a la realidad, aunque muchas veces, como también dice Serrat: «la vida me gasta una broma y me encuentro chupando un palo sentado sobre una calabaza».

Me ayudan mis ancestros, sus vivencias, sus lecciones, sus afanes, sus miedos y sus tristezas. Sus logros y sus desventuras. Construyo mi mito, lo repaso y me declaro el héroe indiscutido del mismo. La aventura recién comienza; esperan dragones, enemigos, peligros y brujas a lo largo de un camino sinfín. También habrá doncellas, maestros, paisajes deslumbrantes y amigos fieles. En la medida que cuente con otros que me ayuden, podré reconocerme y sentir cobijo. Los otros se convertirán en mis compañeros de aventura. Gracias a ellos podré ser quien soy.

Si tus ojos reflejan los míos y mis manos descubren tu cuerpo, siento que estoy vivo. Si mis ojos reflejan los tuyos y tus manos descubren mi cuerpo y sentís que estás viva, caminemos juntos haciéndonos compañía. No importa si te entiendo, si yo con vos vibro y vos vibrás conmigo. Tu vida es toda tuya, yo sólo soy tu compañía. Sos la heroína de tu propia aventura, pero podés contar conmigo para luchar contra tus dragones, como yo puedo contar con vos.

Soy cada uno de los personajes de mi sueño. Me dejo conducir y creo. Observo y descubro. Soy el guía y tengo miedo que se descubra el truco. Soy lo que se ve repetido y hasta soy la montaña que explota cuando la ilusión se desvanece. Soy todos en uno y hoy viajo para que pueda ser uno con todos.

Sos parte mía, pero tu vida es la tuya. Puede ser que tu sonrisa sea la mía, pero no la razón de la misma. Yo soy tu faro, aquí estoy, sin que pueda hacer nada para evitar que el viento y las olas sacudan tu estructura. Si algún día la necesitas, aquí está y estará mi luz, te puede guiar. Hija mía, no me pidas que sea otra cosa.

Abracadabra, pata de cabra el acto está por comenzar, que se abra el telón, que suene la música, que las luces se apaguen y se enciendan los reflectores. Salgo a escena a aprender a jugar el juego sagrado de vivir en el amor a mí mismo para poder amar a los otros tal como los otros son. Soy un aprendiz de la vida y pretendo convertirme en pregonero de la esperanza. Carrera sinfín y objetivo ambicioso. Yo elijo.

No me vengan con preguntas que buscan certezas. Estoy harto de etiquetar. Los otros son todos los otros. Son ellos, sos vos, es aquel otro. Son todos. Son todos aquellos que hacen posible que me descubra, que me estremezca, que me sienta vivo y que desee estarlo. Son esos otros que se afanan por acumular poder y que no miden los medios para lograrlo, son aquellos que mendigan en la calle un pedazo de pan, son esos que roban y matan, son los robados y los asesinados, son los que envidian y los envidiados, son los que me aman y los que me odian, son los que dan y los que reciben, son los desprotegidos y son los explotadores, son los tiranos y los sumisos. Son los ganadores y los perdedores. Son los egoístas y los generosos. Son los ricos y los pobres, los odiosos y amorosos, los justos y los injustos. Basta ya de descripciones, no tengo ganas de contestar con partes, siento que deseo integrar a cada uno de esos todos que me pertenecen y que me permiten sentirme vivo y entero, recorriendo un camino sin final, para llegar a ser el que siento que soy y está allí, apenas aflorando; tímido y a veces asustado. También ese otro, orgulloso de vivir lo que vive, de ser el héroe de su historia.

Los otros, como ya lo dije, son todos los otros.
Sin ellos, yo no soy.

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Conti Oscar Osvaldo. (2005, noviembre 30). El otro yo y mis sueños personales. Recuperado de https://www.gestiopolis.com/el-otro-yo-y-mis-suenos-personales/
Conti Oscar Osvaldo. "El otro yo y mis sueños personales". gestiopolis. 30 noviembre 2005. Web. <https://www.gestiopolis.com/el-otro-yo-y-mis-suenos-personales/>.
Conti Oscar Osvaldo. "El otro yo y mis sueños personales". gestiopolis. noviembre 30, 2005. Consultado el . https://www.gestiopolis.com/el-otro-yo-y-mis-suenos-personales/.
Conti Oscar Osvaldo. El otro yo y mis sueños personales [en línea]. <https://www.gestiopolis.com/el-otro-yo-y-mis-suenos-personales/> [Citado el ].
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