El fetichismo en los primeros tomos de «El capital» de Marx

1. Introducción.

Más allá de los errores teóricos y la práctica antidemocrática de algunos de sus seguidores, de las tendencias de raigambre modernista e influencia determinista con su exagerado optimismo, y de concebir el cambio histórico hacia el socialismo y el comunismo como inmediato, imprescindible e irreversible, el pensamiento de Carlos Marx, nuestro autor alemán, sigue teniendo un enorme grado de validez. Sobre todo en lo que respecta al método de análisis sociopolítico y en materia del funcionamiento, generación y cambio del sistema económico y, particularmente, del modo de producción capitalista.

A esto último se dedica El Capital, la obra cumbre que lo desentraña. Comprender el capitalismo sigue siendo necesario para entender el mundo que vivimos actualmente.

Con la perspectiva que da la madurez redescubro lo sólido, sistemático, acucioso y detallista que es el análisis crítico que realiza Carlos Marx en la obra cuyo estudio iniciamos en este primer curso sobre Materialismo histórico. Se trata de una obra en crítica no sólo del modo de producción capitalista, sino también en crítica científica a los diversos estudios que sobre el mismo se habían realizado en el mundo hasta el segundo tercio del siglo XIX y, más aún, realizado con una profunda indignación por los estragos que dicho modo ocasiona y produce en las sociedades.

No se deja apabullar el autor de El Capital por las emociones de tal manera que le obnubilen el cerebro, ni siquiera en su impactante capítulo XXIV del primer tomo. Con honestidad reconoce el antecedente de sus planteamientos en autores que lo antecedieron, pero recoge el pensamiento acertado económico anterior para reconsiderarlo con la perspectiva de la dialéctica y bajo nuevas precisiones y consideraciones reorganizarlo en un nuevo paradigma.

Es notorio cómo al ir confeccionando las páginas de El Capital tiene como texto espejo el de La Riqueza de las naciones de Adam Smith, la obra clásica reivindicadora del capitalismo y el libre cambio. Su práctica teórica es, como toda su vida desde joven, de debate, de lucha por desenmascarar la falsa conciencia, las ideas erróneas, los fetiches mistificadores y la ideología que tratan de justificar un orden dado basado en la alineación, en la enajenación del trabajo. Al mismo tiempo sirve de alimento de la crítica práctica del mismo.

Bajo el manejo de la terminología del filósofo Hegel, a veces tediosa y difícil, pone de pie la lógica idealista del maestro y empieza, por el análisis del núcleo en que aparece el capitalismo: la mercancía con su doble carácter: de valor de uso y de valor de cambio; de lo que se lo proporciona: el trabajo humano concreto y el trabajo humano abstracto; cómo están relacionados y cómo se pueden asumir de manera relativa o equivalencial para medirlos cuantitativamente aunque guarden un mismo contenido cualitativo.

Cita críticamente las fuentes primeras de estos planteamientos, acude a los datos más alejados de toda sospecha, no prescinde de ningún aspecto a considerar. Hasta parece que es demasiado lento en su acercamiento que, en momentos, pareciera que se vuelve redundante. Todo ello en aras de la precisión, la objetividad y no dejar ningún resquicio por el que se logre colar alguna duda o un error, ni siquiera un matiz que induzca a ello.

Se pone así en condiciones de develar la esencia de la explotación capitalista: la extracción de plusvalía del fruto del la mercancía fuerza de trabajo y su contradicción específica entre las relaciones de producción capitalista y el desarrollo de las fuerzas productivas.

Este método expositivo y analítico, profundamente lógico, le da una solidez al texto que lo hace válido en mucho más que en lo fundamental aún más de cien años después de redactado, y sienta las bases para la comprensión y crítica del desarrollo del modo de producción capitalista y los cambios que ha sufrido en esos años para convertirse a principios del siglo XX en imperialismo, y, hoy, en nuestros días, en neoliberalismo. Por supuesto que los estudios de Marx terminan con su muerte y el capitalismo ha seguido evolucionando. Calificarlo cómo el único texto para entender el capitalismo sería un error grave, pero prescindir de él sería un error catastrófico brutal.

Se trata de un texto de economía, de una crítica aguda de la apariencia empírica de la riqueza capitalista, pero también de un texto que da sustento a una teoría y concepción de la historia y el cambio social, y, principalmente, a un accionar político para la transformación de la sociedad en una más acorde con la naturaleza humana en desarrollo.

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2. Fetichismo

El análisis de la mercancía, primero, después, del dinero y, finalmente, del capital y todo su proceso, revela a Marx un fenómeno particular que oculta la realidad de las cosas económicas, bajo un envoltorio que redunda en la justificación y explicación de la generación de la riqueza en el capitalismo como obra del capital y no del trabajo.

Se trata de un quid pro quo, de la construcción teórica de un fetiche que oculta en la mercancía, el trabajo y el capital, el hecho de que es el trabajo la única fuente de riqueza y valorización; que lo aparente lo vuelve real; que lo producido en las relaciones sociales lo convierte en natural; que mistifica la realidad y, mediante una especie de hechizo, por la fuerza de la palabra y del objeto, transforma la acumulación por la acumulación en virtud, y el capital, de ser mercancía, fruto del trabajo, se «vuelve» productor y propietario de lo producido por el trabajo.

«Desenmascarar estas formas fetichizadas es la obra de Marx en El Capital. Pero entendámonos, no se trata de un fetiche de raíz psicológica o antropológica, no se trata de un fetiche religioso, sino de un fetiche económico que luego adquiere formas para religiosas y libidinales. Y aunque el dinero y el comercio en sus orígenes protohistóricos están profundamente ligados al culto sacrificial, tienen connotaciones libidinales y son objeto de las pulsaciones más apasionadas que relacionan estructuralmente al hombre con las fantasías y afanes más profundos e íntimos, representan una relación con la naturaleza y encarnan un poder simbólico, Marx no se avoca a estos temas, no es psicólogo ni antropólogo, sino filósofo, economista e historiador. Por ello, no profundiza en el hecho de que, a pesar de estar dominado por el fetichismo, el propio proceso de producción como quiera funciona, es atractivo para los hombres, y rompe la unidad interna del ser humano, alienándolo. Algo se acercó a ello en su juventud, pero no lo retomó explícitamente en su madurez.

Si añadimos la profunda crítica religiosa de Marx que también acude a desenmascarar el quid pro quo que se efectúa cuando el hombre refleja en la imagen de un dios lo que aspira a ser, lo que es y de lo que es despojado, sus serios conocimientos bíblicos y religiosos, podremos comprender por qué frecuentemente acude en sus explicación al uso metafórico de elementos teológicos.

Por lo demás, esta característica de desenmascarar los fetiches es algo esencial en el pensamiento crítico de Carlos Marx y no sólo lo encontramos en la crítica de la economía política, ni nada más en la crítica de la religión, sino también en la crítica a la «Sagrada familia», a Feuberbach y la izquierda hegeliana, a Hegel y a su concepción idealista de la dialéctica y del estado, al socialismo utópico y otras corrientes políticas.

3. El fetichismo económico y su secreto

En esencia el fetichismo en Marx estriba en que «proyecta ante los hombres el carácter social del trabajo de estos como si fuese un carácter material de los propios productos de su trabajo, un don natural social de estos objetos y como si, por tanto, la relación social que media entre los productores y el trabajo colectivo de la sociedad fuese una relación social establecida entre los mismos objetos, al margen de los productores».

Aguirre Rojas relaciona lo anterior con la cosificación de la persona y la personificación de la cosa y Olmedo lo sintetiza cuando afirma: «El fetichismo consiste en tomar la parte por el todo, es decir en tomar a la última forma del desarrollo del valor (la Forma V: como si ella fuese la totalidad del desarrollo de la función A=f(B). Esto implica, al mismo tiempo, hacer de la forma precio la determinante de la función de valor A=f(B), es decir, implica invertir la relación real «el valor determina el precio», en la relación imaginaria «el precio determina el valor».

Misma cosa que, con otras palabras, nos describe Kurnitsky: «el carácter de fetiche de las mercancías se debe al carácter social del trabajo que produce mercancías, pero que no aparece como tal al individuo privado que realiza un trabajo». Todo porque, como asienta Marx, detrás de las oscilaciones aparentes de los valores relativos de la mercancía se esconde «la determinación de la magnitud de valor por el tiempo de trabajo».

Y es que habría que asentar con Aguirre Rojas, «el fetichismo económico se ha revelado entonces como rasgo particular que singulariza y recorre a todas las relaciones en las que la categoría del valor tiene vigencia. En todas ellas, ese fetichismo se hace presente como un fenómeno que consiste en la transposición de lo ‘social’ (propiedades o caracteres, relaciones o movimientos, sustancia y fuerzas) en ‘natural’ o ‘natural-social’(cualidades materiales, movimiento de metabolismo objetivo, proceso vital objetivo) en torno de un mismo personaje central que es el valor. A partir de esta unidad general, es como puede concebirse a los distintos tipos de fetichismo que Marx estudia».

Detrás de todo ello aparece la verdad que se oculta y que ya Giliani develaba: «el valor es una relación entre personas”, disfrazada bajo una envoltura material. La economía no es una ciencia de cosas, sino de personas y sus relaciones en la producción. Las categorías económicas cosifican a las personas que intervienen en ella y personifican a categorías, como si actuaran por sí mismas, y no fueran los hombres los que produciendo se relacionaran. Por tanto, la economía es una obra humana, y, como ella, el modo de producción es finito y fruto de un proceso, un momento histórico, que dejará su lugar para que otro lo ocupe.

En la Edad Media, las relaciones se basaban en vínculos personales de sujeción. Por tanto las relaciones personales se revelaban directamente como relaciones sociales de las personas en sus trabajos sin disfrazarse de relaciones sociales de las cosas, como ahora sucede en el régimen capitalista. Y como la ciencia burguesa usa categorías fetichizadas, ocultando lo que está detrás de la prima facie de ese modo de producción, que es histórico y social y corresponde al modo de producción de mercancías, Marx realiza su estudio como «Crítica de la Economía Política».

4. Las diferentes clases de fetichismo económico

El cuarto y último apartado del primer capítulo de El Capital, El fetichismo de la mercancía y su secreto, es donde se empieza a revelar el contenido real de la obra de Marx como un monumental y minucioso desmontamiento, una despiadada demolición de la Economía Política burguesa, mediante el simple procedimiento de analizar los fenómenos económicos desde su base histórica, social, con una rigurosidad científica y lógica empezando por el análisis de la mercancía y su fetichismo, pues «la forma mercancía es la forma más general y rudimentaria de la producción burguesa, razón por la cual aparece en la escena histórica muy pronto, aunque no con el carácter predominante y peculiar que hoy tiene».

La parte previa al apartado del fetichismo, es una presentación puntual, harto escrupulosa, en positivo, de qué es la mercancía y que entraña: el ser un producto histórico, social, fruto del trabajo de los hombres y que se asume como valor, por ser fruto del trabajo humano abstracto. Con estas tesis desmorona todo el andamiaje de la economía política previa construida bajo el reino de la subjetividad.

Al mismo tiempo, va develando cómo el proceso económico y sus instrumentos son profundamente dialécticos: unidad y lucha de contrarios: valor de uso-valor de cambio, trabajo concreta-trabajo abstracto, forma de valor relativa-forma equivalencial; del cambio cuantitativo al cambio cualitativo; y nueva síntesis en la negación de la negación anterior.

El apartado del fetichismo por qué se cae en él, y cómo funciona con sus numerosos ejemplos, sobre todo religiosos, huele un tanto a fina sátira a los economistas que tratan de ocultar la verdad de las relaciones sociales adjudicando a las mercancías las cualidades de aquello de lo que son fruto: el trabajo humano y la relación entre los hombres. Pero es mucho más que una mera sátira, pues da razón del por qué la realidad de los fenómenos económicos no se capta por la sola empírica y vuelve creíble al fetiche.

Con este árido, pero sólido y rico capítulo primero inicia Marx su genial obra.

Nos muestra el autor en el reducido capítulo segundo, quizá el de menos páginas de todo El Capital, su intención: demostrar que la economía política no es un fenómeno de cosas o un estudio sobre ellas, sino un fenómeno, en caso de su estudio, una ciencia, que se refiere a los hombres, a sus relaciones, una ciencia humana y social. Por el fenómeno del fetichismo muchos teóricos de la Economía creen que las relaciones económicas son algo «natural», como los fenómenos físicos y químicos, ajenos a la voluntad humana, a los cuales lo que hay que hacer es someterse. En ello están particularmente interesados quienes detentan el poder y las ventajas en la relación económica… pero eso será materia de capítulos posteriores.

Del austero y frío capítulo primero, de aparente abstracción y manejo de lógica pura, Marx pasa, en este a una explicación sencilla y clara de cómo los hombres dialécticamente se relacionan en el cambio de mercancías y son ellos los que utilizan el dinero; cómo el dinero es también mercancía y, como tal, es encarnación de una determinada cantidad de trabajo humano. Por la misma razón que la mercancía, al fin y al cabo el dinero es una forma de representación de ella, también objeto de fetichización.

En el siguiente tercer capítulo se analizará el fetiche dinero, cómo funciona, se manifiesta y se realiza como medida general de valor, medio de circulación, medio de compra y de pago, signo de valor hasta convertirse en materialización social absoluta de la riqueza en general, en todo el mundo. Cómo une en un solo sistema, como dinero mundial, a todos los hombres. Pero la base está sentada: «el dinero es la encarnación del máximo encubrimiento del fetichismo de las mercancías, su expresión más general y al mismo tiempo la última. Sólo en el capitalismo invade el dinero las esferas social y privada del hombre”. Así que no hay que confundir el fetiche con la realidad: el dinero es obra humana, encarnación de relaciones sociales. Los hombres las crearon y, por lo tanto, ni son estáticas ni son eternas.

Estas conclusiones son de una enorme trascendencia social y política. Pues si no son eternas, ni son leyes inmutables de la naturaleza, sino fruto de los hombres, de su trabajo, de sus relaciones y su historia, en algún momento y bajo determinadas circunstancias pueden cambiar, desaparecer o transformarse. Y así como los hombres se dieron una forma de producción e intercambio, se pueden (y se darán) otra. A los dueños del capital eso les produce pánico… y El Capital de aparente libro de Economía pasa a revelarse como un texto político.

Sobre esta base, sigue construyendo su edificio teórico y podrá desenmascarar en el capítulo cuarto y siguientes la esencia del capitalismo: comprar para vender una mercancía que produce más de lo que vale: la fuerza de trabajo, y apropiarse de su plusvalía fenómeno que se oculta como otra forma de fetichismo: el del capital. Capital que, como «dios extranjero» y nuevo Mammón proclama «la acumulación de plusvalía como el fin último y único de la humanidad» pretendiendo destronar a todo dios anterior y crear su propia religión, sus propios ritos y sacramentos, sacrificando todo, ética, moral, amor, felicidad, disfrute y vida en el altar de la acumulación incrementada de sí mismo.

La mistificación general del capital se da directamente en el campo de la producción y «reposa una vez más sobre la conversión de un contrario en su opuesto y en el traslado de las cualidades sociales de éste en cualidades aparentemente naturales y objetivas del segundo…. El capital se personifica en el capitalista, de un modo inmediato y profundo, y adquiere en su persona los atributos de conciencia y voluntad, y en ese sentido una existencia activa y actuante dentro del proceso de producción. Del mismo modo, el trabajador cosifica sus capacidades y facultades productivas, que se convierten en cosa-mercancía-fuerza de trabajo».

Me pareció que si no incluía en mi ensayo el capítulo cuarto, iba a quedar cojo el ensayo sobre el fetichismo, pues en este capítulo es donde desembocan los tres primeros y donde se revela el misterio, el secreto y la esencia del capitalismo: obtener una mercancía que se paga en su valor («con justicia») y su uso («justo») crea tal cantidad de valor que se obtiene lo necesario para reproducirla más un plus, la ganancia del capitalista.

Es en este capítulo donde se desnuda el fetichismo del capital en su fundamento: la prestidigitación, el quid pro quo, la confusión entre valor de uso y valor de cambio, que produce el engaño que, incluso en la teoría posterior a Marx de los rendimientos marginales, oculta el que el trabajo es la única fuente de valor, que la mercancía vale por contener trabajo humano, que el dinero es una mercancía y la moneda es un símbolo del dinero, y que por lo tanto, significa trabajo humano; y que la valorización del dinero, no el consumo, como objetivo, se debe a un proceso en el que el uso de fuerza de trabajo produce un nuevo valor incrementado.

No es la suerte, ni la inteligencia, ni la capacidad organizativa, ni las máquinas, la tierra o las herramientas, ni las mañas, ni el intercambio simple, ni el cobro simple de un interés, lo que hacen que el valor se valorice, que el capital se incremente, sino el que alguien es poseedor de riqueza en forma de dinero y medios de producción y compra fuerza de trabajo que usa en el proceso de producción, y que hay quienes sólo poseen fuerza de trabajo y no tienen otros medios de producción. Estos, a lo único que pueden aspirar, son a reproducir su fuerza de trabajo, mientras aquellos incrementan su capital.

El trabajo humano es la única fuente de valor y de su incremento. Pero está subsumido formalmente, en el modo de producción burgués, al capital, de tal manera que las potencias del trabajo, como un fetiche, se proyectan como poderes del capital bajo diferentes manifestaciones, representaciones de la misma esencia, tanto en la cooperación simple como en la manufactura o cooperación basada en la división del trabajo y la gran industria, así como en la monopolización, la exportación de capitales, la transnacionalización y la mundialización de los procesos económicos..

El régimen capitalista es resultado de un proceso histórico y corresponde a una época determinada, su fetichización se manifiesta desde sus elementos más simples hasta los más complejos, desde su inicio general hasta sus niveles de más amplio desarrollo en el imperialismo y la globalización neoliberal que vivimos en nuestros días. El Capital nos da los elementos para entenderlo.

Por otro lado, en la teoría de la revolución de Marx, queda claro que desde el punto de vista del desarrollo de la sociedad, no hay una «injusticia» en el hecho de que el obrero siga siendo sólo poseedor de su fuerza de trabajo y el capitalista sea el que se enriquezca: se le paga lo que vale y se consume lo que se compra.

A lo largo de los capítulos subsiguientes desmenuzará este fenómeno en sus antecedentes, orígenes, generación y desenvolvimiento, y en todas sus implicaciones, vericuetos y variantes para culminar en el famoso capítulo XXIV sobre la acumulación originaria, donde quedará claro que el capital surge derramando sangre, miseria, despojo y opresión y que el desarrollo social y económico se ve, en un momento dado, obstaculizado por la apropiación privada de la plusvalía que entra en contradicción con el desarrollo de las fuerzas productivas: la propiedad privada capitalista, primera negación de la propiedad privada individual, basada en el propio trabajo, será negada por la posesión colectiva de la tierra y de los medios de producción producidos por el propio trabajo.

5. Bibliografía

1.- Marx, Carlos, El Capital, trad. Wenceslao Roces, México, FCE, 1972, 769 pp. y XXXIX previas.
2.- Marx, Carlos, Manuscritos económico-filosóficos de 1844, México, Grijalbo, 1971, Colección Setenta número 29.
3.- Bobbio Norberto, Ni con Marx, ni contra Marx, Carlo Violi comp., Lia Cabbib e Isidoro Rosas Alvarado trads., México, 1999, 283 pp.
4.- Aguirre Rojas, Carlos Antonio, El Problema del Fetichismo en El Capital, México, UNAM-IIS, 1984, Cuaderno de Teoría Política núm. 1, 125 pp.
5.- Bolívar Echeverría, «Comentario sobre el «punto de partida de El Capital» en El discurso crítico de Marx, México, ERA, 1986, pp. 65- 85.
6.- Kurnitzky, Horst, La estructura libidinal del dinero. Contribución a la treoría de la feminidad, Félix Blanco trad., México, Siglo XXI, 1978, 229 pp.
7.- Ilienkov, Eugene V., Lógica dialéctica. Ensayos de historia y teoría, Jorge Bayona trad., Moscú, Progreso, 1977, 414 pp.
8.- Olmedo, Raúl, El antimétodo: introducción a la filosofía marxista, México, Joaquín Mortiz, 1980, 119 pp.
9.- Huberman, Leo, Los bienes terrenales del hombre. Historia de la Riqueza de las Naciones, Gerardo Dávila, trad., México, Nuestro Tiempo, 1988, 378 pp.

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Santos Villarreal Gabriel Mario. (2001, octubre 28). El fetichismo en los primeros tomos de «El capital» de Marx. Recuperado de https://www.gestiopolis.com/el-fetichismo-en-los-primeros-tomos-de-el-capital-de-marx/
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Santos Villarreal Gabriel Mario. "El fetichismo en los primeros tomos de «El capital» de Marx". gestiopolis. octubre 28, 2001. Consultado el . https://www.gestiopolis.com/el-fetichismo-en-los-primeros-tomos-de-el-capital-de-marx/.
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