Racionalismo y empirismo en la teoría del conocimiento

La teoría del conocimiento es una doctrina filosófica y para precisar su ubicación en el todo que es la filosofía, es necesario que antes aparezca una definición esencial de esta, la que se podría obtener atendiendo el significado de la palabra, este término se deriva del griego y quiere decir amor a la sabiduría o, lo que es lo mismo, deseo de saber, de conocer. Inmediatamente se nota que no se puede obtener de la filosofía una definición esencial, y, por lo tanto, obligatoriamente se debe de emplear otro método.

La teoría del conocimiento es una doctrina filosófica y para precisar su ubicación en el todo que es la filosofía, es necesario que antes aparezca una definición esencial de esta, la que se podría obtener atendiendo el significado de la palabra, este término se deriva del griego y quiere decir amor a la sabiduría o, lo que es lo mismo, deseo de saber, de conocer. Inmediatamente se nota que no se puede obtener de la filosofía una definición esencial, y, por lo tanto, obligatoriamente se debe de emplear otro método.

Por ejemplo la definición de filosofía que presentan Platón y Aristóteles como ciencia pura, es respectivamente la búsqueda de la virtud o de la felicidad.

Como dice Dilthey: ¨Lo primero que debemos intentar es descubrir un objetivo común contenido en todos aquellos sistemas a cuya vista se constituyen todos aquellos sistemas de la filosofía¨.

Estos sistemas son los de Platón y Aristóteles, Descartes y Leibnitz, Kant y Hegel ya que en todos ellos hallaremos una inclinación en la universalidad, una orientación en la totalidad objetiva por ejemplo: el ser, la esencia, el conocimiento.

Desde el siglo XVII hasta finales del siglo XIX la cuestión principal en epistemología contrastó la razón contra el sentido de percepción como medio para adquirir el conocimiento. Para los racionalistas, entre los más destacados el francés René Descartes, el holandés Baruch Spinoza y el alemán, Gottfried Wilhelm Leibniz, la principal fuente y prueba final del conocimiento era el razonamiento deductivo basado en principios evidentes o axiomas. Para los empiristas, empezando por los filósofos ingleses Francis Bacon y John Locke, la fuente principal y prueba última del conocimiento era la percepción.

Se denomina racionalismo a la doctrina epistemológica que sostiene que la causa principal del conocimiento reside en el pensamiento, en la razón. Afirma que un conocimiento solo es realmente tal, cuando posee necesidad lógica y validez universal. El planteamiento más antiguo del racionalismo aparece en Platón. El tiene la íntima convicción de que el conocimiento verdadero debe distinguirse por la posesión de las notas de la necesidad lógica y de la validez universal.

Frente a la tesis del racionalismo, el pensamiento, la razón, es el único principio del conocimiento, el empirismo (del griego Empereimía = experiencia) opone la antítesis: la única causa del conocimiento humano es la experiencia. Según el empirismo, no existe un patrimonio a priori de la razón. La conciencia cognoscente no obtiene sus conceptos de la razón, sino exclusivamente de la experiencia.

El espíritu humano, por naturaleza, está desprovisto de todo conocimiento.

El racionalismo es guiado por la idea determinada, por el conocimiento ideal, mientras que el empirismo, se origina en los hechos concretos.

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Los racionalistas casi siempre surgen de la matemática; los defensores del empirismo, según lo prueba su historia, frecuentemente vienen de las ciencias naturales. Esto se entiende sin esfuerzo. La experiencia es el factor determinante en las ciencias naturales.

En ellas, lo más importante es la comprobación exacta de los hechos por medio de una cuidadosa observación. El investigador depende totalmente de la experiencia. Suelen distinguirse dos clases de experiencia: una interna y otra externa. El fundamento de un conocimiento válido, no se encuentra en la experiencia, sino en el pensamiento.

El primer gran filósofo que abordó el estudio del conocimiento fue el francés René Descartes, en el siglo XVII. Descartes intentó descubrir un fundamento del conocimiento que fuera independiente de límites y supuestos. Para él, conocer es partir de una proposición evidente, que se apoya en una intuición primaria. Descartes formuló tal proposición en su célebre sentencia: «pienso, luego existo».

René Descartes, en los albores de la ciencia moderna, había establecido que sólo un conocimiento demostrable según el modelo de las matemáticas podría ser considerado como verdadera ciencia. Convencido de que esa ciencia existe, afirmó que sus bases deberían ser verdades evidentes acerca de las cuales no pudieran plantearse dudas.

En el siglo XVIII, el empirismo inglés, llevado hasta sus últimas consecuencias por David Hume, afirmó que la validez de los enunciados universales no puede ser demostrada recurriendo a la experiencia, ya que ésta sólo proporciona datos concretos, y ningún proceso lógico permite pasar desde los datos particulares a las afirmaciones generales. La situación resultaba paradójica. En efecto, a pesar del indudable éxito de la ciencia, no sería posible afirmar que sus leyes proporcionan un conocimiento auténtico acerca de la realidad. Justamente cuando comenzaba a afianzarse la ciencia experimental, sus fundamentos parecían venirse abajo.

Bacon inauguró la nueva era de la ciencia moderna criticando la confianza medieval en la tradición y la autoridad y aportando nuevas normas para articular el método científico, entre las que se incluyen el primer grupo de reglas de lógica inductiva formuladas. Locke criticó la creencia racionalista de que los principios del conocimiento son evidentes por una vía intuitiva, y argumentó que todo conocimiento deriva de la experiencia, ya sea de la procedente del mundo externo, que imprime sensaciones en la mente, ya sea de la experiencia interna, cuando la mente refleja sus propias actividades. Afirmó que el conocimiento humano de los objetos físicos externos está siempre sujeto a los errores de los sentidos y concluyó que no se puede tener un conocimiento certero del mundo físico que resulte absoluto.

El filósofo irlandés George Berkeley estaba de acuerdo con Locke en que el conocimiento se adquiere a través de las ideas, pero rechazó la creencia de Locke de que es posible distinguir entre ideas y objetos. El filósofo escocés David Hume siguió con la tradición empirista, pero no aceptó la conclusión de Berkeley de que el conocimiento consistía tan sólo en ideas. Dividió todo el conocimiento en dos clases: el conocimiento de la relación de las ideas, es decir, el conocimiento hallado en las matemáticas y la lógica, que es exacto y certero pero no aporta información sobre el mundo, y el conocimiento de la realidad, es decir, el que se deriva de la percepción. Hume afirmó que la mayor parte del conocimiento de la realidad descansa en la relación causa-efecto, y al no existir ninguna conexión lógica entre una causa dada y su efecto, no se puede esperar conocer ninguna realidad futura con certeza. Así, las leyes de la ciencia más certeras podrían no seguir siendo verdad: una conclusión que tuvo un impacto revolucionario en la filosofía.

En 1934, Karl Popper publicó su primer libro, en el que afirmaba que nunca pueden justificarse las teorías y que, sin embargo, el conocimiento puede aumentar mediante el examen crítico de las mismas. El procedimiento sería el siguiente: si bien la experiencia no permite demostrar la verdad de ninguna teoría, una teoría que contradiga a la experiencia debe ser falsa.

Por tanto, nunca podríamos estar ciertos de alcanzar la verdad, pero en ocasiones podríamos detectar el error. El conocimiento progresaría gracias a la detección de errores y a la consiguiente formulación de nuevas teorías mejoradas. Pero las teorías siempre serían hipótesis o conjeturas que jamás alcanzarán la condición de verdades ciertas demostradas. Todo conocimiento sería conjetural, aunque pudiera ser progresivo.

El esquema básico del aumento del conocimiento seguiría, según Popper, el método de ensayo y eliminación de error. Las teorías no provendrían de la experiencia ni serían demostradas mediante ella.

Así, Popper se sitúa en la línea de Kant. Sin embargo, a diferencia de éste, afirma que las teorías son creaciones libres que pueden modificarse, y no se basan en categorías fijas e inmutables.

En sucesivos trabajos, Popper estableció un paralelismo entre el progreso del conocimiento y la evolución biológica darwiniana. Ambos procesos seguirían el mismo esquema básico de ensayo y eliminación de error, con la diferencia de que, en la evolución, lo que surge y muere son los seres vivos, mientras que en la ciencia se trata de las teorías. En los dos casos se daría un proceso similar de surgimiento de nuevas estructuras, selección que eliminaría las menos adaptadas, y supervivencia provisional de las más competitivas.

La filosofía de Popper y sus seguidores se sitúa, de modo principal, en las coordenadas del racionalismo y del empirismo. Estas posturas tienen serios defectos que son hábilmente puestos de manifiesto por el popperianismo, pero eso no basta, para sostener una teoría realista acerca de la verdad, hace falta abordar con seriedad las dimensiones metafísicas, y este tipo de temas suele quedar tratado de modo fragmentario e insuficiente en la perspectiva popperiana.

La epistemología popperiana tiene interesantes aciertos metodológicos y proporciona instrumentos valiosos para el análisis de algunas cuestiones de la filosofía de la ciencia, pero plantea serias dificultades si se pretende construir sobre esa base una entera filosofía, y eso es lo que parecen intentar Popper y sus seguidores ortodoxos.

Una vez más, la epistemología popperiana muestra sus virtualidades y sus limitaciones. Proporciona perspectivas provocativas e interesantes, expuestas en un estilo directo y comprensible, pero su validez parece más limitada de lo que algunos de sus defensores pretenden.

El filósofo alemán Immanuel Kant viene de la ciencia empírica, es un físico, también se ocupa, junto con Laplace, de la teoría de lo nebuloso, de todo el mundo natural. Es poco conocido que Kant fue el primer profesor de geografía que hubo en el mundo. La primera cátedra de esa disciplina que se abre en Alemania fue para Kant. Un hombre genial que se ocupó de una multitud de temas. Su posición era empirista, viene de la física del siglo XVII y de Newton. Kant tropieza con Hume, empirista también, pero de posición muchísimo más flexible, y el más lúcido analista de lo que pasa en la ciencia de entonces. Hume pone en tela de juicio todo lo que se ha dicho sobre la causalidad.

Este intentó resolver la crisis provocada por Locke y llevada a su punto más alto por las teorías de Hume; propuso una solución en la que combinaba elementos del racionalismo con algunas tesis procedentes del empirismo. Coincidió con los racionalistas en que se puede tener conocimiento exacto y certero, pero siguió a los empiristas en mantener que dicho conocimiento es más informativo sobre la estructura del pensamiento que sobre el mundo que se halla al margen del mismo. Distinguió tres tipos de conocimiento:

  • Analítico a priori, que es exacto y certero pero no informativo, porque sólo aclara lo que está contenido en las definiciones.
  • Sintético a posteriori, que transmite información sobre el mundo aprendido a partir de la experiencia, pero está sujeto a los errores de los sentidos.
  • Sintético a priori, que se descubre por la intuición y es a la vez exacto y certero, ya que expresa las condiciones necesarias que la mente impone a todos los objetos de la experiencia.

Las matemáticas y la filosofía, de acuerdo con Kant, aportan este último tipo de conocimiento. Desde los tiempos de Kant, una de las cuestiones sobre las que más se ha debatido en filosofía ha sido si existe o no el conocimiento sintético a priori.

En su Crítica de la razón pura de 1781, Kant intentó salvar la contradicción. Estaba convencido, como Descartes, de la necesidad de demostrar todo conocimiento que se presentase como científico, estableciendo unas bases ciertas. También creía que la física de Newton era ciencia verdadera y definitiva.

Sin embargo, recibió el impacto de Hume y concluyó, como él, que la inducción a partir de la experiencia no es válida. Considerando que el escepticismo era inadmisible, encontró una solución bastante ingeniosa: puesto que los principios básicos de la ciencia no podían ser suministrados por la experiencia, tendría que admitirse que son proporcionados por el científico. En otras palabras, admitió que el conocimiento humano se basa en un conjunto de conceptos y leyes que serían a priori, o sea, independientes de la experiencia, y que proporcionarían el decorado donde se colocarían los datos de la experiencia. Esto implicaba que esos conceptos estaban presentes en cualquier persona y que, al aplicarlos correctamente a la experiencia, se obtenían precisamente las leyes fundamentales de la física newtoniana.

Sin embargo, en la interpretación empírico-inductiva y en la racionalista, hay dos elementos comunes: uno es la concepción analítica de la ciencia; el otro es su escasa atención al contexto socio-histórico que condiciona el conocimiento científico.

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Pérez Bengochea Valietti. (2008, junio 23). Racionalismo y empirismo en la teoría del conocimiento. Recuperado de https://www.gestiopolis.com/racionalismo-y-empirismo-en-la-teoria-del-conocimiento/
Pérez Bengochea Valietti. "Racionalismo y empirismo en la teoría del conocimiento". gestiopolis. 23 junio 2008. Web. <https://www.gestiopolis.com/racionalismo-y-empirismo-en-la-teoria-del-conocimiento/>.
Pérez Bengochea Valietti. "Racionalismo y empirismo en la teoría del conocimiento". gestiopolis. junio 23, 2008. Consultado el . https://www.gestiopolis.com/racionalismo-y-empirismo-en-la-teoria-del-conocimiento/.
Pérez Bengochea Valietti. Racionalismo y empirismo en la teoría del conocimiento [en línea]. <https://www.gestiopolis.com/racionalismo-y-empirismo-en-la-teoria-del-conocimiento/> [Citado el ].
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