El sujeto ante el dilema ético

Hablar de dilema ético implica, necesariamente, hacer referencia a tres aspectos fundamentales de la existencia humana: primero, la dimensión simbólica de la conducta —o de nuestro ser— entendida como el conjunto de significados, valoraciones y expectativas, con una noción de ‘sentido’, como algo más allá de todo logro y de todo límite, que orientan nuestras acciones; segundo, una interacción variable y compleja de fuerzas controladoras, impulsoras, repulsivas y de atracción, constituidas por el conjunto de intereses, preferencias, pulsiones e instintos —de un lado—, que conforman nuestro entorno existencial, que es más simbólico que físico; y tercero, nuestras razones guía o argumentos morales. Un dilema ético consiste en una disyuntiva crucial que afronta una persona en una determinada situación por la necesidad de decidir y actuar ante un entrecruzamiento contradictorio de opciones, pulsiones, razones y valores.

La intuición acerca de las probables consecuencias de cada acción posible, luego evaluadas por el intelecto y según los criterios de conveniencia que sugieren los argumentos guía de nuestra moralidad, nos aporta luces que iluminan el entendimiento para optar por una u otra acción. Sin embargo, y éste es el drama de lo humano, muchas veces actuamos movidos por nuestras pulsiones —o impulsados—, más que guiados por razones o argumentos.

Ante un dilema ético —¿lo hago o no lo hago?; ¿acepto o rechazo?; ¿afirmo o niego?— cada quien responde desde su particular postura existencial, que quizá es lo que determina la diferencia en las respuestas de dos o más personas ante una misma situación o dilema ético. Toda postura existencial es de carácter simbólico, pues se refiere a significaciones, a valoraciones derivadas de tales significaciones, y a expectativas o hábitos de respuesta que surgen de tales valoraciones. La postura existencial —algunas veces— determina y otras veces sólo influye un tanto sobre lo que pensamos, sentimos, decimos y hacemos, ante las diversas situaciones de la vida.

¿Cuáles aspectos conforman nuestra postura existencial? Son cinco aspectos, que indicamos a continuación:

Nuestra apreciación general sobre la vida y el mundo: nace en la primera infancia y se desarrolla completamente antes de finalizar la adolescencia; deriva del trato y atención recibidos por quienes integraron nuestro entorno social. En función de tal apreciación, se generan calificativos como ‘muy bueno’, ‘bueno’, ‘aceptable’, ‘malo’ o ‘muy malo’.

Nuestra actitud ante la vida y el mundo: se deriva de la anterior. Esta actitud puede ser favorable/amigable; poco favorable/poco amigable; desfavorable/de rechazo.

Nuestras respuestas aprendidas o hábitos de respuesta ante las situaciones que nos presentan la vida y el mundo: derivan de experiencias y del aprendizaje por ensayo y error. Representan nuestro menú de opciones de respuesta, y condicionan el balance o desbalance entre pulsiones y razones o argumentos morales.

Nuestro conocimiento actualizado sobre la vida y el mundo: es producto de la educación y aprendizajes formales, y abarca también los consejos de nuestros mayores. Nos aporta criterios para elegir y actuar en un sentido o en otro según el caso. Es nuestro marco referencial de interpretación y reinterpretación.

Nuestros valores: constituyen todo aquello a lo que damos mayor importancia en nuestra vida, como resultado del aprendizaje social, de nuestras preferencias personales, y del modelaje de conducta de nuestros mayores.

La educación ayuda a matizar favorablemente nuestra apreciación general y la actitud ante la vida y el mundo, así como apoya el desarrollo y la mejora de nuestros hábitos de respuesta, enriquece el marco referencial de interpretación y reinterpretación, y fortalece nuestros valores.

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Nuestra vida se desenvuelve en una búsqueda constante de sentido, de algo que siempre percibimos más allá de todo logro y de todo límite. Nunca dejamos de ser como niños, pues siempre queremos probar, experimentar y jugar con las posibilidades que nos ofrece la vida, o que se nos presentan en el camino.

Toda respuesta personal ante un dilema ético es siempre una respuesta simbólica, por estar enmarcada dentro de significaciones, valoraciones y expectativas, pero estará inevitablemente sujeta —en mayor o menor grado— a la variabilidad impredecible de nuestra voluntad, como expresión de nuestro ser libre, y dentro de un conjunto de tensiones generadas por las fuerzas controladoras, impulsoras, repulsivas y de atracción derivadas de intereses, pulsiones e instintos.

Un dilema ético puede significar una ruptura importante en una historia personal o individual —o de un grupo familiar— trazando así la zona fronteriza entre un antes y un después. En efecto, de la respuesta al dilema ético puede derivarse una continuidad armónica de la historia personal o familiar, o una ruptura de la misma con una dramática situación de profundo malestar. Ante el dilema ético, estamos solos con nuestro equipamiento personal —enmarcado en nuestra postura existencial—, ante fuerzas internas y externas en pugna, y dentro de un contexto caracterizado por la incertidumbre, bien sea por el tedio o la rutina de un oscuro o inatractivo presente o ante los destellos casi enceguecedores de un futuro supuestamente feliz, y un complejo tejido de sensaciones en las que pueden destacar la curiosidad o el deseo desencadenado en diversidad de formas. Suele ser muy confuso el telón de fondo de la situación donde se toma —en forma racional o impulsada— la decisión que disuelve un crucial dilema ético.

Aún cuando estemos bien equipados para elegir, decidir y actuar en el mejor de los sentidos, siempre existe la posibilidad de que nos salgamos del sano cauce de las razones morales o conveniencias sociales, y optemos por la levedad o la trivialidad engañosa, o por lo más atractivo y tentador. Aristóteles destaca la debilidad de la voluntad —que refiere como la akrasia— como un aspecto clave para comprender la actuación del sujeto ante la decisión moral; esa debilidad, según precisa Savater, “lleva al sujeto a preferir efectivamente lo malo aun conociendo que hay una opción mejor que, a pesar de serlo, deja de lado”. Ciertamente, el poder, el placer, la comodidad o confort, o el deseo de escapar a la rutina, pueden ser decisivos factores de riesgo ante el dilema ético, que pueden llevarnos al arrebato pasional que se deriva, al decir de Savater, de “la urgencia pasional del momento”.

Es la fragilidad del bien de la que nos habla Martha Nussbaum, la banalización del mal a la que hizo referencia Hannah Arendt… y el drama de la libertad que enfatiza Rüdiger Safranski. Pero la educación continua, la práctica constante de la reflexión crítica, la práctica consciente y entusiasta de las virtudes, especialmente la dedicación al trabajo inspirador y beneficioso, las buenas relaciones sociales, el armonioso compartir comunitario y el estar siempre alerta ante los factores de riesgo, nos ayudarán a mantener nuestro compromiso ético.

Bibliografía

  • Savater, Fernando: “El Valor de Elegir”, editorial Ariel, 2004.

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Benítez R Jorge L.. (2014, junio 16). El sujeto ante el dilema ético. Recuperado de https://www.gestiopolis.com/el-sujeto-ante-el-dilema-etico/
Benítez R Jorge L.. "El sujeto ante el dilema ético". gestiopolis. 16 junio 2014. Web. <https://www.gestiopolis.com/el-sujeto-ante-el-dilema-etico/>.
Benítez R Jorge L.. "El sujeto ante el dilema ético". gestiopolis. junio 16, 2014. Consultado el . https://www.gestiopolis.com/el-sujeto-ante-el-dilema-etico/.
Benítez R Jorge L.. El sujeto ante el dilema ético [en línea]. <https://www.gestiopolis.com/el-sujeto-ante-el-dilema-etico/> [Citado el ].
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