Darwinismo económico: la verdadera revolución

Dice Milton que hemos pasado del darwinismo científico al darwinismo ideológico, de tal manera que la teoría de la evolución es enseñada en nuestros colegios, más que como una hipótesis, como una cuestión de fe.

Totalmente de acuerdo, las consecuencias de la implantación del darwinismo ideológico en la sociedad van más allá de que figure en los libros de texto. Es una ideología que se ha implantado con éxito en lo más profundo del sistema, de tal manera que, consciente o inconscientemente, hay millones de personas que han adaptado su manera de pensar a sus axiomas.

Una de sus manifestaciones más evidentes es su implantación en el campo económico. Resumiendo mucho a Darwin, el científico venía a decir que “la evolución de las especies corresponde con su adaptación al entorno”, casualmente, la misma filosofía sobre la que descansan los principios de competitividad de la economía moderna: adaptación, diversificación e innovación.

Las consecuencias de escoger este modelo son numerosas. La primera de ellas es la apuesta por la I+D como único modelo factible de desarrollo económico. El modelo de I+D, como bien conocen muchos investigadores, para que tenga una rentabilidad económica adecuada depende en gran medida de ser capaces de ser pioneros de manera continuada en un sector. En España existe una convicción, observen que nuevamente volvemos a la fe, de que seremos capaces de mantenernos punteros en la innovación, y que podremos emplear a las industrias asiáticas como maquila para obtener beneficios económicos provenientes de una economía de costes basada en una mano de obra poco costosa.

A mi modo de ver, hay que ser muy pretencioso para pensar que si España ha alcanzado en 30 años un buen posicionamiento competitivo, China, por no hablar de otros países, con 1.300 millones de habitantes y muchos más recursos, no sea capaz de adelantarnos tecnológicamente en menos de un cuarto de siglo.

La segunda consecuencia es que el modelo de competitividad nos ha introducido en una economía global que implica la necesidad de producir cada vez más barato, con el consiguiente peligro al que nos enfrentamos, que no es otro que para poder seguir siendo competitivos, aun cuando logremos incrementar nuestra productividad, nos veamos abocados a afrontar recortes sociales y reducir los costes salariales, tal y como lo llevamos haciendo durante los tres últimos años.

La tercera consecuencia es debida a la “fiebre innovadora”. En las últimas décadas se ha modificado el modelo de consumo y se ha creando un modelo de “necesidad de innovación”, que se manifiesta en la industria por la necesidad de lanzar al mercado productos nuevos constantemente como respuesta a los competidores. Esta estrategia industrial, solo viable mientras se mantenga un sistema de consumo masivo y desordenado, comenzó con el concepto de “usar y tirar”, y ha desembocado en que la innovación continua, como modelo de competitividad empresarial, provoque que muchos productos queden desfasados en muy poco tiempo, los tengamos que sustituir por otros nuevos, y a su vez aceleremos brutalmente el ciclo de generación de residuos.

Es decir, no solo hay más habitantes en el planeta, sino que además generamos más residuos, empujados por un sistema que nos invita a sustituir productos recién adquiridos por otros más modernos. El caso más flagrante de los últimos años ha sido el de la telefonía móvil y sus terminales, o los equipos informáticos en general.

Al igual que nos ha pasado con las tesis darwinistas, otro elemento característico de nuestro sistema es que hemos terminado por creernos que los mercados rigen nuestra economía, y que debemos adaptarnos a ellos y no ellos a nosotros. Este es un tema complejo, desde el punto de vista que ponerlo en cuestión supone poner en tela de juicio la idoneidad de continuar manteniendo un sistema caduco como es la Bolsa, escaparate y trastienda de los mercados. A estas alturas no tiene sentido escuchar las críticas de los políticos hacia la especulación de los mercados y su influencia en las deudas nacionales, mientras siguen empeñados en mantener el sistema bursátil tal y como lo conocemos.

Tras exponer estos hechos, se puede intuir que el cambio de modelo económico no es un tema exclusivo de los economistas, sino que implica a la filosofía, primero la empresarial, y después la de los consumidores, los verdaderos señores del mercado, actores protagonistas en el cambio hacia un modelo menos consumista, capaces de rechazar el uso de productos con rápida caducidad, con legitimidad para apostar o no por un sistema bursátil globalizado, con derecho a decidir anteponer los derechos sociales a la especulación financiera e inmobiliaria.

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El sentido común existe, lo estamos viendo como reacción en las calles, entendido por cómo pensamos en conjunto, por nuestra capacidad de ver problemas comunes e identificarlos como tales y organizarnos para darles solución. ¿Cuánto tiempo debemos esperar para cambiar un sistema que vemos que no funciona? ¿El tiempo suficiente para que los especuladores guarden su dinero a buen recaudo? Aquellas personas que siguen los avatares económicos están al corriente de que, con alta probabilidad, la próxima crisis que nos viene encima es la alimentaria, derivada del traslado de la especulación económica del mundo financiero e inmobiliario a la alimentación, siendo su actor protagonista la Bolsa de Chicago. Si la especulación financiera e inmobiliaria ha producido estafas multimillonarias y ha mandado a numerosas familias a la quiebra, ahora hablamos de una crisis con el potencial suficiente para crear un serio problema de alimentación a un alto porcentaje de la población mundial.

La solución no es sencilla, puesto que en un mundo globalizado definido por la interrelación de los sistemas económicos, las medidas deben acometerse de manera conjunta para que tengan una mínima eficacia. En este sentido, en los últimos tiempos se habla mucho del decrecimiento, sin embargo esta solución se enfrenta a serias dificultades a la hora de llevarla a la práctica, porque si decrecemos, ¿decrecemos todos a la vez?, ¿es factible conseguir comportamientos de austeridad en sociedades en crecimiento?, después de que muchos países viviesen en un continuo derroche y ahora requieran recortes, ¿se puede pedir lo mismo a aquellos países que después de años de esfuerzo económico ahora comienzan a crecer?

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Crespo Ferrer Jon Ander. (2011, agosto 5). Darwinismo económico: la verdadera revolución. Recuperado de https://www.gestiopolis.com/darwinismo-economico-la-verdadera-revolucion/
Crespo Ferrer Jon Ander. "Darwinismo económico: la verdadera revolución". gestiopolis. 5 agosto 2011. Web. <https://www.gestiopolis.com/darwinismo-economico-la-verdadera-revolucion/>.
Crespo Ferrer Jon Ander. "Darwinismo económico: la verdadera revolución". gestiopolis. agosto 5, 2011. Consultado el . https://www.gestiopolis.com/darwinismo-economico-la-verdadera-revolucion/.
Crespo Ferrer Jon Ander. Darwinismo económico: la verdadera revolución [en línea]. <https://www.gestiopolis.com/darwinismo-economico-la-verdadera-revolucion/> [Citado el ].
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